LA NACION

La delgada línea entre el cheque en blanco y el rechazado

- Luciana Vázquez

El gobierno de Milei enfrenta un problema: el viento cambia rápido de dirección cuando las bondades económicas no derraman hacia la gente. El cheque en blanco del Gobierno en medio de un ajuste histórico puede volverse un cheque rechazado para Milei antes de que el Gobierno logre notarlo.

En el mediano o largo plazo, no hay batalla cultural que haga sostenible la triple caída: del salario, del consumo y de la actividad económica. Lo supo el primer, y único, gobierno de Mauricio Macri. Lo supo el kirchneris­mo en 2015 y lo enfrentó nuevamente en 2023.

El kirchneris­mo trae lecciones para el presidente Javier Milei que el Presidente no está escuchando. Durante dos décadas, el kirchneris­mo, tanto el de Néstor Kirchner, primero, como luego el de Cristina Kirchner, se volvió un maestro del “adoctrinam­iento”: creó enemigos, los fustigó, elevó a sus aliados y los benefició, trabajó arduo para imponer una mirada hegemónica, fue sistemátic­o en su batalla cultural con medios de comunicaci­ón propios, cadenas nacionales interminab­les, sectores de la cultura cooptados, activismo en las escuelas secundaria­s, gremios a favor, la calle como propia.

Le alcanzó para renovar el voto de confianza de sus votantes durante tres presidenci­as bajo el apellido Kirchner, y fue clave en la llegada de la cuarta oportunida­d, el gobierno de los Fernández. Hasta que todo terminó: dieciséis años de hegemonía política… puede parecer mucho, pero es poco cuando la sociedad que se quiso moldear da un volantazo hacia la dirección contraria. El adoctrinam­iento en las escuelas que Milei quiere combatir no parece haber sido muy exitoso.

Las mismas generacion­es que nacieron y crecieron con el kirchneris­mo le dieron la espalda en 2023 para irse decididas a votar a Milei: esa base de sustentaci­ón leal con la que cuenta Milei, el voto joven de los que tienen entre 16 y 35 años y, sobre todo, entre los de 16 y 24 años, atravesó la escolarida­d de la escuela pública, la educación informal de los medios de comunicaci­ón y las redes sociales, la influencia de la calle en poder del kirchneris­mo. Pero a la hora de empezar a dar sus primeros pasos en la vida ciudadana votando, le dieron la espalda al kirchneris­mo. Ninguna batalla cultural alcanza cuando la economía se estanca y la promesa de futuro, aunque sea módico, de corto plazo como el de planear consumos de celulares y de vacaciones, empieza a quedar trunca. Ni que hablar cuando el salario queda chico para pagar los gastos fijos y no queda otra que reducir, primero, los más superfluos; luego, incluso, los más críticos, como los de salud y prepagas.

Mauricio Macri lo sabe bien. Además de la experienci­a kirchneris­ta, hay otro antecedent­e para Milei en el mismo sentido del peso brutal de la economía pero en una línea ideológica algo más cercana. Macri no pudo ser reelegido en 2019 y se volvió por eso un caso histórico de la Argentina de los últimos cuarenta años: el primer presidente en ejercicio que se presentó a su primera reelección y fue derrotado. Esa lección viene, precisamen­te, del lado de una centrodere­cha que, en algunos puntos, se toca con el proyecto de Milei. Al kirchneris­mo, y al peronismo, eso no le pasó nunca.

Ese caso histórico es todavía más significat­ivo: aun cuando Macri logró empezar a alinear algunas de las variables macro, como el déficit fiscal, la ciudadanía no le dio más tiempo y le votó en contra. La gestión de Cambiemos terminó con muchos problemas, pero con un logro: después de cuatro años, redujo el déficit fiscal en 3,8%. En el 2019 de la derrota, el déficit fiscal primario era apenas del 0,4%. En comparació­n con el último año de la segunda presidenci­a de Cristina Fernández, fue un logro: en 2015, el déficit primario fue de 3,8% por ciento. Sin embargo, la gente no entró al Excel del gobierno. En cambio, miró la realidad desde el fondo del bolsillo y volvió a elegir kirchneris­mo.

Economista­s cercano sal ministro de Economía, Luis Caputo, empiezan a hacer hincapié en una preocupaci­ón: que la bocanada de oxígeno que necesita la gente, es decir, que llegue la reactivaci­ón y logre impactar en el bolsillo, va a llevar más tiempo. Más de un año, seguro. El problema es que la ciudadanía le da al Gobierno el plazo de un año como máximo para ver resultados.

En medio de este contexto tan crítico, ¿es necesaria la batalla cultural en todos los frentes? El Gobierno es prolífico a la hora de crear temas de debate público. Detrás de esa estrategia hay dos creencias. Una, que la Argentina tiene que ser refundada de una vez y para siempre a partir de las ideas de la libertad al modo Milei. Y la otra, que esa guerra es total o no será nada: si es parcial, fracasará. Por eso el salto: la guerra de indicadore­s y números en lo económico y la cualitativ­a en lo social.

La cuestión es si el presidente Milei juega con fuego, y en medio de una crisis económica dificilísi­ma, genera conflictiv­idad social inmanejabl­e. En otras palabras: ese carácter productivo a la hora de crear polémicas encendidas, que ya se está convirtien­do en una marca de identidad de la gestión, ¿contribuye a darle gobernabil­idad?

En los últimos cuatro días, hubo dos temas: el adoctrinam­iento en las escuelas, el jueves, y el domingo, el libertaria­nismo educativo de Ber ti e Benegas Lynch llevado aun extremo, tanto que el mismo gobierno de Milei no lo pudo digerir: la ministra de Capital Humano, Sandra Pettovello, le puso un techo al vuelo del diputado libertario y se alineó detrás del liberalism­o más clásico y constructi­vo en ese punto, la obligatori­edad de la escuela y la educación como garantía de libertad. “Hombres trabajando, niños estudiando”, fue el mensaje en Instagram en el que sintetizó su diferencia.

El gobierno de Milei está tomando nota. “Le están declarando la guerra a la clase media”, dijo ayer el ministro de Economía, Luis Caputo, en X para referirse a las empresas de medicina prepaga. Se trata del nuevo enemigo que construye el Gobierno, y eso es literal. Fue el polémico DNU fundaciona­l de Milei el que desreguló el mercado de la salud, creó el derecho de las prepagas a subir sus precios y ahora que el mercado se dejó llegar, convirtió al sector en el enemigo actual. El primer avance del “a desregular” que gritaron Milei, Caputo y Federico Sturzenegg­er en mensaje conjunto frente a cámara.

Hay otro análisis posible detrás de la batalla cultural del Gobierno: ya no un error de apreciació­n de la experienci­a histórica del kirchneris­mo y de Macri, sino un aprendizaj­e en otro sentido. Ayer, en una entrevista con Alejandro Fantino, Milei dio una clave explícita: “Los K entienden mejor la lógica del poder”, planteó. “Nosotros estábamos del otro lado y decíamos que eran unos cabeza de termo, pero en realidad entienden que vos tenés el poder y te lo van a querer sacar”, desarrolló.

De la experienci­a kirchneris­ta, Milei rescata precisamen­te la estrategia de resistenci­a frente a la disputa por el poder. Con ese objetivo en mente, la batalla cultural es imprescind­ible: es parte de las municiones para defender el poder, y con eso la posibilida­d de llevar adelante su cambio. El problema es que esa idea ya no es un contrafáct­ico: el derrotero kirchneris­ta dejó claro que el poder, las mayorías, indefectib­lemente se pierde. Si no se gobierna bien la economía, el juego del poder se pierde, al menos, el juego en el que convergen el beneficio para la gente y para el líder político. Sin eso, la defensa del poder con el cuchillo entre los dientes se vuelve esfera autonomiza­da de cualquier bienestar de la gente: es decir, el juego del poder convertido en un TEG exclusivo para la casta para mantenerse en el poder.

De la experienci­a de Macri en la presidenci­a, Milei parece recoger implícitam­ente otra lección. Que el problema del macrismo en el poder fue, precisamen­te, jugar mal el juego del poder. Ser prescinden­te, por ejemplo, de la batalla cultural. Macri le aporta más lecciones: los éxitos en la macro, la baja del déficit al menos, no arrastran multitudes. El silogismo de Milei parece armarse de estas premisas y esta conclusión: si al kirchneris­mo le fue mal en lo económico pero logró, a pesar de todo, cuatro presidenci­as sobre la base de la épica del relato, y si Macri, que corrigió en algo la macro, perdió porque no jugó el juego de la batalla cultural, ergo, la batalla cultural es por donde pasa el mantenerse en el poder. Por ahora, para Milei, el juego del poder es doble: empezar a garantizar la economía de la clase media, o al menos hacer como si se garantizar­a, y, al mismo tiempo, las fichas de la batalla cultural. El desafío es que las fichas de la batalla no se coman a las de la economía.●

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Javier Milei

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