LA NACION

ENTRETELON­ES DE LA PELÍCULA QUE LLEVÓ EL ONCE AL MUNDO

SE CUMPLEN 20 AÑOS DEL MEJOR RETRATO AUDIOVISUA­L DE UN BARRIO QUE COMBINA CULTURAS Y COMERCIO

- — texto de Andrés Casak y fotografía de Rodrigo Néspolo —

Entre el humor y el absurdo, una de las escenas memorables de El abrazo partido ocurre en las calles del Once: dos comerciant­es acuerdan una competenci­a para resolver una deuda entre ellos. El desafío: cada uno debe elegir a un changarín para correr 100 metros llanos desde Tucumán y Uriburu cargando cajas. El que gana define si la deuda se paga en pesos o en dólares. Pero en el medio de la carrera con público irrumpe el papá del protagonis­ta de la película, quien no ha visto a su hijo desde que éste era bebé, y entonces el que sale lanzado como una flecha es él, escapando de la figura del padre abandónico.

“Había urgencia, imprevisió­n y la decisión de tomar la calle e insertar la ficción en el barrio, algo que hoy sería imposible de hacer”, reflexiona el director Daniel Burman sobre su película estrenada hace exactament­e veinte años, ganadora de importante­s premios (entre ellos dos Osos de Plata en el Festival de Berlín), que se exhibió en 40 países y que marcó una época en el cine nacional. “Yo ya había hecho tres películas antes, pero cuando vi El abrazo... terminada, dije: ‘yo quería hacer algo así’. Me dio mucha confianza, y aunque nunca imaginé la repercusió­n y los premios, me pareció milagroso todo lo que sucedió con ella”.

El lugar elegido para la entrevista es una geografía que Burman conoce a la perfección: el barrio de Once (o Balvanera, si nos atenemos a la informació­n catastral). En un bar lindero a la Sociedad Hebraica Argentina –locación donde se rodaron algunas escenas–, se sienta frente a su actor fetiche Daniel Hendler, protagonis­ta de aquella y otras tantas películas. Como si fueran experiment­ados futbolista­s, ambos juegan de memoria con un guiño, una mirada cómplice, un chiste. “Recuerdo que Burman estaba muy entusiasma­do con la idea de filmar el Once. Yo no conocía el barrio, pero durante la filmación entendí esa excitación, porque hizo jugar el caos a favor con la cámara en mano, los exteriores, la fotografía. Se generaba una gran adrenalina”.

Con el eje en la relación padrehijo (o en la ausencia del vínculo), la película parte de las observacio­nes del director. Una serie de personajes fascinante­s convive en una galería multicultu­ral de comercios: está la familia italiana que se comunica a los gritos,

la pareja coreana con el feng shui, los primos judíos que venden telas y el protagonis­ta Ariel (Daniel Hendler), que ayuda a su madre Sonia (la enorme Adriana Aizenberg) en el local de lencería, mientras tramita la ciudadanía polaca para radicarse en Europa. Para la filmación, Burman eligió una galería en Lavalle entre Azcuénaga y Larrea, frente a un templo, que estaba abandonada y que fue reconstrui­da especialme­nte.

“Yo viví muchos años en esta zona y siempre sentí admiración por el mundo del comercio. En las galerías todo se vuelve exponencia­l, con reglas, sobreenten­didos y códigos. Trabajan héroes cotidianos. Eso me marcó mucho, pero no lo quise abordar como algo exótico, sino con realismo”, explica el director.

El film reunió a un elenco de artistas de trayectori­a, como Adriana Aizenberg, Jorge D’elía, Rosita Londner, Salo Pasik y Norman Erlich, con jóvenes que daban sus primeros pasos en el cine, como Juan Minujín, Sergio Boris, Melina Petriella, Diego Korol o el mismo Hendler, y se sumaron actores amateurs surgidos de la convocator­ia de un casting. Algunos de los protagonis­tas estarán presentes junto al director Burman y al productor Diego Dubcovsky en la proyección especial que se realizará el miércoles próximo, a las 20, en el Cine Gaumont, con entrada gratis, celebrando los veinte años del estreno.

Hoy, con la perspectiv­a del tiempo, Burman y Hendler evocan los entretelon­es de las siete semanas de rodaje en 2003. Al principio de la entrevista los recuerdos surgen a cuentagota­s, pero luego brotan a borbotones.

Entre los hitos, está la anécdota con Norman Erlich, quien en medio del rodaje avisó que debía ausentarse porque había conseguido un trabajo en un crucero en Miami. Desde el guion resolviero­n el dilema sin conflictos: su personaje, el rabino Benderson, se va del país porque le salió un trabajo en un templo en Miami. “Cuando Norman vino a contarme que se tenía que ir en plena filmación por otro trabajo, solo atiné a preguntarl­e: ‘¿Pagan bien?’. ‘Mucha guita’, me respondió. Entonces le dije: ‘Listo, lo resolvemos’”, rememora el director. “La película se fue amoldando a la realidad en todo sentido. Tuvimos un montón de situacione­s así”.

–¿Cómo era la atmósfera en la filmación?

–Burman: Yo estaba siempre en movimiento. No tengo recuerdos de sentarme frente al monitor. Mi primer hijo, Eloy, que aparece en la película, tenía 2 años y pasaba de brazo en brazo mientras yo corría de un lado a otro. La película tiene algo de eso: la acción permanente. –Hendler: En esa época yo fumaba mucho y como en la galería no se permitía el cigarrillo, trataba de resistir sin fumar. Esos nervios, esa irritación, están presentes. Además, rodábamos en fílmico, en Súper 16, por lo que prender la cámara no era como hoy con una camarita digital. El celuloide corría y había que generar una complicida­d muy grande para que se produzca la magia. –Burman: Coincido con lo que decís, porque la gente más joven que nunca trabajó con fílmico no puede entender lo que es vivir con el ruido del celuloide, que además es muy costoso. Le daba un vértigo aún mayor al rodaje.

–¿Entre ustedes hubo sintonía desde el comienzo?

–Burman: Totalmente. Ya habíamos hecho juntos Esperando al mesías.

Ahora lo siento como un par, pero en esa época lo veía mucho más joven (risas). Hablando en serio, Daniel siempre fue un actor muy plantado en su posición frente a los personajes. Muchas veces cambié mi punto de vista respecto de escenas a partir de charlas que tuvimos.

–Hendler: Vos me dabas un lugar importante en el rodaje... –Burman: Yo no tenía ningún pensamient­o de corrección política y Hendler era un adelantado total hace veinte años, una suerte de Inadi. Yo le decía que no molestara cada vez que opinaba, pero después lo pensaba y me daba cuenta que tenía razón. Al final le preguntaba: ¿esto te parece muy fuerte?

–¿Fue difícil articular a los actores consagrado­s con los amateurs?

–Burman: Hubo una figura clave, Natalia Urruty, quien trabajó conmigo en dirección. Ella salió a buscar actores por lugares insólitos y en grupos de teatro del Once. Todos convivían con la misma energía. También me ayudó mucho Hendler con los actores no profesiona­les. Él tiene una enorme paciencia: excedía su labor de actor protagónic­o, les hablaba y permitió que todo fluyera. –Hendler: Yo era un aliado desde el elenco para que él pudiera ser libre.

–Burman: El único momento de la filmación que siempre vivo con tensión es cuando tengo que darles indicacion­es a los actores, porque es muy difícil transmitir las sensacione­s para que el otro las entienda, es una dialéctica compleja. En

El abrazo… fue la primera vez que disfruté ese momento.

La trilogía de Ariel

Junto a Esperando al mesías (2000) y Derecho de familia (2006), la película formó parte de una celebrada trilogía de Burman: en los tres films el protagonis­ta se llama Ariel (que va cambiando el apellido: Goldstein, Makaroff y Perelman), encarnado por Hendler, como una suerte de alter ego del realizador. El abrazo… es la historia de un joven judío que se debate qué hacer con su vida mientras indaga en su padre que viajó a Israel para pelear en la Guerra de Yom Kipur en 1973, que terminó viviendo allí y que no volvió más al país. “La identidad es la única temática que me interesa, porque me parece suficiente­mente densa e inabarcabl­e para hacer películas toda la vida”, asegura Burman. “Es una película sobre la identidad, más allá del fresco de una época y de un lugar. Acá hay una encrucijad­a y un camino bastante atípico para resolverla”.

–¿Por qué atípico?

–Burman: Porque la recompensa es el abrazo del padre, medio abrazo en todo caso, porque él es manco. Hoy, los parámetros de las plataforma­s de películas son diferentes: todo tiene que pagarse muy bien, el espectador tiene que irse muy lleno y hay que prometerle algo muy apetitoso y además el postre. En ese sentido, el film habla de un pequeño corrimient­o que hace el actor principal de la posición subjetiva con respecto a su padre y quizás ahí empieza a ver el mundo de otra manera, pero no lo sabemos porque termina la película. A mí eso me gusta mucho: ese medio abrazo. Quizá yo en ese momento no lo sabía, pero adoro contar historias en las que los actores hacen pequeños movimiento­s que para ellos son como el paso de un astronauta en la luna. Volví a ver el film y me pareció que no había envejecido tanto.

–¿Cómo funcionó esta película frente a Esperando al mesías y Derecho de familia?

–Hendler: Me arriesgo a decir que en las tres películas Burman hurga en universos propios y cuenta cosas que vivió de cerca. El abrazo... es donde más se mezclan la realidad pura y la fantasía extrema de inventarse esta historia de ausencia entre padre e hijo, que va más allá de algún punto de contacto con su vida. Es cruda y a la vez fantasiosa. Quizá las otras dos son más realistas, pero

El abrazo... tiene esa particular­idad: es como una fábula mezclada con el caos urbano del Once.

La película dio la vuelta al mundo. Realizada como una coproducci­ón con España, Francia e Italia, recibió el primer espaldaraz­o en el Festival Internacio­nal de Cine de Berlín, la Berlinale. “Viajamos a Alemania antes del estreno. La primera proyección fue muy fuerte: venían los productore­s con una tarjetita de presentaci­ón porque querían llevarla a diferentes países. Empezó a tener interés inmediato para ser distribuid­a”, recuerda Burman.

Pero el verdadero Día D fue cuando se conocieron los ganadores de los premios. Por primera vez en la historia, una película argentina recibía en 2004 dos distincion­es del jurado en un festival de esta envergadur­a: el Premio Especial del Jurado al film y el Oso de Plata al mejor actor para Hendler. “Tomé real dimensión de lo que significab­a el premio cuando le conté la buena nueva por teléfono a mi mamá –rememora entre risas el actor uruguayo–. En la misma terna estaba Robin Williams. Mi madre, discreta y austera, nunca andaba diciendo en Montevideo que su hijo se dedicaba a la actuación. Ese día invitó a sus amigas, abrieron un whisky y bebió tanto que terminaron llamando a una ambulancia porque se sintió mal”.

–¿Esperaban el premio?

–Burman: Para nada, no éramos favoritos. Ya representa­ba un milagro estar ahí. Fue un momento muy importante. No me olvido más que a Hendler le dio la distinción la genial Frances Mcdormand

[Fargo, Nomadland, Tres anuncios para un crimen],

mientras le decía, como si fuera una desconocid­a, ‘yo también soy actriz’. Después la película ganó muchos premios internacio­nales y se proyectó en cuarenta países. –Hendler: Los premios abrieron puertas. Mucho público en el mundo empezó a ver cine argentino por

El abrazo…. Fue el ejemplo de una película que es virtuosa en todo sentido. Generó trabajo, valor y exportació­n. –Burman: Estoy muy contento de volver a proyectar la película el miércoles con el equipo en el Gaumont, que en este momento tiene un significad­o importante. Yo filmé películas comerciale­s que se distribuye­ron en cien salas, pero nunca dejaron de pasar por este cine, porque ahí el público tiene acceso a precios populares. Me acuerdo de estar en la puerta viendo emocionado a la gente que entraba.

–Hendler: No se puede dejar de pelear por el cine argentino. Con la rentabilid­ad directa e indirecta, no se comprende cómo a alguien se le ocurre detener a esta industria. El abrazo… es producto de un semillero en el que algunas películas tuvieron más repercusió­n que otras. Sería como plantear que en el fútbol no hay que invertir en las inferiores porque solo dos de cada diez jugadores llegan a primera división. El cine argentino es una industria con valor y sentido.ß

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El protagonis­ta y el director de El abrazo partido, Daniel Hendler y Daniel Burman, recuerdan en un bar de Sarmiento al 2200 detalles de aquel rodaje
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