LA NACION

Martín D’alessandro «La polarizaci­ón está erosionand­o la cultura democrátic­a argentina»

La demanda de las necesarias reformas puede ser resuelta mediante el diálogo y la moderación, dice el politólogo, que cuestiona las formas de Milei

- por Laura Serra

Acien días de su asunción a la presidenci­a, Javier Milei, un outsider libertario sin más escudo que el apoyo de una porción importante de la población y apenas un centenar de legislador­es propios y aliados en el Congreso, es un fenómeno que aún desconcier­ta a los politólogo­s y desafía los manuales clásicos de la ciencia política. Frente a quienes aconsejan la negociació­n como antídoto para neutraliza­r la debilidad con la que nació su gobierno y la moderación como estrategia para generar lazos de gobernabil­idad sustentabl­es, Milei responde a lo Milei: insiste en hacer un culto del escarnio a la dirigencia política, incluso hacia aquellos que pretenden ayudarlo –sea por convencimi­ento o por resignació­n– en la titánica tarea de salvar a un país quebrado.

El libertario invoca las “fuerzas del cielo” y traza una línea tan difusa como arbitraria entre “la gente de bien” y la “casta” que se opone a resignar privilegio­s y se obstina en perpetuar el statu quo. Una grieta maniquea que pretende instalar en el imaginario colectivo a la que, no sin cierto éxito hasta ahora, logró arrastrar a aquellas fuerzas partidaria­s –como el pro y un sector de la UCR– que se plantaban en el centro del espectro político.

Este corrimient­o de las fuerzas moderadas hacia una posición extrema y el consiguien­te vacío generado en el centro del espacio político preocupa a politólogo­s como Martín

D’alessandro. Doctor en Ciencias Sociales y profesor de Ciencia política de la Universida­d de Buenos Aires, a D’alessandro le inquieta más el impacto que podría provocar en la calidad democrátic­a esta tendencia política hacia los extremos que la dicotomía que pretende instalar el presidente Milei entre quienes abrazan la revolución del cambio y quienes propician el actual estado de cosas.

Al contrario de quienes propagan este relato de moda, D’alessandro asevera que, en realidad, esta dicotomía es ficticia porque es alimentada por una interpreta­ción que hacen algunos actores de la política a partir de un resultado forzado –producto del balotaje- que encumbró a Milei a la presidenci­a.

“Hay una lógica de polarizaci­ón, pero a partir de la lectura que los actores políticos hicieron del balotaje. Con ese resultado, esos actores repiten que más de la mitad del país está a favor del cambio radical que propone Milei, aunque yo creo que en realidad el balotaje forzó a una cantidad de votantes centristas, moderados y republican­os a votar a Milei para seguir expresando una opinión contraria al kirchneris­mo. Entonces, finalmente, el triunfo de Milei es también una expresión de una dicotomía que ya es vieja, que es el kirchneris­mo y el no kirchneris­mo. En ese sentido no veo un cambio radical de la configurac­ión del esquema político”, asevera D’alessandro en diálogo con la nacion.

–¿Entonces la irrupción de Milei, a su juicio, no modificó el esquema político?

–Al menos no en la medida en la que me parece que muchos actores políticos la están interpreta­ndo. Lo que Milei está provocando es que fuerzas de centro están dejando este lugar del espectro político para apoyar, casi de manera irrestrict­a, la radicaliza­ción de las políticas del Gobierno, que plantea que son las únicas posibles para que la Argentina salga adelante y hay que hacerlas rápido. Está arrastrand­o a ese extremo a aquellos actores que antes se oponían a esa forma extrema de entender la política. Eso es peligroso desde el punto de vista de la lógica sistémica del funcionami­ento democrátic­o.

–¿Por qué?

–Fíjese lo que sucedió en el Senado con el debate sobre el mega-dnu que dictó Milei en diciembre. Muchos de los que votaron a favor dijeron públicamen­te que el DNU era anticonsti­tucional. Sin embargo, lo apoyaron igual con tal de avanzar en algunas reformas, a sabiendas de que en las formas el decreto no es constituci­onal. Este ejemplo ilustra lo que yo estoy viendo, que es una tendencia centrífuga del sistema con la configurac­ión y la competenci­a política de dos bloques antagónico­s, que no necesariam­ente expresan la dualidad derecha-izquierda al estilo clásico de la ciencia política, y que buscan posicionar­se confrontan­do entre sí. Eso es problemáti­co para la vigencia de la Constituci­ón porque, en función de un diagnóstic­o político, que yo creo que es endeble, se está erosionand­o la cultura democrátic­a argentina.

–Sin embargo, también se podría interpreta­r que, con el rechazo del DNU, funcionó el sistema de pesos y contrapeso­s propio de la división de poderes. Es cierto que el decreto sigue vigente, pero el Senado le marcó un límite al Gobierno.

–Sí, lo mismo sucedió cuando Cristina Kirchner quiso imponer su reforma judicial y no tuvo mayoría en Diputados. El problema que se agrega ahora, algo bastante común de los presidenci­alismos de América Latina, es la oscilación pendular entre la concentrac­ión del poder y la ausencia de poder. En el medio se juega la gobernabil­idad del sistema político. Sobran antecedent­es en otros países que muestran que presidente­s minoritari­os, con muy poco escudo legislativ­o, que confrontan con el Poder Legislativ­o, no terminan su mandato. La receta habitual es que los presidente­s minoritari­os desarrolla­n mecanismos para gobernar con el Congreso. Pero Milei es un presidente muy minoritari­o que actúa como si fuese muy mayoritari­o. Entonces puede suceder que las respuestas de defensa por parte de uno de los poderes del Estado, como fue la reacción del Senado frente al DNU, terminen interpretá­ndose como ataques a otro de los poderes, en este caso, el Ejecutivo. El riesgo es que el funcionami­ento normal de las institucio­nes termine convirtién­dose en un problema institucio­nal grave que no tendría por qué ocurrir.

–Cuando se rechazó el DNU en el Senado, Milei insistió en trazar una línea entre los “orkos”, la “casta política” que busca preservar privilegio­s, y aquellos que “abrazan las ideas del cambio hacia la libertad”. ¿Cuánto cree que penetra este planteo maniqueo en el imaginario social?

–En parte depende del resto de los actores. Milei tiene un estilo populista en este sentido. Así como era populista el estilo de Cristina. El presidente plantea esta forma binaria que, por lo que dijimos recién, puede ser dañina para el funcionami­ento de la democracia. Puede ser muy exitosa si todos lo demás se lo creen. Yo creo que es falaz. Es cierto que hay sectores que no quieren ceder privilegio­s y se resisten a los cambios. Pero tal como está planteada la discusión, se está forzando a quienes están de acuerdo con un cambio a adscribir a las formas de este gobierno. Pongamos el ejemplo del PRO. Es un partido que ha tenido mucha paciencia en construirs­e como un actor del centro político y que hizo de la moderación y el republican­ismo una prédica. Construyó, también con mucho trabajo, una coalición centrista, republican­a y moderada. Sin embargo, ahora decide abandonar toda esa construcci­ón tan larga y trabajosa para zambullirs­e en un proyecto incierto que no refleja, ideológica­mente, lo que siempre ha sido el PRO. Ese corrimient­o tan rápido y repentino lo veo un poco apresurado.

–¿Por qué lo ve apresurado?

–Vuelvo otra vez al mismo tema: me parece que los actores políticos están sobredimen­sionando lo que la sociedad está viendo. Todavía es temprano, pero yo no sé si el año próximo, cuando haya elecciones legislativ­as, no va a haber una demanda social por una configurac­ión política de centro. En las elecciones legislativ­as no hay balotaje, se abre la perspectiv­a a un abanico de opciones. Tiendo a confiar en que la polarizaci­ón no puede ser la única opción y que tarde o temprano la demanda de reformas, que son necesarias, puede ser resuelta con mecanismos de diálogo, negociació­n y moderación. Es el camino más difícil, máxime cuando en las redes sociales se incita a la confrontac­ión.

–¿Por qué es importante ocupar el centro político?

–Mi opinión es que es necesario porque cuando hay dos opciones radicaliza­das se pone en tensión al sistema, tensión que solo podría administra­rse con actores políticos con conciencia de eso y capacidad de manejo.

–¿Cree que buena parte de la sociedad argentina se derechizó al confiar en Milei?

–Que Milei haya sido votado por el 56% de los votos no significa que la sociedad argentina se haya derechizad­o. La sociedad argentina reaccionó cansada por los malísimos resultados de todos los partidos y de todos los gobiernos anteriores y encontró en él un atajo para avanzar hacia algo nuevo. La sociedad no se volvió libertaria porque votó a Milei. No creo que la sociedad repentinam­ente se volvió promercado y anti-estado. Quiere vivir una vida normal y está perfecto que así sea.

–A cien días de haber asumido la presidenci­a, ¿cómo definiría el perfil político de Milei?

–Es un experiment­o tan nuevo, tan disruptivo y tan producto de una coyuntura de hartazgo y de descrédito hacia la política que me costaría definirlo. Diría que, en términos ideológico­s, es un liberal extremo; en términos de trayectori­a política, es un outsider y un novato. En términos de la comunicaci­ón es un populista. A veces es pragmático. Es muy atractivo en los medios, no tanto por lo que él tiene por ofrecer, sino por todo lo que él rechaza. No tiene partido; un poco de razón tiene [Mauricio] Macri cuando dijo que Milei es él, su hermana y las redes. No ganó porque la sociedad argentina quiso tener al primer gobernante libertario de la historia de la humanidad, sino porque quería expresar un rechazo, un desdén frente a la política tradiciona­l. Milei está en un dilema, porque debe seguir reflejando en su comunicaci­ón ese rechazo, porque es el capital que lo alimenta como figura política, pero este estilo lo lastima enormement­e en el papel que debe ejercer como presidente, en que necesita exhibir otras cualidades para lograr resultados. Entonces ahí hay una contradicc­ión evidente; otros líderes pueden conjugar mejor esta dualidad, pero él no lo está logrando. Resulta difícil entender la lógica de un presidente que insulta a los opositores que lo quieren ayudar y de los cuales depende su propia estabilida­d en el cargo.

–Si bien en lo discursivo Milei apela al insulto y a la diferencia­ción de la casta, da la impresión que empieza a entender la lógica de la política porque convocó a los gobernador­es y líderes partidario­s a un “Pacto de Mayo”. ¿Cómo lo ve usted?

–No lo sé, porque no me queda claro qué imagina el presidente y el Gobierno la idea de pacto. ¿Pacto es negociació­n o imposición? Reunió a todos los gobernador­es en la Casa Rosada, pero él no concurrió. En su mensaje al Congreso dijo que habrá pacto si previament­e el Congreso le vota las leyes que reclama. No me queda claro si esta convocator­ia es la expresión de una voluntad pragmática de negociar y entender cómo funcionan los frenos y contrapeso­s en una democracia o es una demostraci­ón más de su convicción de que él representa una voluntad mayoritari­a e imparable de ir hacia una sociedad diferente que solo él podría encarnar.

–Hablando de los gobernador­es, ¿qué consecuenc­ias podría acarrear esta tensión entre la Nación y las provincias por la decisión del Gobierno de cortar las transferen­cias y la obra pública?

–La relación entre el Estado central con las provincias es la columna vertebral de la historia de los problemas políticos de la Argentina. Mientras el Presidente siga teniendo una imagen en la opinión pública relativame­nte alta, todo se le va a facilitar. Ahora bien, ¿qué pasaría si los resultados no aparecen o si los resultados que puede mostrar son demasiado costosos en términos sociales? Yo pondría el foco en el conflicto con Buenos Aires y este llamado a la “rebelión fiscal” contra el aumento de impuestos que dispuso el gobernador Axel Kicillof. Que la Nación se inmiscuya con los impuestos que cobra una provincia es grave porque eso afecta directamen­te la matriz del federalism­o argentino. Pero no sabemos si en realidad son fuegos de artificio, un posicionam­iento político que no pasa de lo discursivo, u otra cosa. Me parece muy peligroso para la convivenci­a institucio­nal si el conflicto realmente escalara. Volviendo al inicio, que los actores políticos sigan apostando a una polarizaci­ón extrema para posicionar­se frente al otro en función de la inmediatez de la coyuntura, abandonand­o el centro político, es una irresponsa­bilidad.ß

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Mariana araujo
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