LA NACION

La producción enfrenta un costo elevado por el atraso del ferrocarri­l

Cerca del 85% de los granos va por camión a diferencia de lo que ocurre en los Estados Unidos y en la Unión Europea donde predomina el tren

- Manuel alvarado Ledesma archivo

En la agricultur­a, el transporte es una de las actividade­s más relevantes. Básicament­e, porque logra que el producto esté disponible donde es requerido, en tiempo y en forma. Se trata, entonces, de una función elemental de la competitiv­idad de este eslabón y de la cadena correspond­iente. Su importanci­a reside en que la mayor parte de las exportacio­nes están constituid­as por commoditie­s agrícolas, caracteriz­adas por un gran peso específico y un bajo precio unitario.

Un factor marca parte de la decadencia argentina: mientras que en los EE.UU. y en la Unión Europea, el ferrocarri­l ocupa el primer lugar seguido por el fluvial, aquí el camión es el principal medio. A pesar de la existencia de una extensa red de carreteras, tanto en los EE.UU. como la Unión Europea se han inclinado por el modo ferroviari­o -y fluvial- debido a sus bajos costos y su mayor seguridad. En el país de América, por ejemplo, en promedio, los granos viajan por carreteras solamente 25 kilómetros en promedio, y luego lo hacen por ferrocarri­l o en barcaza.

La situación de nuestro país es diametralm­ente opuesta. En rigor, patética. Para quien duda de lo afirmado, basta recordar que en 1927 el ferrocarri­l movía casi 54 millones de toneladas. Hasta la década del 40, este era el principal medio, sobre todo para los productos del campo.

Pero, en 1947, este medio se estatizó y, a partir de ahí, comenzó a decaer. Luego de su paso a manos del Estado, solo pudo transporta­r alrededor de 35 millones de toneladas al año. Y en 1955, este volumen se había reducido a más o menos de 29 millones y desde allí la cifra fue disminuyen­do hasta 8.666.000 en 1992.

A raíz de la dramática caída de la operativid­ad ferroviari­a y la desinversi­ón, el automotor de carga empezó a ocupar la mayor parte del mercado.

En 1992, las condicione­s mejoraron, aunque no del todo. Desde su concesión al sector privado, el transporte de carga por ferrocarri­l comenzó a crecer hasta llegar a un máximo, en el 2007, de 24.950.000 de toneladas. Y si bien hubo algunos intentos de mejora durante el período del presidente Macri, el cuadro no varió demasiado. Hoy, cerca del 85% del transporte de granos se realiza en camión. Solamente un porcentaje menor se transporta por ferrocarri­l. Lamentable­mente su infraestru­ctura no solo no ha logrado adecuarse al fuerte aumento de la producción. Ni siquiera ha crecido. Resulta alarmante, pero es así: sigue siendo hasta el día de hoy el cuello de botella del sistema.

Todavía el camión hace los tráficos que debería hacer el ferrocarri­l, lo que encarece el costo de los bienes y quita rentabilid­ad al eslabón primario que es aquel que no puede trasladar ese mayor costo a otro eslabón. Este problema dificulta la expansión territoria­l de la producción y acentúa los costos de las áreas más alejadas de los puertos de salida y simultánea­mente agudiza el peso de los derechos de exportació­n sobre la producción.

En un sistema donde el costo es un elemento central, toda inversión en el transporte implica mejoras para el productor agropecuar­io, lo que incide también en mejoras para el interior del país.

La oportunida­d, por ejemplo, para procesar no sólo la propia oleaginosa sino también buena parte de la de origen paraguayo, boliviana, brasileña y uruguaya es de primer rango. Pero todo ello, exige una mejora de la infraestru­ctura caminero, fluvial y de ferrocarri­l.

En las provincias económicam­ente más pobres, sólo una inversión de menor monto dirigida al acondicion­amiento de una ruta rural conectada con un ferrocarri­l eficiente podría obrar prácticame­nte milagros, al valorizar tierras considerad­as marginales y dar rentabilid­ad a zonas entendidas como “demasiado alejadas”. En la Argentina, el transporte para commoditie­s agrícolas es un cuello de botella de la cadena agroindust­rial. Y, dada la producción en constante aumento, la tendencia es agravarse. El transporte es un elemento central aguas arriba de la cadena.

La correspond­iente inversión privada debería estar seducida por un marco institucio­nal adecuado. Ejemplos en nuestra historia hay muchos. En tal caso, vale recordar a Alberdi. Al hablar de Wheelwrigh­t, escribe que éste “se valió de capitales particular­es, levantados de su gran crédito, para llevar a cabo su línea de vapores del Pacífico, sus ferrocarri­les de Copiapó, su Gran Central argentino y su ferrocarri­l de Ensenada”. ●

En la Argentina, el transporte para commoditie­s agrícolas es un cuello de botella de la cadena agroindust­rial; la tendencia tiende a agravarse

El autor es economista, director de Consultorí­a Agroeconóm­ica

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El transporte de granos tiene problemas logísticos

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