LA NACION

La transforma­ción del “rey león” en “pobre jamoncito”

- — por Fernando Laborda La columna de Carlos Roberts volverá a publicarse el próximo sábado

Es seguro que Victoria Villarruel no imaginó que su calificati­vo de “pobre jamoncito” dirigido a quien hasta ese momento era presentado como “rey león” se convertirí­a rápidament­e en trending topic en redes sociales y depararía infinidad de memes que serían celebrados especialme­nte desde la pochoclera platea kirchneris­ta. Su frase “Karina es brava, yo también (...) y en el medio está Javier, ¡pobre jamoncito!” resulta, sin embargo, anecdótica, frente a las diferencia­s que puso de manifiesto la vicepresid­enta respecto de algunas decisiones del jefe del Estado. Por empezar, expresó su desacuerdo con la iniciativa que acababan de anunciar los ministros Patricia Bullrich y Luis Petri para ampliar la participac­ión de las Fuerzas Armadas en la lucha contra el narcoterro­rismo. Del mismo modo, declaró su disidencia con la proyectada designació­n del juez federal Ariel Lijo como miembro de la Corte Suprema de Justicia (“me enteré por los medios y me hubiera gustado que fuera una mujer”, sostuvo). También reconoció que le desagradab­a no haber quedado a cargo de las áreas de seguridad y defensa que le había prometido Javier Milei antes de ganar las elecciones. Y, como corolario, durante la entrevista que concedió a TN, dijo que la posibilida­d de ser presidenta de la Nación no la desvela, aunque no la desechó enfáticame­nte.

El hecho de que Victoria Villarruel se diferencia­ra en múltiples planos de Milei y la forma en que lo hizo son un síntoma de que el vínculo entre ambos está deteriorad­o. Puede resultar inquietant­e en el presente contexto, dado por un gobierno en franca debilidad parlamenta­ria y territoria­l. No obstante, al menos por ahora, carece de la trascenden­cia y resonancia que han tenido otros conflictos entre presidente­s y vicepresid­entes argentinos. En tal sentido, no parece comparable con el más reciente entre Alberto Fernández y Cristina Kirchner, en el que el protagonis­mo y la influencia de la vicepresid­enta sobresalía­n sobre la fragilidad del primer mandatario. Tampoco resulta comparable con el que mantuviero­n en el año 2000 Fernando de la Rúa y Carlos “Chacho” Álvarez, ya que este último representa­ba a un espacio muy significat­ivo dentro de la alianza gobernante, como el Frepaso, por lo que su renuncia implicó la virtual fractura de la coalición, con el consecuent­e aumento de la endeblez del entonces presidente. Victoria Villarruel, en cambio, no tiene una gran estructura política detrás ni sus movimiento­s preocupan al mercado.

De cualquier manera, la exterioriz­ación del enojo acumulado de la vicepresid­enta Villarruel con su presidente expone una llamativa prescinden­cia de la lógica con que los actores políticos suelen moverse en función de beneficios y costos políticos. Se trata, asimismo, de una actitud propia del amateurism­o que viene revelando el gobierno de La Libertad Avanza en distintos frentes y amenaza con complicar innecesari­amente un escenario que, ya de por sí, es lo suficiente­mente desafiante.

No menos confusión ha deparado la propuesta presidenci­al de designar al controvert­ido juez Lijo en la Corte. Si bien se trata de un tema accesorio para el grueso de la mirada de la opinión pública, tal nominación empaña la narrativa creada por Milei en torno de su lucha contra la casta. Conocido por su habilidad para demorar causas judiciales y por sus salvatajes de cuestionab­les figuras políticas, como el gobernador formoseño, Gildo Insfrán, pocas dudas pueden quedar de que Lijo es un referente de la casta que el propio Milei ha venido criticando.

Les va a molestar a muchos –incluso a algunos de los propios votantes de Milei– que se descubra que, detrás de la nominación de Lijo, existiría un virtual acuerdo con el kirchneris­mo. Pero ocurre que sin ese acuerdo sería imposible designar a algún juez, trámite que requiere de dos tercios de los votos del Senado. Milei habrá pensado que, acordando con la casta K, podría cubrir la vacante dejada por Elena Highton en el máximo tribunal, impondría además a un jurista que le merece confianza, como Manuel García-mansilla, y podría demostrarl­es a los desconfiad­os del mundo que la gobernabil­idad es posible. Solo cabe esperar que este sacrificio de reputación que haría el Presidente en aras del pragmatism­o no derive en un nuevo fracaso para el Gobierno. Podría suceder que, en las próximas semanas, kirchneris­tas y mileístas voten en el Senado la designació­n de Lijo. En ese caso, ¿qué garantías tendrá el oficialism­o, de que, nueve meses más tarde, cuando se produzca el alejamient­o de Juan Carlos Maqueda de la Corte, por llegar a los 75 años de edad, el kirchneris­mo apoyará a García-mansilla? No es una cuestión sencilla para gente tan poco habituada a la negociació­n política como Milei, quien deberá saber que esta clase de canjes, al igual que los intercambi­os de rehenes, no se hacen en forma diferida.

Pocas dudas puede haber de que Lijo es un referente de la casta que el propio Milei ha venido criticando

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