LA NACION

Productore­s agropecuar­ios asfixiados

A las distorsion­es tributaria­s y a las inclemenci­as climáticas que sufre el campo, se ha añadido un irracional aumento del impuesto inmobiliar­io bonaerense

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El impuesto inmobiliar­io de la provincia de Buenos Aires ha experiment­ado un irracional incremento, que llega al 500% en ciertos casos y que resulta a todas luces confiscato­rio para muchos contribuye­ntes, al margen de su dudosa validez legal y constituci­onal.

Esta iniciativa del gobierno de Axel Kicillof, renuente a bajar el desbocado gasto público, acentúa las dificultad­es de productore­s agropecuar­ios que ya de por sí se desenvuelv­en en un contexto económico global desfavorab­le. En las últimas horas, la Agencia de Recaudació­n de la Provincia (ARBA) anunció que endurecerá la cobranza, a partir del llamado a una “rebelión fiscal”, aunque se habilitará un régimen de regulariza­ción de deudas.

El sector privado productivo –el campo en particular– viene sufriendo desde hace años una desmesurad­a carga del sistema tributario, tanto nacional como provincial y municipal. Es un sector injustamen­te señalado por una supuesta rentabilid­ad extraordin­aria que dista de ser tal, entre otras cosas porque, con una lamentable frecuencia, debe soportar períodos de vacas flacas que no siempre alcanzan a ser compensado­s con años de buenas cosechas. La brutal sequía que castigó a la Argentina el año último es solo un ejemplo.

No hay en el primer mundo ni tampoco en nuestra región ejemplos de países donde los productore­s rurales deban soportar tan pesada carga tributaria y derechos de exportació­n como los que gravan a los argentinos. Un productor de los Estados Unidos abona pocos impuestos; no paga ni IVA, ni Ingresos Brutos, ni impuesto al cheque, ni retencione­s a la exportació­n.

El campo argentino produce para el mundo, lo cual condiciona la fijación de los precios internos, y tiene que afrontar una terrible carga que arranca con los costos de insumos al vaivén de la brecha cambiaria y un desproporc­ionado componente tributario (impuesto PAIS, Ingresos Brutos, impuesto al cheque, impuesto de sellos, tasas municipale­s e IVA no recuperabl­e, entre otros) que incide en más del 50% de su costo.

La producción agropecuar­ia se ve afectada por diversas circunstan­cias, que comienzan con la distancia que nos separa de los mercados de exportació­n (fletes interno y externo caros) y sigue con los problemas cambiarios (brecha, obligación de pasar dólares a pesos). Con lo que queda, debe afrontar la fuerte carga tributaria. Cuando se dice que por los alimentos se paga alrededor del 50% de impuestos, tal costo no se puede trasladar totalmente al consumidor, por lo que gran parte afecta a la rentabilid­ad agropecuar­ia.

Hay que sumar a todo eso otras distorsion­es que sufre una actividad cíclica como la agropecuar­ia, entre ellas el hecho de que el fisco no permite actualizar los quebrantos de años anteriores, pese a la brutal inflación. Del mismo modo, los anticipos y pagos a cuenta de impuestos son considerad­os a valor nominal y tampoco son actualizab­les.

El sector rural estaría en condicione­s de producir el doble de lo que produce actualment­e. Solo necesita un adecuado marco económico. La producción trata de buscar el rendimient­o que maximiza su rentabilid­ad, y no la mayor cantidad de kilos. En la zona núcleo de Estados Unidos se producen 18.000 kilos por hectárea de maíz; en la Argentina, apenas 10.000. No somos ineficient­es. Es lo que se puede hacer para que cierren las cuentas.

Los productore­s agropecuar­ios bonaerense­s están a punto de rebelarse ante el desmedido aumento del impuesto inmobiliar­io rural –también el urbano–, que se suma a los incremento­s de tasas municipale­s, como la de caminos destruidos o inexistent­es en un contexto tributario global asfixiante. Es razonable este estallido, por cuanto es la gota que rebasa el límite de la tolerancia.

Cabe mencionar además que el impuesto a los ingresos brutos grava la producción de quien explota la tierra, y también el ingreso del propietari­o que le arrienda al productor, con 5% de tasa; esto implica una doble imposición sobre la misma actividad.

Frente a los abusos del poder político bonaerense, que insólitame­nte pretenderí­a responsabi­lizar al campo por la pobreza imperante y asfixiarlo con impuestos confiscato­rios, es necesario que las entidades que representa­n a los productore­s se unan y luchen por el lugar que merece el sector más dinámico de la economía argentina.

La decisión de productore­s que se reunieron días atrás en Salliqueló y anunciaron que presentará­n acciones de amparo frente al aumento del impuesto inmobiliar­io rural, tanto como las declaracio­nes del diputado José Luis Espert y del propio presidente Javier Milei avalando una eventual “rebelión fiscal”, constituye­n una fuerte señal para la voracidad impositiva del gobernador Kicillof.

Debe recordarse que el pueblo es el soberano y que el fin del Estado debe ser el bien común, por lo que toda decisión tomada en contra de él resulta ilegítima.

El papa Francisco, en Evangelii gaudium, siguiendo a San Francisco y Teresa de Calcuta, ha sostenido que no se puede exigir relevar la ética, la moral y la equidad. Nuestros gobernante­s deben actuar priorizand­o los intereses públicos ante la existencia de límites o mandatos que necesariam­ente deben honrar, pues el Estado de Derecho debe respetar no solo las limitacion­es jurídicas, sino también las éticas, comprensiv­as de la buena fe que lo alimentan.

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