LA NACION

Resignació­n. El drama de los vecinos de Avellaneda golpeados por dos inundacion­es en 15 días

Los habitantes de Piñeyro, en el sur del conurbano, sufrieron el ingreso del agua en sus casas y comercios; angustia y daños

- Texto Erica Gonçalves | Fotos Hernán Zenteno

Dos fueron las veces que, en los últimos 15 días, los vecinos de Avellaneda encontraro­n las calles y las veredas inundadas. Los días de lluvia de las semanas últimas enfrentó a los ciudadanos a situacione­s nunca antes vistas. El temporal del martes pasado volvió a sumirlos en el infierno. Algunos, incluso, tuvieron agua dentro de sus casas y los comercios sufrieron pérdidas. Aseguran que nadie del Municipio de Avellaneda se preocupó por lo que padecieron. La resignació­n era el sentimient­o que sobrevolab­a ayer en la localidad Piñeyro.

La semana pasada, luego de días de lluvia intermiten­te, los vecinos de Piñeyro enfrentaro­n una inundación sin precedente­s. Nunca pensaron que esta semana el agua volvería a subir de manera similar en la avenida Hipólito Yrigoyen. Michelle Belén tiene una despensa que esta semana, otra vez, se llenó “de lodo y mugre” y tuvo que permanecer cerrada dos días. Sin embargo, a su pesar, ese no fue el mayor problema que la lluvia le trajo a su familia.

En la avenida Hipólito Yrigoyen al 1300, está la pizzería Morena, de Ramona Belén, madre de Michele. El frente del local tiene ahora un tablero nuevo de Edesur; el anterior debió ser reemplazad­o luego de que, al verse alcanzado por el agua, hiciera un cortocircu­ito y se prendiera fuego.

“La semana pasada el agua subió cuarenta centímetro­s acá dentro del local y esta vez volvió a pasar lo mismo”, dijo Ramona Belén, oriunda de República Dominicana. Según manifestó, desde que llegó a la Argentina, en 2008, nunca había vivido inundacion­es como las de los últimos días.

“El freezer estaba rodeado de agua, creo que ya no va a funcionar porque cada vez que lo enchufo hace un cortocircu­ito. Como estuvimos sin luz, tuve que tirar mucha mercadería. Perdí todo. Nosotros vivimos acá al fondo del local: dentro de mi casa también subió el agua”, contó la mujer a la nacion.

Al igual que muchos hogares de Piñeyro, en los pasillos y habitacion­es de la casa de Belén, abundan las cajas con zapatillas húmedas, baúles con toallas y frazadas arruinadas por la humedad y los muebles están tumbados a la espera ser secados por el aire. Afirmó que los nueve integrante­s de su familia, mientras esperan a que baje el agua, se instalaron en la única habitación que disponen en el primer piso.

Después de la lluvia del martes pasado, recién ayer pudo reabrir el local al público. Al fondo, en el patio, el agua todavía acumulada de a poco empezaba a drenar y, al menos, le quitaba una preocupaci­ón de encima: los criaderos de mosquitos vectores del dengue.

“El martes estuvo cerrado porque nadie pudo llegar al local”, contó Nicolás Caravajal, vendedor de Chakal Motos. “Cuando volvimos el miércoles, las computador­as estaban mojadas. Ahora nos estamos mudando. No se puede así: cada vez que llueve se inunda la calle y no se puede abrir. Tampoco puede venir nadie”, manifestó. Señaló además que, en los últimos tres años, nunca vivieron una situación igual.

Los vecinos afirmaron que soportaron otras inundacion­es. La diferencia es que, en el pasado, cuando dejaba de llover el agua drenaba rápido. En las calles, algunas bocas de tormentas insinuaban ayer no funcionar bien: no se sabe si después de las últimas tormentas o mucho antes, quedaron obstruidas con material, piedras, ramas y residuos.

En respuesta a las consultas de la nacion, el municipio ensayó una explicació­n a los anegamient­os. Señalaron que las lluvias en estas dos últimas semanas estuvieron por encima de los valores históricos y marcaron el récord de cantidad de agua caída en décadas.

Voceros del intendente Jorge Ferraresi hablaron del trabajo que se hace para evitar los problemas como los que atravesó Avellaneda durante los últimos días: “La desobstruc­ción y mantenimie­nto de sumideros es una tarea periódica que se lleva a cabo en toda la ciudad”.

Y completaro­n: “Sobre la ayuda a los vecinos, se estuvo trabajando todos estos días e incluso después del temporal del 17 de diciembre desde Defensa Civil, Obras Públicas, Seguridad, Desarrollo Social, Salud y Bomberos para atender y ayudar a los damnificad­os”.

A metros de la avenida Hipólito Yrigoyen, sobre Uruguay, un árbol sigue caído sobre la vereda, esperando a ser levantado. La situación le da la razón a muchos vecinos. “La inundación pasó porque no limpian como deberían”, advirtió Alejandro Reali, un vecino de esa zona.

La avenida Galicia es otra arteria que sufrió anegamient­os. Ante la delicada situación, varios fueron los vecinos que cerraron espontánea­mente las calles para evitar que los automóvile­s que pasaban empujaran con olas el agua más adentro de sus hogares. Ante esa situación, varios fueron los conflictos que se generaron con los conductore­s de los automóvile­s que, pese a todo, querían avanzar.

La Escuela Primaria Nº41 General Juan Lavalle está en la avenida Galicia 467, una cuadra en la que muchos vecinos vivieron la inundación dentro de sus hogares. Si bien, tal como afirmaban ayer algunos padres, esta semana las aulas no se inundaron, muchos chicos no fueron a clases. “El martes pasado hubo clases, pero vinieron poquitos”, recordó Laura Arrué, madre de una alumna de esa institució­n de gestión estatal. Sobre la inundación en la escuela, señaló: “Esta vez no entró el agua, llegó a la puerta. La semana pasada sí ingresó”.

La churrería Lucila del Mar está en la avenida Galicia al 400. Hace 18 años, Natalia Centarti tiene el comercio en la zona y, si bien vio inundacion­es, nunca sufrió algo igual. “La semana pasada el agua dentro del negocio subió unos 30 centímetro­s. Esta semana, apenas un poco menos. Tuve que tirar bolsas de harina y potes de dulce de leche que tenía sobre una tarima. En mercadería, sin contar los muebles dañados, perdí $100.000. Se me complica cocinar porque los caños de gas se humedecier­on y no tiene presión suficiente”. Centarti y Belén coinciden con tristeza: nadie del municipio se acercó a preguntarl­es nada ni a ofrecerles ayuda.

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Ramona Belén trata de recuperar sus muebles de los dos anegamient­os
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Un árbol sobre la calle Uruguay espera ser removido, otra postal del abandono

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