LA NACION

La fe para entender la resurrecci­ón

- Antonio Boggiano

La tremenda y pétrea sentencia de Pablo nos deja ante una disyuntiva de hierro: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe”. Véanse las dificultad­es humanas en entender la Resurrecci­ón sin fe. Las citas serían tan complejas como la cuestión. Pido se me conceda recomendar tres libros: Ratzinger, Jesucristo; Kasper, Jesucristo; Von Balthasar, Teologia dei tre giorni, traducción italiana de Theologie der drei Tage.

El lector dirá tal vez: el autor debería elaborar aquí toda la doctrina citada y no limitarse a las remisiones. Es verdad. ¿Por qué entonces las referencia­s? En primer lugar porque no puedo garantizar fidelidad al pensamient­o de los autores citados. En segundo lugar, porque debería “copiar” mucho para dar esa garantía de fidelidad. Y en tercer lugar, porque aliento la esperanza de mover al lector a leer esos libros. Hacerlo sería para él, estoy seguro, un gran bien. Empiece con uno. El Espíritu Santo puede llevarlo más allá. Y todo lo que hacemos es dar una pobre pero quizás eficaz inclinació­n a seguir las mociones del Espíritu. No pretendo dar erudición sino poner al lector en comunicaci­ón con Dios.

En el Credo afirmamos creer que “Jesucristo resucitó al tercer día, descendió a los infiernos, subió a los cielos…”. Creemos. Confesamos nuestra fe en el Resucitado. ¿Entonces qué diremos? Felices los que crean “sin haber visto”. Dice el Señor ante Tomás. La Resurrecci­ón es un misterio. Algún sabio ha dicho que Cristo no resucitó en la historia, resucitó en la gloria. Y ascendió a los Cielos. También con Von Balthasar podemos decir que “estamos bajo la ley del Resucitado”. Él nos pone en el camino de la cruz y nosotros transitamo­s este camino sólo en la esperanza y en la fuerza de aquel que resucitand­o es ya vencedor (p. 236). Nuestra vida está expropiada en Cristo.

La teología del Cardenal H.V. v. Balthasar tuvo tanta repercusió­n que no puede ignorarse, aun con desacuerdo­s particular­es que, en ocasiones, hacen más a lo humano que a lo divino. Por eso suele citarse una obra penetrante de la teología y filosofía sobre el autor suizo; G. de Schrijver, originaria­mente en flamenco y ahora en francés, Le merveille accord de l’homme et Dieu, Étude de l’analogie de l’être chez Hans von Balthasar, Leuven, 1983. Es imposible dejar de notar el gran desarrollo que Balthasar hace de la semejanza entre Dios y el hombre y de los hombres con Dios; punto central de su tratado de la analogía como centro de toda su obra.

Autores como Pzivara, Fabro y Balthasar han profundiza­do excepciona­lmente sobre la analogía y la participac­ión. Me limitaría a decir, en favor de Pzivara, que la disimilitu­d esencial está en la Resurrecci­ón de Jesucristo. Pablo parece decir, “si Cristo no resucitó”, con certeza humana, “vana es nuestra fe”. Esta fe debería basarse en la roca de la certeza humana. Aun así, Pablo no dice con certeza humana. Con certeza de fe. Quiere decir que toda nuestra fe se apoya en esa fe. Nuestra fe en la Resurrecci­ón de Cristo no se basa en la ciencia, en la moral, en nada humano. Sólo en la fe. Sólo podemos decir con Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Pero: “has creído porque has visto”. Tomás vio. Felices los que creen sin ver… Todas las lecturas y elucubraci­ones que podamos hacer y se han hecho no pueden darnos esa fe.

Para entrar en las cuestiones suscitadas por los teólogos hacen falta teólogos de gran calibre, como los que he citado. Los convoco aquí para quien quiera interesars­e en aquellas cosas de Dios. Así, por ejemplo, Von Balthasar afirma que las automanife­staciones del Resucitado son suficiente­mente consistent­es para imponerse como evidentes (op. cit., p. 226). Otras veces, la autoeviden­cia aparece tan impresiona­nte que trasciende la medida humana (Lc. 24, 41). El episodio de Tomás, también para este autor, es causa de evidencia. Esta evidencia justifica más aún la doctrina de Pablo que hace descansar en la Resurrecci­ón nuestra fe en Cristo Resucitado.ß

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