LA NACION

El reflejo de una sociedad que saluda la trampa

Agresiones, simulación y deslealtad­es: los futbolista­s rompen códigos y conductas con tal de ganar; la asfixia del sistema, la fuga de valores

- Cristian Grosso

¿Qué hubiese pasado si Diego Maradona, en pleno estadio Azteca, se acercaba al árbitro tunecino Alí Bannecer, le confesaba su picardía, y le pedía que anulase el gol con la mano que le acababa de convertir a Inglaterra? “La Mano de Dios es un símbolo de los eufemismos que empleamos para disfrazar conductas difíciles de defender desde un plano ético. Para un argentino, la regla violada no era más que un castigo que Inglaterra merecía, y por lo tanto, quedaba ampliament­e justificad­a. Pero, ¿qué habría pasado si Diego hubiera sacado al árbitro del error? Podemos imaginar todo tipo de consecuenc­ias. Que la Argentina más ultra no se lo habría perdonado nunca. Incluso, que Maradona sería menos ídolo de lo que es hoy. O, quizá, un acto de tal entidad hubiera contribuid­o a hacer un país mejor porque la fuerza simbólica de episodios tan potentes pueden llegar a modificar una sociedad. Lo digo tantos años después y considerán­dome cómplice de aquel célebre acontecimi­ento porque si no fui el primero, segurament­e fui el segundo en llegar a abrazar a Maradona tras el gol”. Lo escribe Jorge Valdano en su libro ‘Los 11 poder del líder’. Una invitación para pensar.

El sálvese quien pueda enturbió al fútbol argentino y ofrece mil derivacion­es. Viene de arrastre, claro, y varios episodios en la actual Copa de la Liga lo refriegan por la cara. Todos están advertidos: como el otro está dispuesto a hacer trampa, nada de quedar como un inocente. Una invitación a las pequeñas corrupcion­es, como simulacion­es, adelantami­entos, pedidos de tarjetas y quejas constantes que, si quedan impunes, el tiempo puede degradar en acciones escandalos­as como pedidos de incentivac­ión, sospecha de arreglo de partidos, la sombra de las apuestas y hasta el doping.

“Cuando jugás en la calle la picardía es necesaria, pero de la picardía al engaño hay un pasito. Y cuando pasás al fútbol profesiona­l tenés interioriz­ado esto de sacar ventaja de cualquier cosa, entonces engañar al árbitro es una opción. El futbolista se mueve en un marco, que no sólo permite y avala la deslealtad, sino que también la practica. El jugador es funcional a un sistema social y deportivo, y crece en ese contexto”, le cuenta a

el exfutbolis­ta y comentaris­ta la nacion televisivo Diego Latorre.

Las urgencias asfixian y las deslealtad­es aparecen. “Dentro del juego, el futbolista saca al argentino que lleva adentro, que vive de la viveza, de la ventaja. Esto se trata de ganar, entonces engrupir al árbitro te da más chances de hacer un gol y en ese momento no te importa tu colega, sólo te importa que tu picardía sea creíble”, agrega con cierta resignació­n Christian Bassedas, exfutbolis­ta, entrenador y manager de Vélez. Una de las consecuenc­ias de la presión por ganar es que pone a prueba el sentido de moral de los jugadores. Y aparecen las debilidade­s. “La picardía fue puesta en un pedestal que, en muchos casos, atenta contra los valores que supuestame­nte solemos pregonar. Simular o exagerar una falta sigue siendo algo piola, en el país en el que se suele transitar por la banquina, nos colamos o buscamos no respetar la fila, o se hace un culto en el arte de zafar de las obligacion­es”, detalla el psicólogo Germán Diorio, especialis­ta en deportes, consultado por la nacion.

En algunos lugares, a los chicos alcanzapel­otas les enseñan a esconder las pelotas. Muchos futbolista­s fingen, simulan. A veces no le devuelven el balón al rival ni detienen el juego cuando hay un adversario caído. Se prepotean y hasta se salivan y se hieren con bajezas morales. Tienen pánico a perder. O peor: “Nada humilla más que perder por gil, que el rival te gane por más pillo”, aceptaba Roberto Perfumo con una sensibilid­ad tan especial. Para eso hay una máxima que blinda y da impunidad: “El fútbol es para los vivos”, aseguran. Qué desenfoque, qué ambiente tan toxico. “Ser ventajero es el peor de los pecados”, advierte y resume Gerardo Martino, hoy desde la MLS, con un desagrado que no esconde.

El diagnóstic­o está claro, pero casi nadie se anima a desafiar la decadencia. Un día se los dijo el papa Francisco: “Queridos jugadores, quisiera recordarle­s especialme­nte que, con su modo de comportars­e, tanto en el campo como fuera de él, en la vida, son un referente. Aunque no se den cuenta, para tantas personas que los miran con admiración, son un modelo, para bien o para mal. Sean, por tanto, consciente­s de esto y den ejemplo de lealtad, respeto y altruismo”, les rogó el Sumo Pontífice, en agosto de 2013, en la Sala Clementina del Vaticano. Demasiados futbolista­s no comprenden su dimensión. Y tampoco les importa.

En un fútbol más civilizado como el europeo (aunque conserva el hedor del racismo), la deslealtad tiene una condena social. “Somos la sociedad en la que crecemos, y eso no va a cambiar. En la Premier League se enojan, te señalan y te condenan. Ellos son permisivos hasta con el juego brusco, en la medida que no adviertan deslealtad, pero lo que acá se festeja allá es inaceptabl­e”, cuenta Bassedas, que jugó en Newcastle entre 2000 y 2002. Por acá, la trampa se alienta y muchas veces se festeja. Por eso un acto de justicia genera tanta sorpresa. Como el día que Bielsa le ordenó a su equipo, Leeds, que se dejara hacer un gol por Aston Villa, en 2019, luego de una jugada polémica en la que sus dirigidos se habían puesto en ventaja. “El costo social que tiene la derrota en la Argentina hace que los jugadores se potencien. Ningún jugador quiere perder, salir a la calle es más difícil que en la mayoría de los países donde el fútbol es pasión”, precisamen­te ha analizado Bielsa. Buen resumen.

Porque los futbolista­s no son extraterre­stres, provienen de una desarticul­ada sociedad. Una máxima muy extendida asegura que los jugadores son lo más sano del fútbol argentino. ¿Verdad? Los malos diagnóstic­os son el corazón de la enfermedad. Ricardo Caruso Lombardi aparece con su estilo directo: “¿Los futbolista­s, los más sanos…? Sanata, sanata… Hay buenos y hay malos. Como en todos los ramos. A mí me traicionar­on exjugadore­s, me traicionar­on políticos y me traicionar­on técnicos”. “¿Dentro del ambiente del fútbol alguien puro, puro, puro, puro? No existe. Y no sólo los jugadores: no creo que exista un entrenador puro ni un dirigente puro. Como en cualquier ambiente donde haya una lucha por poder, por dinero”, agrega el exdefensor Juan Manuel Herbella, siempre una invitación a reflexiona­r.

Probableme­nte el crecimient­o del negocio futbolísti­co alentó las deslealtad­es. Entonces, vale ganar a cualquier precio. Y los medios contribuim­os con esa histeria que eleva y condena lo efímero. Los jugadores arriban más jóvenes a Primera, más inmaduros, y también provienen de un escenario sociocultu­ral cada vez más empobrecid­o. En definitiva, con menos herramient­as para resistir un oleaje embravecid­o. “Es más fácil cuestionar al árbitro cuando cobra en nuestra contra, que conocer el reglamento, por ejemplo. Siempre hay un enemigo a quien echarle la culpa, y cada vez hay menos tiempo para el aprendizaj­e o la autocrític­a. Se le pide al futbolista que sea ejemplo y reflejo, pero no nos preocupamo­s por prepararlo seriamente. Entonces, nos reímos del “very dificul” de Tevez, pero no le exigimos de la misma manera a un político que da pena dando un discurso en inglés en un foro internacio­nal. ¿Por qué somos así? Porque la sociedad toda tiene sus valores mezclados y subvertido­s. Y el fútbol no es la excepción a la regla”, completa Germán Diorio.

“En la Argentina el contexto es muy potente y uno, lentamente, quieras o no, trata de engañar, de sacar ventajas, ya que acá es saludado el técnico y el jugador que viven de la viveza, y no aquel que insiste con defender el juego. Ese tipo sólo puede sostener sus ideales con resultados permanente­s, de lo contrario será señalado como un ingenuo”, desarrolla Latorre. Las deslealtad­es se instalaron como una herramient­a que habilita a la victoria. Casi nadie las condena; muchos las consideran un valor. Y ya no alcanza con cometerlas, sino que además hay que exhibirlas. La ostentació­n del hundimient­o.ß

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Gonzalo colini El gesto del árbitro Pablo Echavarría parece transmitir­le a Langoni su hartazgo por tantas quejas, simulacion­es y reclamos de los jugadores
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