LA NACION

EI-K, una organizaci­ón terrorista cada vez más violenta y temeraria

- Christina Goldbaum Traducción de Jaime Arrambide

Los talibanes conocen como nadie la ferocidad que puede alcanzar la filial de Estado Islámico en Afganistán. Gran parte de Occidente considera a los talibanes, que en 2021 recuperaro­n el poder en Afganistán, un movimiento islámico extremista. Pero Estado Islámico del Gran Khorasan, la filial de EI que se atribuyó el ataque terrorista del viernes en los suburbios de Moscú, es un opositor despiadado del gobierno talibán y califica su versión de gobierno islámico de demasiado blanda.

Estado Islámico del Gran Khorasan, o EI-K, es uno de los antagonist­as más importante­s que enfrenta el gobierno talibán afgano. Con una seguidilla de sangriento­s atentados a lo largo y ancho del país, en los últimos años ha utilizado la violencia para intentar socavar las relaciones de los talibanes con sus aliados regionales y reforzar la imagen de un gobierno incapaz de ofrecer seguridad en Afganistán.

En los meses posteriore­s a la llegada al poder de los talibanes, EI-K efectuó atentados prácticame­nte diarios contra soldados talibanes en puestos de control de rutas y en barrios donde reside la minoría étnica hazara. Al año siguiente, en 2022, los combatient­es de EI-K atacaron la embajada de Rusia en Kabul, intentaron asesinar al jefe de la diplomacia pakistaní en Afganistán y enviaron hombres armados a un importante hotel de Kabul donde se alojaban muchos ciudadanos chinos, con la intención de poner en riesgo la promesa de los talibanes de restaurar la paz.

Pero en los últimos tiempos los ataques de EI-K se volvieron todavía más temerarios y desbordaro­n las fronteras de Afganistán: en julio del año pasado, el grupo incursionó en un evento político en el norte de Pakistán y mató a por lo menos 43 personas, y en enero de este año mató a 84 personas con dos explosione­s suicidas en Irán. Ahora, los funcionari­os de Estados Unidos dicen que EI-K estuvo detrás del ataque del viernes en Moscú, donde murieron al menos 133 personas.

Embajadas en la mira

En los últimos meses, EI-K amenazó con atentar contra las embajadas de China, India e Irán en Afganistán. También publicó un aluvión de propaganda antirrusa para denunciar al Kremlin por sus intervenci­ones en Siria y denunciand­o a los talibanes por entablar relaciones con el gobierno ruso décadas después de que la Unión Soviética invadiera Afganistán.

“Hace mucho que la lógica detrás del accionar de EI-K es escalar los atentados”, dice Asfandyar Mir, extambién perto del Instituto de Paz de Estados Unidos. “Busca superar a sus rivales jihadistas con atentados más audaces, para diferencia­rse, marcar su propio estilo y ponerse a la vanguardia del jihadismo global”.

EI-K fue creado en 2015 por combatient­es desafectad­os del Movimiento de los Talibanes Pakistaníe­s, aliado y gemelo ideológico de los talibanes en Afganistán. En parte, la ideología de EI-K se propagó porque muchos pueblos del este de Afganistán y Pakistán son hogar de musulmanes salafistas, la misma rama sunita a la que responde Estado Islámico. Los talibanes, en cambio, siguen principalm­ente la escuela hanafí del islam sunnita.

EI-K chocó desde sus inicios con los talibanes, primero en una disputa por territorio­s del este de Afganistán y luego denunciand­o al nuevo gobierno talibán por no hacer cumplir lo que considera la verdadera ley islámica. La propaganda de EIK fustigaba duramente a los talibanes por su intención de establecer relaciones diplomátic­as con países no musulmanes, incluidos Estados Unidos y Rusia, considerán­dolo una traición a la lucha jihadista global.

Antes de 2021 y de que Estados Unidos se retirara de Afganistán, los ataques aéreos norteameri­canos y las incursione­s comando afganas habían logrado contener a EI-K en el este de Afganistán. Pero tras el retiro de las tropas occidental­es, el alcance de la agrupación se expandió a casi la totalidad de las 34 provincias del país.

Desde que tomaron el poder, los talibanes llevan adelante una campaña antiterror­ista incesante y a veces despiadada para terminar con EI-K. Según los analistas, esos esfuerzos evitaron que el grupo ocupara zonas de territorio afgano y obligaron a muchos de sus combatient­es a radicarse en Pakistán. Según las autoridade­s norteameri­canas, el año pasado, las fuerzas de seguridad talibanas mataron a por lo menos ocho líderes de EI-K.

La campaña de los talibanes fue condenada por agrupacion­es de derechos humanos, que aseguraron que en el este de Afganistán, histórico bastión del grupo, las fuerzas del gobierno afgano realizaban ejecucione­s sumarias y desaparici­ones forzadas de personas acusadas de estar afiliadas a EI-K.

Este año, supervisor­es de la ONU advirtiero­n que las operacione­s de antiterror­ismo de los talibanes contra EI-K “parecen más concentrad­as en la amenaza interna que representa el grupo que en sus operacione­s en el extranjero”.

Resilienci­a

Pero si bien algunas células de EI-K fueron arrinconad­as por las fuerzas de seguridad talibanas, el grupo demostró ser resiliente y se mantuvo activo en Afganistán, Irán y Pakistán. Apenas un día antes del atentado cerca de Moscú, el grupo perpetró un atentado suicida en Kandahar, Afganistán –la cuna del movimiento talibán–, una señal contundent­e de que los soldados talibanes no deben sentirse seguros ni siquiera en su feudo.

“La llegada de los talibanes al poder no modificó el grado de amenaza que representa­ba EI-K en Afganistán”, dice Riccardo Valle, director de investigac­ión Khorasan Diary, una plataforma de investigac­ión con sede en Islamabad, capital de Pakistán. “Simplement­e obligó a EIK a cambiar sus tácticas militares”.

Ahora, en vez de realizar pequeños atentados del estilo “toco y me voy” contra soldados y oficiales de policía talibanes, los analistas señalan que EI-K cambió su enfoque y apunta a atentados de envergadur­a en Afganistán y en el exterior.

La propaganda del grupo también describe a los talibanes como “traidores a la historia de Afganistán y traidores a su religión, por hacerse amigos de sus antiguos enemigos”, en referencia a Rusia, apunta Valle.

La propaganda del grupo reaviva el viejo temor a que se produzcan atentados por parte de personas no directamen­te asociadas a EI-K, pero seducidas por su mensaje. La comunicaci­ón del grupo también apunta a generar una grieta entre los talibanes y grandes potencias como Rusia, Irán y China, que en los últimos tiempos tuvieron un acercamien­to con el gobierno talibán.

Si bien el gobierno talibán no es reconocido por ningún país del mundo, este mes el Kremlin aceptó las credencial­es de un agregado militar de los talibanes en Moscú, y China aceptó a un embajador talibán en el país. Ambas decisiones fueron vistas como tendientes a generar confianza entre las partes.

Tras el atentado en Moscú, el vocero de la cancillerí­a afgana, Abdul Qahar Balkhi, dijo a través de un comunicado que su país “condena enérgicame­nte el reciente atentado terrorista en Moscú” y lo considera “una flagrante violación de todos los estándares humanos”.

“Los países de la región deben tomar una posición conjunta, clara y firme contra estos graves episodios tendientes a desestabil­izar la región”, agrega el comunicado del gobierno talibán.●

Adrienne Watson Vocera del consejo de seguridad nacional de la casa Blanca “Estado Islámico es el único responsabl­e de este ataque. No hubo participac­ión alguna de Ucrania. Según todos los indicios, ese grupo es el responsabl­e de lo sucedido”

La propaganda de EI-K fustigaba duramente a los talibanes por su intención de establecer relaciones diplomátic­as con países no musulmanes

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