Una muestra del MoMA ubica a América Latina en la modernidad del siglo XX
diseño. El museo neoyorquino exhibe mobiliario doméstico producido en seis países entre 1940 y 1980; incluye a los argentinos Ricardo Blanco, Alberto Churba y Roberto Napoli
A Lina Bo Bardi, la gran arquitecta ítalo-brasileña, le gustaba decir que todos inventamos la arquitectura con el mero hecho de subir una escalera, entrar a una habitación, abrir una puerta o sentarnos en una silla. Todos estos “pequeños gestos”, decía, junto con los objetos que implican, están ricamente dotados de significado y memoria. El diseño es vida. La vida es diseño. Nosotros somos sus diseñadores.
Bo Bardi, por supuesto, no era la única que pensaba así, como deja claro Crafting Modernity, una nueva exposición en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA).
La muestra es una joya. Se centra en el diseño doméstico de seis países (Colombia, la Argentina, Brasil, México, Chile y Venezuela), producido entre 1940 y 1980. América Latina había entrado en un período de transformación, expansión industrial y creatividad. En toda la región, el diseño se institucionalizaba como profesión, abriendo nuevas vías, en especial para las mujeres.
Alimentó un impulso por la identidad nacional, mejoró las condiciones de los trabajadores pobres y permitió la unión de la artesanía autóctona con la producción en serie. Se convirtió en un medio para celebrar la diversidad ecológica de la región. Y sí, también proporcionó nuevas excusas para diseñar, por ejemplo, una tumbona amplia y baja en la cual dormitar brevemente bajo el sol tropical, junto a la tierra fresca.
No recuerdo la última vez que codicié tantas sillas bonitas. Las que hay aquí abarcan toda la gama con su refinamiento industrial, su fetichista trabajo manual, sus maderas y tejidos locales y sus líneas suaves, a menudo de susurrante delicadeza.
Durante las últimas décadas del siglo pasado, la caída libre de la economía y la represión paralizaron gran parte de la región, y luego la globalización causó mayores estragos. El conocimiento de lo que vino después añade una capa de melancolía a las obras expuestas.
Ana Elena Mallet y Amanda Forment, curadoras de Crafting Modernity, la definen como un intento de compensar el tiempo perdido. Han reunido fotografías y películas de casas emblemáticas, junto con diseños de figuras legendarias como Bo Bardi, Oscar Niemeyer, Roberto Burle Marx, Gego y Roberto Matta. La muestra también destaca a diseñadores que no son tan conocidos por estos lados, como Clara Porset, Gui Bonsiepe, Martin Eisler, Amancio Williams, Cristian Valdés, Olga de Amaral y José Zanine Caldas. La lista continúa [e incluye, además, a los argentinos Alberto Churba, Ricardo Blanco y Roberto Napoli].
Caldas fue un artista, arquitecto y maquetista brasileño autodidacta, que cambió de rumbo y se convirtió en ambientalista y misionero de las tradiciones artesanales autóctonas. Está representado por un objeto extraordinario, una especie de diván de leñador, tallado en un tronco de árbol recuperado, cuyas sillas enfrentadas alientan a la conversación y quizás a unos besos.
Bonsiepe llegó de Europa, como Bo Bardi, Eisler y Gego, y pasó gran parte de su carrera en Latinoamérica. La colaboración es un tema principal en Crafting Modernity, el cual refleja una ola de idealismo colectivista que recorrió la región a mediados de siglo. A principios de la década de 1970, Bonsiepe supervisó una colaboración entre diseñadores chilenos y alemanes a los que Salvador Allende, el recién elegido presidente socialista de Chile, había encomendado la tarea de remodelar la cultura material de la nación según los principios socialistas.
Entre otras cosas, crearon una silla para niños de guardería: eradeun color naranja cremoso, con su diminuto asiento en ángulo recto encajado entre dos patas triangulares. La silla se convirtió en un símbolo de progreso y esperanza. Sin embargo, todo el proyecto de diseño terminó de forma abrupta en 1973, cuando una junta militar se hizo con el control de Chile en un sangriento golpe de Estado respaldado por la CIA.
Culturas fusionadas
En cuanto a Porset, el MoMA utiliza su butaque de la década de 1950 para anunciar la exposición, y no es para menos. Los butaques derivan de los “duhos”: sillas rituales de madera, utilizadas para comulgar con las deidades, que se remontan a la época precolombina. Los conquistadores trajeron sus propias sillas. Con el tiempo, las culturas se fusionaron, dando lugar al butaque.
La versión de Porset usa madera laminada y mimbre trenzado, destilando esa historia previa en un clásico modernista tan suave y aerodinámico como un auto de carreras.
Este es el mayor compromiso del MoMA con el diseño moderno latinoamericano desde Organic Design in Home Furnishings, en 1941, que comenzó como un par de concursos, uno abierto a diseñadores estadounidenses y el otro a latinoamericanos, a los que se les animó a hacer hincapié en los materiales y métodos locales. Porset y su marido y colaborador, el muralista mexicano Xavier Guerrero, estuvieron entre los ganadores.
Nacida a finales del siglo XIX, Porset estudió con Anni y Josef Albers en el Black Mountain College de Carolina del Norte, donde se inició en la Bauhaus. En Nueva York, se unió a los miembros de la junta revolucionaria cubana. Su política de izquierda la metió en problemas, así que se mudó a México y entró en una comunidad de diseñadores y artistas que soñaban con una sociedad posrevolucionaria.
Guerrero compartía con Porset un profundo respeto por la artesanía regional. Su participación en Organic Design consistió en un conjunto de mesas y sillas de madera de pino y tela –“mobiliario rural”, lo llamaron– que rendía homenaje a objetos que habían encontrado visitando pueblos mexicanos.
Esas sillas y mesas ya no existen, pero los dibujos de las mismas están en Crafting Modernity, que retoma el tema donde lo dejó Organic Design. El mensaje de Porset era que la artesanía y la industria pueden y deben trabajar en armonía –de forma orgánica–, una idea que vincula las exposiciones del MoMA a lo largo de ocho décadas. “En todo hay diseño”, decía, “en una nube, en una huella dactilar, en la arena o en el mar”. Como ya he dicho, Bo Bardi no estaba sola en su visión.