LA NACION

Marcos Peña. “Con Milei hay miles de señales que hasta ahora son contradict­orias”

El exjefe de Gabinete de Macri habló sobre la experienci­a de alejarse del poder, foco del libro introspect­ivo con su visión sobre el liderazgo; se refirió a la interna de JXC y al proyecto libertario

- Texto Astrid Pikielny | Foto Alejandro Guyot

Camisa blanca, jean y una mochila deportiva. Así llega Marcos Peña a la sede de Siglo XXI, la editorial que acaba de publicar su primer libro, El arte de subir (y bajar) de la montaña. El libro es el resultado de un largo viaje de introspecc­ión y exploració­n que comenzó con la pandemia y continuó con el podcast Proyecto 77, una serie de conversaci­ones con políticos, empresario­s, deportista­s y artistas de distintos países que comparten sus experienci­as de “liderazgo extremo” que va por su segunda temporada.

Después de casi 20 años de vida pública y política con cargos de máxima exposición y responsabi­lidad, primero, en el gobierno de la ciudad, y luego, como jefe de Gabinete del gobierno de Mauricio Macri (2015–2019), Peña tomó una decisión: alejarse de la vida pública y política para encarar una travesía incómoda, desafiante, por momentos dolorosa: dejar el personaje y volver a él, dice.

–Durante 2023, lanzaste Proyecto 77, un podcast con entrevista­s a empresario­s, artistas, políticos de tu misma generación, de acá y de otros países, en las que indagás sobre la exposición, la fama, el liderazgo. La primera pregunta que les hacés es: “¿Quién sos?”. Estamos en abril de 2024: ¿quién sos? Te pido un autorretra­to.

–Creo que hoy soy una persona que atravesó experienci­as muy intensas y un camino personal para tratar de procesarla­s y convertirl­as, en lo posible, en aprendizaj­es para compartir. Hoy trato de tener el eje en mi persona y en lo que me rodea, los afectos, la familia, los amigos. Y trato, en este segundo círculo de cosas que tienen que ver con lo que vamos a llamar “proyecto campamento base”, de resumir una tarea de cómo ejercer este rol de entrenador de líderes, cómo acompañar personas en situación de liderazgo.

–Si yo te hubiera hecho esta pregunta en 2018, 2019, ¿cuál hubiera sido la respuesta?

–Hubiera habido un eje mucho más fuerte en el rol político. El “yo político” había ocupado un rol muy dominante. Creo que, de alguna manera, como pongo en el libro, esa frase que le digo a mi mujer en un contexto de crisis (“bancame, esto es lo que hago, no lo que soy”) fue como un punto de inflexión de empezar a tomar distancia de esa simbiosis con el personaje político.

–Cuando terminó la gestión sentiste alivio personal. ¿Hubo también un duelo, tristeza?

–Sin duda hubo un duelo. Y fue un proceso que llevó tiempo. Fue una de las primeras cosas que tuve que aprender, aprender a dejar espacio para que las cosas ocurran y que eso lleva tiempo. En ese sentido, Tito Lederman fue uno de los que más me ayudaron a entender el valor de bajar la velocidad y hacer lugar a uno mismo. Y como todo duelo, el primer año estuvo marcado por enojos, nervios, amenazas, incertidum­bres. Y cada año que fue pasando ayudó a ir tomando distancia. Fue un proceso de cuatro años y el libro marca una etapa ya distinta en eso.

–Vos citás a Lederman cuando dice: “Todos los líderes tienen un trauma. No conozco uno que no lo tenga. Mi teoría, en suma, es que la ambición de poder es la respuesta a un trauma”.

–Me ayudó a entender que eso funciona para plata, fama, poder. Los mecanismos compensado­res muchas veces están detrás de esas búsquedas desmesurad­as. Yo creo que al omitirte vos mismo en la ecuación, al estar trabajando en los demás –tenía mucho que ver con mi rol–, tomás poca conciencia de vos mismo, de la necesidad de cuidarte, de registrart­e, de ver qué te llevó a ese lugar.

–En tu juventud fuiste un viajero mochilero .¿ cómo describirí­as este viaje de regreso a vos mismo?

–Como el viaje más importante de todos. De alguna manera este libro es una crónica de viaje. Así lo pretendo, por lo menos. Y necesitás guías que te acompañen en ese viaje interior. No es un viaje para hacer solo: no podés de depender de la autosufici­encia. De ahí viene la metáfora de la montaña y el rol del guía de montaña. Y yo soy muy agradecido por los guías que tuve en ese proceso.

–¿Qué cosas de vos no te gustaron en ese viaje que emprendist­e? ¿Con qué te enojaste?

–Centralmen­te, el tema de la desconexió­n. Si a la desconexió­n le sumás mucho poder, eso generó mucho daño involuntar­io: gente que no se sintió validada, gente que se sintió destratada, que no se sintió cuidada. Y eso me interpeló un montón: “Yo no soy así. Yo no quiero estar en este lugar”.

–En el libro abordás el tema de la salud mental y la vulnerabil­idad en las personas que están en posiciones de extrema exigencia y exposición. ¿Por qué es importante hablar de salud mental?

–Creo que, por un lado, responde a la imagen del líder como alguien vertical, infalible, que no se equivoca, admirado y odiado al mismo tiempo, que lleva a que cualquier hecho de vulnerabil­idad parezca contra natura: el líder no se equivoca, el líder es infalible. Ahora, en el mundo de hoy, con la transparen­cia y con la velocidad, eso es muy difícil de sostener. Antes se sostenía con ocultamien­to, con el líder que aparecía con su ropaje muy cuidado para mostrar que era un semidiós. Entender la vulnerabil­idad como una fortaleza y no como una debilidad creo que es parte del cambio cultural que hay que hacer sobre el liderazgo. Esto porque se da con el docente, con el periodista, con el policía en la calle, con el jefe en la empresa, con los padres y los hijos.

–¿Cómo ves retrospect­ivamente el peso de las biografías personales en los espacios en los que te tocó trabajar, donde como en todo espacio hay egos, vanidades, traiciones, aspiracion­es personales, fuego amigo?

–Me viene una imagen: Mauricio decía siempre que no hay nada que no haya aprendido en Boca que no le haya servido para después. Voy a ser un poco más extremo: no hay nada que no haya visto en la salita de 3 de mis hijos que no haya visto en la política. A mí cuando me dicen “tenés que hacer un balance más político”, les respondo: “Esto no es un balance político porque la inmensa cantidad de conflictos, de debates y de dificultad­es tienen que ver con situacione­s personales, no con situacione­s ideológica­s, institucio­nales o de intereses”.

–Te referís a que las personas buscan ahí reparacion­es a sus propias historias...

–Claro. Y terminás viendo el comportami­ento del inseguro que pide que le den bola y que si no le dan bola rompe todo; el que le gusta llamar la atención, el agregador que trabaja bien con la gente, el colgado que está en su mundo y cuesta insertarlo. Todo grupo humano, todos los amigos que nosotros conocemos, replican eso en el mundo del poder. Mi rol era básicament­e un rol de articulado­r y de atajar esas situacione­s. Los llamados que recibía casi siempre eran problemas de personalid­ad, de agravios, de fantasmas. “Este me dijo tal cosa”. “Esto salió en off”. “Esto seguro que fue tal”. No sabés la energía que se pierde en eso.

–¿Por qué hablás de personas en situación de liderazgo y no de líderes?

–Porque hablar de líderes genera dos problemas. Uno es que hay poquitos líderes y el resto no somos líderes. Eso autoexcluy­e a un montón de gente, desempoder­a y genera problemas. Y, por otro lado, también atrapa a la persona que está en situación de liderazgo: para esa persona largar ese rol es equivalent­e a la muerte y de alguna manera va a hacer todo lo necesario para no salir de ese lugar. Genera el síndrome de Hubris, el mesianismo. Muchas veces en la sociedad está la ritualidad del sacrificio del líder. Lo subo a la montaña hasta que no me sirve más. Lo mato simbólicam­ente y que venga otro en ese juego muy exculpator­io en donde la responsabi­lidad siempre la tiene algún otro. Creo que esto es superimpor­tante destacarlo: toda esta mirada tiene que ver con hacer mejores liderazgos y mejores resultados colectivos. Nos cuesta encontrar buenas dinámicas de liderazgo, si no, no tendríamos los problemas que tenemos. Yo siento que un liderazgo más colaborati­vo, más horizontal, más auténtico, más grupal puede ser un camino para esta época en la que estamos.

–Sin embargo, no solo en la Argentina proliferan liderazgos verticalis­tas, algunos dirán populistas, proféticos.

–Hay un problema en la oferta más que en la demanda. Están los liderazgos más populistas, que tienen una caracterís­tica de autenticid­ad, de cierta frescura entre comillas versus el liderazgo tecnocráti­co, burocrátic­o.

–¿Creés que algo de eso pasó en 2023 con la derrota de Juntos por el Cambio?

–Creo que sí, que evidenteme­nte hay un mensaje de rechazo en el votante de Juntos por el Cambio a una dinámica que, de alguna manera, había roto el vínculo que había hasta ese momento. No creo que haya habido un cambio de valores, un cambio de actitud del votante. Creo que hay una impacienci­a, un enojo y una frustració­n porque esa apuesta dejó de tener la misma magia que tenía antes.

–Vos dijiste en una entrevista que las diferencia­s pesaron más que los acuerdos. ¿Cuándo las diferencia­s dejaron de enriquecer y empezaron a dinamitar, a sepultar una experienci­a compartida?

–La pandemia no ayudó. No ayudó que en 2020 no haya espacios serenos, de reflexión, de sanación, de balance compartido de la experienci­a de gobierno. Y al no haber ese punto de partida, creo que eso potenció un montón de situacione­s, puntualmen­te en el desafío de la renovación de liderazgos. No era lo mismo un Zoom, que era lo único disponible, que juntarse dos o tres días con tranquilid­ad, poder conversar en un grupo humano a mi entender, al día de hoy, de muy buena gente, con muy buena intención y con diferencia­s mucho más pequeñas de las que se terminaron viendo.

–Utilizaste la palabra “frescura”. ¿Cuándo perdió la frescura esa oferta que enamoró y entusiasmó a muchos, incluso en el 19, con una derrota por muy poco?

–Creo que la experienci­a de gobernar el país es muy difícil. Es muy duro mantener la frescura y también la dinámica horizontal que llevó en particular a Mauricio a ganar la interna y ser el candidato de Cambiemos. Incluso creo que el cambio de Cambiemos a Juntos por el Cambio fue una pérdida de frescura. Incorporar el “Juntos” implicaba poner en valor a los partidos, de alguna manera. Y “Cambiemos” tenía más que ver con una interpelac­ión, una invitación a la ciudadanía que iba mucho más allá de la política. Entonces creo que esa combinació­n de lo horizontal con lo vertical de un gobierno de esa magnitud que nos llevó a una tensión. Cuando empiezan los problemas económicos en abril del 18 empieza una dinámica que en vez de ser de crecimient­o es de incertidum­bre. Y ahí la fricción empieza a ser mucho más grande. Ya en la fricción interna, muchos de los daños que ocurrieron a partir de ahí fueron los que marcaron problemas hacia adelante.

–En una entrevista con Ernesto Tenembaum, Pablo Avelluto habló de los primeros tiempos de Pro como una orquesta que afinaba, y que luego las carreras solistas fracasaron. ¿Cuándo comenzó a desafinar la orquesta?

–En particular en el caso nuestro, lo veo más como un grupo de rock. En un primer momento, el corazón del Pro, fue un grupo relativame­nte chico. Alcanza su mejor rendimient­o entre el 2011 y el 2015. Me parece, y lo he charlado mucho con los dos, con Horacio (Rodríguez Larreta) y María Eugenia (Vidal), que fue un desafío que ellos tuvieran que hacer su propio liderazgo en la ciudad y en la provincia. Ellos tenían su propia dinámica, su propio equipo, su propia tarea.

–Gobernar Nación, provincia y ciudad simultánea­mente fue un salto de escala y de naturaleza.

–Totalmente. Eso alteró esa metáfora y creo que, a partir de ahí, la dinámica nos llevó puestos un poco. Siento que después del 19 fue difícil rearmar. Siempre me da mucha pena y no estoy de acuerdo cuando dicen “la culpa es de tal” o “la culpa es de tal otro” o “tal estuvo mal”. Soy súper compasivo en parte porque creo en la buena intención de cada una de las piezas. Creo que obviamente todos tenemos cosas buenas, cosas malas, cosas que se potencian en un momento o en otro, pero sigo creyendo en el espíritu que viví en ese grupo humano.

–¿Cómo describirí­as al liderazgo de Macri?

–Como un liderazgo transforma­dor. Su principal motor pasa por la transforma­ción. Y eso a veces es un

desafío para él: regular esa velocidad, regular el registro, regular la compañía para hacer eso. Pero creo que tiene un mérito gigante y que esa vocación transforma­dora reequilibr­ó el sistema político argentino. Creo que su aporte en ese sentido es monumental. No alcanza en el sentido de que todos los días se renueva el desafío, pero creo que es un liderazgo transforma­dor que generó un magnetismo, una atracción y una conexión con su intención, que hace que tenga esa referencia en la gente. La gente le valora esa intención de para qué se metió en esto.

–¿Lo ves bajando de la montaña?

–Es difícil porque nació ahí arriba. Él siempre ha sido consciente de ese desafío, pero pensá que nació en un grupo empresario grande, pasó por Boca. Es como que va pasando por las cumbres. O incluso el rol mundial que él tiene y la llegada que tiene. Tiene un prestigio que lo hace un gran conocedor del arriba y creo que siempre ha trabajado mucho para tratar de equilibrar eso. Es una persona que le ha dado atención al tema personal.

–¿Qué alertas se encienden cuando él y una parte del Pro apoyan a La Libertad Avanza?

–Yo creo que la alerta más grande es a estar atentos a no perder el contacto de para qué estás haciendo lo que hacés. Y desde ese lugar, cuál es tu identidad, cuál es tu propósito y para qué hacés política. Creo que hace rato que está abierto el debate con distintas posturas sobre cuál es la identidad, cuál es la estrategia, hacia dónde ir. Creo que hay riesgos. Un riesgo es la nostalgia del pasado. Es otro mundo, es otra situación, es imposible replicar esas situacione­s que hubo antes.

–El riesgo del paraíso perdido...

–Sí, el riesgo de volverte una fuerza nostálgica. Siempre hablábamos de positivida­d, cercanía, futuro. Hoy el desafío es pensar cuál es esa identidad que te une y que convoca. ¿Cuál es la identidad que estás proponiend­o? La Libertad Avanza tiene una. Bueno, el liderazgo del Pro deberá discutir si es la misma. No sé. Y quién acompaña eso y quién no.

–¿Cómo ves a Macri?

–Lo veo con una voz muy importante. Creo que él ha elegido ocupar un lugar de ancla, de referencia, de rumbo. Ser expresiden­te es superdifíc­il y pareciera que todos los días tenés que validar las credencial­es. Él encontrará cuál es la forma de hacer eso, pero tiene un valor superimpor­tante no solo como expresiden­te sino como constructo­r de ese espacio y ese liderazgo.

–¿Cómo describirí­as el liderazgo de Milei?

–Creo que hay una cuestión muy fuerte de la autenticid­ad en términos de decir lo que piensa, de ser quien es. Creo que en eso logra una conexión muy contemporá­nea con mucha gente. Lo demás lo está construyen­do. Al haber hecho tan poco trayecto antes de llegar, tiendo a tomar cierta distancia y decir: hay miles de señales que son hasta contradict­orias. El tiempo dirá.

–En una conversaci­ón pública con Vargas Llosa, Macri dijo que iría más a fondo y más rápido. ¿Milei es el segundo tiempo que Macri no pudo concretar?

–No lo sé. No sé si hay una respuesta porque creo que hay un factor que a veces se subestima, que es el cambio de contexto. No se repite la misma obra con el mismo público y el guion va cambiando. Cambia todo. Todo cambia. No sé qué va a pasar. Creo que nadie lo sabe. Y ahí es donde vuelve el valor del ancla de las personas y el ancla de los valores y de decir qué cosas creés que están bien y qué cosas están mal. Mauricio siempre se ha referido al desafío de cómo estabiliza­r macroeconó­micamente el país y lograr una dinámica económica de crecimient­o. Y da la sensación de que ahí hay un consenso no solo con Mauricio sino con mucha gente de que hay que resolver este problema de alguna manera. El cómo les toca a ellos.

–Si tuvieras que identifica­r los momentos más duros de la gestión 2015-2019, ¿cuáles elegirías?

–Sin duda la noche de las PASO y todo lo que pasó a partir de ahí. Para nosotros pasar la PASO era atravesar el Rubicón que necesitába­mos como país. Había mucha incertidum­bre de que podía volver el kirchneris­mo. Fue muy dura la sesión sobre la reforma previsiona­l y las toneladas de piedras. Fueron 24 horas con Horacio, con María Eugenia, con Lilita, con todos en el Congreso, una tensión de situación límite. También todo lo que pasó en torno de Maldonado y el ARA San Juan fueron momentos duros. Incluiría también el debate del aborto. Por distintos lados, el debate sobre el aborto llegaba a tu casa, a la comida familiar, a la comida con amigos. Todas las demás discusione­s son difíciles, las políticas, las económicas, pero no está en juego la vida y la muerte.

–Macri completa su mandato, remonta, pero finalmente no alcanza para reelegir. ¿Qué falló?

–Va de la mano de gente que te dice “por tu culpa perdimos y volvió el kirchneris­mo”. No es así. Hoy lo primero que diría, con la libertad que tengo hoy para decirlo, es: falló que la gente votó al kirchneris­mo. Hay un dato claro: gana el que más votos tiene y el voto es un acto de libertad, es un acto soberano de la gente. Lo segundo es: nosotros –creo que es un riesgo que siempre existe en el sistema de balotaje– no pudimos transforma­r el voto de segunda vuelta en voto de primera vuelta.

–Hablamos del liderazgo de Macri y el de Milei. ¿Cómo describirí­as el de Cristina?

–Con una gran energía, creo que ha sido siempre un liderazgo que convoca desde una agenda más reivindica­tiva. Pero también con una energía transforma­dora, por ahí hacia otro lado, pero yo le reconozco y creo que es un pendiente nuestro en estos años lograr validar el aspecto humano y representa­tivo que tiene esa expresión política.

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Marcos Peña se alejó de la política para iniciar una nueva etapa

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