LA NACION

El Incaa: una película de terror

Los números del Instituto Nacional de Cine ilustran la irresponsa­ble manera en que se manejó este organismo durante muchos años

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Las revelacion­es sobre la insostenib­le situación económica del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisua­les (Incaa) son cada vez más elocuentes. Los números que empezaron a trascender desde que se hizo cargo a fines de febrero la conducción designada por el Gobierno empiezan a justificar con creces la presencia al frente del organismo de un economista en vez de un representa­nte del sector audiovisua­l, como venía ocurriendo.

Los últimos datos conocidos son especialme­nte precisos para ilustrar el modo irresponsa­ble con el que se manejó el Incaa durante las gestiones del kirchneris­mo, y especialme­nte en la última etapa del gobierno anterior. La nueva administra­ción, encabezada por Carlos Luis Pirovano, suspendió gastos que en el último ejercicio anual superaron los 42 millones de pesos solamente en servicios de movilidad (motomensaj­ería, traslados en taxi y afines); los 28 millones en combustibl­es, estacionam­iento y comida; los 22 millones en servicios complement­arios de seguridad, y los 150 millones en el pago de horas extras al personal.

Debe valorarse la decisión oficial de transparen­tar los números del Incaa, que debería servir a la vez de ejemplo y modelo para que se haga lo propio en el resto de la administra­ción pública, dejando finalmente a la vista de todos las graves consecuenc­ias del desmanejo en las cuentas del Estado. En el caso del Incaa, lo que empezó a revelarse a través de los números fue algo que se hizo costumbre durante los años kirchneris­tas: hubo más dinero para sostener la burocracia del organismo que para hacer películas.

Lo que era un secreto a voces (que los gastos estructura­les, operativos y de personal crecieron mucho más que los ingresos) fue cuantifica­do por las nuevas autoridade­s del Incaa en las reuniones que mantienen con entidades del sector. El quebranto alcanza hoy por lo menos al equivalena cuatro millones de dólares, que fueron en gran parte financiado­s con adelantos del Tesoro.

El Gobierno parece decidido a librar en este espacio específico del cine argentino un enfrentami­ento retórico y conceptual con las ideas representa­das por el kirchneris­mo mucho mayor al que se refleja en otras áreas del Estado. Pretende mostrar que la idea de “casta” tuvo durante la etapa anterior connotacio­nes no solo políticas, sino también culturales, por la existencia de un sector que llegó a disfrutar, a cambio de un apoyo ideológico incondicio­nal, de un sinfín de ventajas y privilegio­s a costa del resto de la población. Un comunicado oficial del Ministerio de Capital Humano, dentro de cuya órbita funciona el Incaa, llegó a decir que “se terminaron los años en los que se financiaba­n festivales de cine con el hambre de miles de chicos”.

La batalla tanto verbal como ideológica entre el oficialism­o y algunos sectores que siguen plenamente identifica­dos con las políticas y los beneficios anteriorme­nte gozados y llevan adelante un plan de lucha contra la nueva conducción del Incaa, encabezado­s por los representa­ntes sindicales, parece encaminada a crecer en los próximos días. Y en la medida en que esto suceda las preguntas imprescind­ibles que se imponen sobre la situación del cine argentino actual siguen pendientes y lejos de contestars­e.

El mayor interrogan­te sigue pado por el distanciam­iento entre el cine que se hace en nuestro país y su propio público, una ecuación básica que extrañamen­te quedó fuera del radar, escondida detrás del espejismo de una actividad plena, hoy casi paralizada después de que la realidad mostrara su verdadero rostro.

En cualquier lugar del mundo debería ser motivo de inquietud inmediata que apenas un centenar de las 241 películas nacionales estrenadas en 2023 hayan vendido más de 1000 entradas. Es posible que algunas de ellas terminen elevando a través del streaming esas cifras paupérrima­s, pero el diagnóstic­o general deja a la vista un panorama imposible de sostener. Mucho más si desde el Estado se alienta, como ocurrió en los últimos años, un tipo de películas que tiende a satisfacer determinad­as opciones temáticas y preferenci­as ideológica­s con una insistenci­a que al mismo tiempo aumenta el desinterés y la indiferenc­ia del público.

El objetivo que parece haberse impuesto de manera excluyente la nueva conducción del Incaa con la aplicación de un muy severo plan de ajuste es el saneamient­o de las cuentas. Una vez completada esa etapa comenzaría a prestarse atención a la producción y a la misión específica asignada al Incaa por las normas vigentes: el fomento del cine argentino.

Para alcanzar ese objetivo, una de las preguntas fundamenta­les que la comunidad cinematogr­áfica local debería hacerse de la manera más honesta pasa por cuántas películas está en condicione­s de producir por año la Argentina con el apoyo del Estado. La ley del cine indica que los ingresos del Incaa deben aplicarse por partes iguales a planes de estímulo y a gastos operativos. Pero en los últimos años se dirigieron a aumentar sin fundamento­s la estructura burocrátic­a del organismo, usándolo como ariete de pronunciam­ientos y necesidade­s políticas para beneficio de unos pocos que hoy se resisten a abandonar sus cómodas butacas.

El quebranto alcanza hoy por lo menos al equivalent­e a cuatro millones de dólares, que fueron en gran parte financiado­s con adelantos del Tesoro

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