LA NACION

La impunidad, el mayor activo de la casta

- — por Héctor M. Guyot

Hay algo que sabemos, pero tendemos a olvidar: la falta de independen­cia del Poder Judicial –su sometimien­to al poder político– es la causa que mejor explica el deterioro de nuestro país. La impunidad es el mayor activo de la casta. Bajo su amparo, los conocidos de siempre se entregan al gozoso ejercicio de la corrupción. Ese activo es provisto por jueces venales que pasan a integrar el club de privilegia­dos que pagan su felicidad con fondos públicos mientras generan, del otro lado, un vacío que explica la pobreza de la mitad de los argentinos. El Presidente no se cansa de fogonear una polarizaci­ón entre “los argentinos de bien” y “la casta”. Tras la nominación del juez Ariel Lijo para cubrir la vacante que dejó Elena Highton en la Corte Suprema, ¿de qué lado habría que ubicar a Javier Milei? Aunque quizá sea muy pronto para responder el interrogan­te, la pregunta se impone sola.

Puede que el Presidente encarne el cambio en un aspecto esencial, pero en otros representa la más acabada continuida­d. Las dificultad­es surgen cuando esas continuida­des conspiran contra ese cambio que aparece como el principal objetivo del Gobierno. Por otro lado, al reafirmar las continuida­des, Milei parece desconocer que parte de los votos que obtuvo contenían el mandato de ponerles fin: la expectativ­a social de cambio que lo llevó a la presidenci­a pasaba también por ahí. En este punto, defrauda a muchos.

No hay duda de que el Presidente está decidido a producir un cambio en la economía basado en el equilibrio de las cuentas, la desregulac­ión y la reducción del Estado. Para sanear un sistema económico enfermo, se atreve a hacer lo que ningún gobierno hizo antes. Esta osadía, junto con la presunción de que sabe qué resortes mover para lograr su propósito, mantiene la ilusión de cambio en una sociedad dispuesta a apostar en él lo poco que le queda, consciente acaso de que el fracaso de esta oportunida­d abriría las puertas a un padecimien­to aún mayor del que supone la recesión actual. Aquí el temor es que el Presidente no calibre los efectos que el desborde de su ortodoxia podría tener sobre aquellos que están cerca del abismo o ya ruedan por la pendiente.

Del otro lado, la continuida­d más ostensible es la perpetuaci­ón del populismo tanto en el discurso presidenci­al, pródigo en agravios, como en la dinámica confrontat­iva que ese discurso promueve. Era ingenuo esperar otra cosa de quien admira a Donald Trump y basa su popularida­d en el desenfreno emocional, con prevalenci­a de la ira. En esto Milei es la continuida­d del kirchneris­mo. Algo paradójico, dado que el voto republican­o que le dio el triunfo en el balotaje no pedía motosierra, sino que apuntaba al deseo de dejar al kirchneris­mo atrás (la otra opción, recordemos, era Sergio Massa).

En su populismo, Milei no representa lo nuevo, sino lo viejo. Sin embargo, oímos que encarna un fenómeno que no puede ser analizado con las herramient­as de la vieja política y exige poner en juego categorías nuevas. La idea, peligrosa, habilita en forma subreptici­a sus desbordes y le concede una suerte de patente de corso que vuelve aceptables actitudes que en otros serían condenadas de inmediato. El descalific­ador “no la ve” que disparan los libertario­s ante las críticas es el intento de hacer pasar lo conocido, lo que ya hemos visto tantas veces, por algo nuevo y original.

Con la nominación del cuestionad­o juez Lijo, aparece la sombra de una continuida­d más ominosa. Aun sin proponérse­lo, con esa decisión Milei les está diciendo a los gobernador­es feudales y a quienes fatigan los tribunales que no se preocupen. Que, aunque se disponga a cambiar el diseño económico del país, la política seguirá manejando a la Justicia y eso es garantía de la pervivenci­a de la casta. En el fondo, soy uno de ustedes. Que siga la fiesta. Ese es el mensaje.

La cosa es muy mala, aun prescindie­ndo de especulaci­ones sobre si en el origen de esta nominación, más allá del despecho del juez supremo Ricardo Lorenzetti, hay un pacto de la Casa Rosada con Cristina Kirchner, Massa o algunos gobernador­es peronistas.

Sobre el juez Lijo pesan fuertes denuncias judiciales y periodísti­cas por dudosos manejos en causas sensibles, y su nombre está ligado a la troupe de “operadores judiciales” con terminales en distintos partidos y entre los que se menciona a su hermano, Freddy Lijo, a Daniel Angelici y al exfunciona­rio sciolista Guillermo Scarcella. Como dicen en las redes, más casta no se consigue.

Con las causas de la corrupción K en pleno avance, son muchos los que buscan una impunidad que la actual mayoría de la Corte –compuesta por Horacio Rosatti, Carlos Rosenkrant­z y Juan Carlos Maqueda– no está dispuesta a conceder, a la luz de la independen­cia con que dicta sus sentencias.

¿Puede Milei recuperar la confianza de los inversores, vital para la economía, si avala la burla a la ley? Más aún, ¿puede el país seguir adelante si cierra los ojos al latrocinio de los gobiernos K, es decir, si la impunidad vence? Hay continuida­des que, de afianzarse, relegarían cualquier noción de cambio.

Con la nominación del juez Lijo para la Corte, aparece la sombra de una continuida­d ominosa. Milei les está diciendo a quienes fatigan los tribunales que no se preocupen

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