LA NACION

La estética del ajuste: no hay ni para un café

El Presidente parece dispuesto a negociar, no en todo ni en lo más visible: para el electorado, es posible que la candidatur­a de Lijo a la Corte signifique menos que un aumento en los salarios de los legislador­es

- Francisco Olivera

Un viejo lugar común de la política, la “luna de miel de cien días” que se le asigna a todo gobierno nuevo, no parece estar cumpliéndo­se al pie de la letra, al menos del modo en que lo imaginaba parte de la dirigencia. Según la mayoría de las encuestas, a pesar de que la actividad económica y los salarios se desploman, las adhesiones y los rechazos a Javier Milei siguen en proporcion­es similares al 10 de diciembre. No empezó todavía el desgaste que organizaci­ones sociales, sindicatos y opositores auguraban para esta altura del año: como si el verano no hubiese pasado.

Es un escenario extraño, probableme­nte derivado de una combinació­n entre lo que ocurrió y lo que se espera. Aun sin tener claro el futuro, hay sin embargo una certeza sobre un pasado al que nadie quiere volver: la dirigencia política fracasó, su discurso está completame­nte agotado y no existen demasiadas alternativ­as que confiar en lo que viene. Un empresario exitoso lo resumía esta semana ante la nacion: “Me quedan 14 años para los 80 y segurament­e no mucho más de vida. Si a este tipo le va mal, habré malogrado el 40% de ese tiempo. Necesito que le vaya bien”.

Milei llegó al poder interpreta­ndo un estado de ánimo. Fue un alarido que apareció justo cuando el electorado buscaba una voz potente que lo representa­ra, y esa coincidenc­ia basta siempre para sacudir una estructura política. Los efectos más obvios se ven en la oposición. Según lo que proyectaba­n hasta hace pocas semanas en las organizaci­ones sociales, marzo era el mes en que la sociedad, harta de todo y también de Milei, volvería a salir a las calles. “En marzo hablamos”, había contestado Emilio Pérsico en diciembre a los funcionari­os del Ministerio de Capital Humano que primero lo contactaro­n. Y el segundo paro de la CGT, que Pablo Moyano anunciaba para fines de este mes o principios de abril, también parece demorado.

Todo quedó en suspenso. La semana pasada, en un almuerzo con empresario­s en Barracas, Sergio Massa anticipó que esperaría a que el Gobierno cumpliera 100 días para volver a hacer declaracio­nes públicas. Ese plazo venció anteayer. ¿Hablará? Habrá que ver. Hasta ahora, la más locuaz del Frente Renovador sigue siendo Malena Galmarini en Twitter. Massa ni siquiera fue ayer al congreso de su espacio en Parque Norte, que decidió hacer en simultáneo, pero separado del que el PJ armaba en Ferro.

El peronismo sigue atomizado, sin liderazgos nítidos y sin encontrarl­e la vuelta al modo de confrontar. En las redes sociales hay incluso kirchneris­tas que dudan de si conviene contestar a lo que consideran una provocador­a agenda del Gobierno o si, por el contrario, sería mejor ignorarla y no darle entidad. Ricardo Quintela, el gobernador que prometía irse del país si ganaba Milei y uno de los organizaro­n ayer en Ferro, incorporó esta semana a su discurso la “autocrític­a” y la “renovación”: en Twitter, debajo de una foto con militantes, instó además a trabajar por un peronismo “que vuelva a enamorar”.

La gran novedad de estos tiempos reside sin embargo en una aparente contradicc­ión. Es el sector financiero, habitualme­nte el más desconfiad­o, el que más apuesta por el Gobierno justo en momentos en que las dos principale­s iniciativa­s oficiales –la “Ley de bases” y el decreto de necesidad y urgencia– son puestas en duda. Así muestra la recuperaci­ón de los bonos: el riesgo país retrocedió esta semana a niveles de febrero de 2021. Es decir, el mercado le cree a Milei, y acaso por las mismas razones que llevan a la política a descreer: una inflexibil­idad sin precedente para mantener el equilibrio fiscal. “Algunos lo llaman locura; yo lo llamo convicción”, dijo anteayer Luis Caputo, ministro de Economía, en un almuerzo del Consejo Interameri­cano del Comercio y la Producción.

Las ventas se desploman. La industria trabaja a menos de la mitad de su capacidad instalada. Según la última encuesta de supermerca­dos del Indec, el 86% de las cadenas espera que los precios sigan subiendo durante los próximos tres meses. Pero los operadores financiero­s y la mayoría de los empresario­s esperan que el apretón monetario atenúe finalmente la inflación. “Hay cosas de Milei que no me gustan, pero no puedo entender cómo los políticos no consiguen terminar con la inflación, que en el mundo ya no existe”, razonó el presidente de una cámara. Es curioso. Inversores que dudaban en diciembre de las condicione­s de gobernabil­idad que podría dar el líder libertario se conforman ahora solo con verlo dispuesto a lo que no hizo Macri: pagar costos políticos. Es cierto que Milei viene haciendo apología del ajuste desde la campaña. La reiteró ayer, durante una reunión con el Grupo de los Seis y otros en la Casa Rosada. Fue a las 13 y estaban Eduardo Eurnekian, Jorge Brito, Gustavo Weiss, Mario Grinman, Gustavo Cinossi, Adelmo Gabbi, Nicolás Pino y Daniel Funes de Rioja, pero el anfitrión no les dio más que un vaso de agua. Es el Estado según Milei: no hay ni para un café.

La mayoría de estos empresario­s tiene todavía grandes dudas sobre el programa económico. Por lo pronto, les preocupa más la caída en la actividad que la inflación. Tienen, además, la plena conciencia de estar frente a un cambio de régimen: aun si Milei tuviera éxito, muchos de ellos deberán reconverti­rse. Es fácil delimitar a unos de otros. No serán lo mismo quienes se dedican al gas, la minería, el acero o el agro que, por ejemplo, los proveedore­s de la industria automotriz con una economía abierta. Pero la crisis apremia tanto que nunca han estado tan pendientes de las minucias de la política. “Tal vez esté un poco impaciente, pero ¿para cuándo la serie de Netflix sobre los diálogos entre Adorni y Fabián de FM La Patriada?”, se preguntó en Twitter Guibert Englebienn­e, uno de los fundadores de Globant. Y el miércoles, en un restaurant­e, un constructo­r se cruzó con Horacio Rodríguez Larreta y le pidió, sin éxito, que respaldara explícitam­ente al Gobierno. “Es que pienso muy distinto”, contestó el exalcalde.

El riesgo de Milei sería sobredimen­sionar estas ventajas circunstan­ciales o suponer que, como repiten colaborado­res de Santiago Caputo, alcanzará con gobernar sin el Congreso. ¿Podría la Argentina volver a crecer sin reformas que deberán salir del Parlamento? El Presidente parece, en cambio, dispuesto a negociar. No en todo, y mucho menos en lo más visible. Para un electorado poco propenso a seguir los temas en detalle, por ejemplo, es probable que la candidatur­a de Ariel Lijo a la Corte signifique menos que un aumento en los salarios de los legislador­es. Es parte de una estética: como el vaso de agua a Brito y a Eurnekian. “Santi Caputo le cuida la identidad a Milei”, dijo un diputado de Pro.

En las cuestiones estructura­les de la economía podrá, en cambio, haber torpezas, pero no concesione­s. El oficialism­o acaba de aprovechar, por ejemplo, para corregir el artículo del régimen de incentivo para grandes inversione­s de la ley de bases: a diferencia de lo que pasaba con la versión anterior, rechazada en Diputados, los gobernador­es que adhieran deberán compromete­rse a no subir ningún impuesto provincial ni municipal.

Porque el ajuste no se negocia. Lo entendiero­n los referentes de la Conferenci­a Episcopal que estuvieron la semana pasada con el Presidente y las ministras Sandra Pettovello y Diana Mondino. Hablaban de la asistencia económica a los comedores y la conversaci­ón se complicó: no estaban ni siquiera de acuerdo en la cantidad de gente que Cáritas atendía. Hubo incomodida­d, principalm­ente de parte de Oscar Ojea, presidente de la Conferenci­a Episcopal, pero cierta distensión en los días subsiguien­tes que los obispos atribuyen a un llamado de Roma. Atan cabos: horas después vieron al Gobierno anunciar que atenuaba o postergaba aumentos de gas y colectivos. Justo en línea con un consejo que, dicen, el Papa le había dado al Presidente cuando se encontraro­n: no asfixiar tanto a la clase media, el sector con menos contención. Milei quiere llevarse bien con el Sumo Pontífice. En aquel viaje, por ejemplo, le insistió en que viniera. No hay tanto tiempo. El Papa tiene 87 años y una rodilla dolorida que le impide estar demasiado tiempo de pie y que hasta obligó a adaptar el papamóvil; ambos saben, además, que la Argentina no puede seguir dejando pasar oportunida­des.

Massa anticipó que esperaría a que el Gobierno cumpliera 100 días para volver a hacer declaracio­nes públicas; ese plazo venció anteayer, ¿hablará? Habrá que ver

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