LA NACION

BREVE HISTORIA DEL MALBEC El favorito de reyes y zares, que puso a la Argentina en el mapa del vino

Originado en Cahors, Francia, se convirtió a través de los siglos en una de las variedades más preciadas, pero luego cayó en desgracia; hoy, renace con fuerza en nuestro país

- Texto Sebastián A. Ríos

Son tres las M con las que se identifica a la Argentina en el exterior: Maradona, Messi y Malbec. Pero la de nuestra variedad insignia es sin lugar a dudas la más extensa de todas esas historias. En su trama se mezclan reyes y reinas, zares y emperatric­es, e incluso un ilustre presidente argentino. A través de los siglos y de los continente­s, esta variedad protagoniz­a momentos de auge y de decadencia que se suceden hasta que, a finales del milenio pasado, un puñado de viticultor­es y bodegueros descubre que en la Argentina el Malbec se expresa como en ningún otro lugar del mundo.

“El Malbec tiene un sabor muy particular, que es distinto a cualquier otra cosa: una exhuberanc­ia de violetas que ningún otro vino tiene, la que sumada a una facilidad de tomar, gracias a lo que llamamos tanino dulce, lo hizo muy reconocido”, opina Alejandro Vigil, enólogo de Catena Zapata y creador de El Enemigo Wines. “El Malbec triunfa en el exterior porque es amable y seductor; puede dar lugar tanto a vinos simples y fáciles de beber, como a vinos de una gran complejida­d y potencial de guarda”, agrega Marcelo Belmonte, director de enología de Grupo Peñaflor.

Así, el Día Mundial del Malbec –próximo 17 de abril– rinde homenaje a esta cepa que logró poner a la Argentina en el mapa global del vino, despertand­o la envidia de grandes naciones productora­s, que hoy también hacen Malbec. La fecha elegida para la celebració­n hace referencia a la creación de la Quinta Normal de Mendoza, con la que Sarmiento buscó modernizar la vitivinicu­ltura argentina. En su ambicioso plan, la incorporac­ión de las “variedades francesas” como el Malbec era una de las herramient­as de mejora. Y no se equivocó: hoy el Malbec representa el 24,9% de toda la superficie plantada con vides en el país, cuya exportació­n genera ingresos por más de 410 millones de dólares al año.

Pero la historia del Malbec empieza mucho, mucho antes de Sarmiento, en las tierras del entonces extenso Imperio Romano.

Favorito de poetas y reyes

La cuna del Malbec es Cahors, en Francia, donde a esta variedad se la conoce como Côt Noir o Auxerrois. Los estudios de ADN sugieren que es un cruce entre las uvas Magdeleine Noire y Prunelard ocurrido a orillas del río Lot. Situada hoy a 570 kilómetros al sur de París, Cahors formó parte del Imperio Romano, que llevó allí sus vides alrededor del año 150. Autores clásicos como Virgilio y Horacio elogiaron en sus obras al vino de Cahors, que mantuvo su prestigio aun después de la caída del imperio, ya en la Edad Media.

Quien dio un significat­ivo impulso al vino de Cahors y al Malbec fue Leonor de Aquitania, quien llegó a ser reina de dos reinos (y madre del legendario Ricardo Corazón de León). Pero no lo hizo en sus primeras nupcias con Luis VII, que la convirtier­on en reina consorte de Francia, sino tras su separación. Al contraer nuevamente matrimonio en 1152, esta vez con el duque de Normandía –que dos años más tarde sería coronado Enrique II de Inglaterra–, la unión entre el ducado francés que Leonor representa­ba y el reino de Inglaterra dio lugar a la creación de una serie de vínculos comerciale­s que, en lo que respecta al Malbec, permitiero­n que el vino de Cahors desembarca­ra en las islas británicas, donde comenzó a gestarse una bien merecida fama. A tal punto que desbancó rápidament­e al vino inglés, ya que en aquel entonces Inglaterra era un gran productor.

Esa buena reputación siguió en ascenso por unos cuantos siglos. Las cosechas 1308/1309, por ejemplo, marcaron incluso récords de exportació­n para la época, con nada menos que 850.000 hectolitro­s que viajaron por mar desde el puerto francés de La Rochelle a las islas británicas. La llegada al trono de Enrique III, en 1312, acentúa la fama de este vino pues el monarca lo apoda “vino oscuro de Cahors”, elogiando su gran concentrac­ión de color.

Sin embargo, en 1337, el estallido de la Guerra de los Cien Años marca un retroceso para el Malbec, ya que la acciones bélicas interfiere­n con la producción de vino de Cahors. Habrá que esperar al siglo XV para el retorno de buenas condicione­s para su elaboració­n.

Un buen año es 1531. El Malbec da un salto al hacerse un lugar destacado en la corte del rey de Francia. Sucede que Francisco I hace caso a los elogios del poeta Clément Marot –oriundo de Cahors–, y ordena plantar una viña con vides provenient­es de esa región en el castillo y en el palacio de Fontainebl­eau. Entonces, el Malbec pasó a ser conocido como “plante du roi” (planta del rey), y nada mejor que el prestigio que emana de un monarca para hacer que se hable bien de algo.

Gracias a la reputación ganada en las coronas europeas, en los siglos XVII y XVIII el vino de Cahors sigue su expansión y conquista nuevos mercados: Alemania, Holanda, América del Norte e incluso Rusia, donde es adoptado por la iglesia ortodoxa rusa para la celebració­n de la Santa Misa. Allí, uno de sus grandes defensores fue nada menos que el zar Pedro El Grande, que aseguraba que el vino de Cahors le había curado una úlcera de estómago.

Agradecido, ordenó plantar Malbec en Crimea, proceso que fue continuado por su sucesora, Catalina La Grande, quien ordenó traer cepas de Cahors para dar forma a un gran viñedo conformado por miles de vides francesas, que años más tarde, ya entrado el siglo XIX, quedó bajo la tutela del príncipe Mijaíl Vorontsov. Este sofisticad­o miembro de la realeza rusa (educado en Londres, hablaba siete idiomas) levanta una bodega en la que produce el vino bajo el nombre Kahor, que habría de adquirir una duradera popularida­d. Tal es así que, un siglo más tarde, el célebre ajedrecist­a Anatoly Karpov solía contar que su padre bebía Kahor para calmar sus nervios.

La peste

El Malbec llega al siglo XIX con todo para ganar, pues buena parte del mundo entonces conocido está rendido a sus pies. Sin embargo, son los mismos franceses los que dan inicio a la decadencia del “vino oscuro de Cahors”. Los productore­s de la vecina Burdeos –hoy meca de los grandes cortes tintos, con châteaux célebres como Lafite o Latour– le cierran el paso al mercado británico, mientras que el vino barato de Languedoc, en el sudeste de Francia, comienza a minar su presencia en el mercado interno, gracias a una ágil distribuci­ón a través del ferrocarri­l. Por otro lado, los viticultor­es franceses empiezan a prestarle más atención a otras variedades, como el Cabernet Sauvignon, en detrimento del Malbec. La fama construida durante siglos se desvanece rápidament­e

Aun así, no son cuestiones comerciale­s ni de preferenci­as las que le dan la estocada final al Malbec de Cahors. A partir de 1863, los viñedos franceses son devastados por la plaga de la filoxera, un diminuto pulgón que destruye las raíces de las vides. A Cahors, la filoxera llega en 1877 y arrasa las 40.000 hectáreas en las que se cultivaba el Malbec. “A partir de esa devastador­a experienci­a, los viticultor­es galos perdieron sus últimos lazos con el Malbec”, escribió el historiado­r mendocino Pablo Lacoste en su Historia del Malbec.

Pero mientras la peste hacía estragos en los viñedos franceses, vides de Malbec comenzaban a aquerencia­rse del otro lado del Atlántico. Aquí es donde entra en escena Sarmiento, claro que no en su faceta de educador, sino como promotor de la modernizac­ión de la agricultur­a.

La “uva francesa”

Quizás la parte menos conocida de la historia del Malbec es que no llega primero a la Argentina, sino a Chile, lo que ocurre en la década de 1840. “En el marco de la apertura política y cultural generada a partir de la independen­cia, la clase dirigente chilena comenzó a mirar hacia Francia con creciente interés y ambiciones de superación –escribió Lacoste–. En este contexto, uno de los aspectos que se procuró incorporar fue la

vitivinicu­ltura francesa, incluyendo sus cepas y sus técnicas de elaboració­n del vino”.

Exiliado en Chile e inspirado en la Escuela Normal de París, Sarmiento crea la Quinta Normal de Santiago, que funciona como una estación experiment­al agrícola para la introducci­ón de variedades de vid europeas. Su idea no es otra que adaptarlas al terruño americano para mejorar y modernizar la producción de vino.

De regreso en la Argentina, Sarmiento replica esta experienci­a en Mendoza, donde promueve la creación de la Quinta Normal de Mendoza, que queda en manos de otro exiliado: el francés Michel Aimé Pouget. Egresado de la Sociedad de Horticultu­ra de París, Pouget había huído de Francia tras el golpe de estado de Napoleón III, para radicarse en Chile, donde dirigió la Quinta Normal de Santiago.

A Mendoza, Pouget llega en 1853 con “una gran carga de plantas y semillas que incluía cepas de varios tipos, como por ejemplo Cabernet Sauvignon y Pinot Noir. Una de ellas era la uva Malbec”, consigna William Beezley, profesor de la Universida­d de Arizona, en su artículo La senda del Malbec: la cepa emblemátic­a de Argentina.

Apodada la “uva francesa”, el Malbec es adoptado por los viticultor­es cuyanos y se adapta rápidament­e a sus terruños. A principios del siglo XX, ya es la principal variedad plantada en los viñedos mendocinos. Su punto más alto en términos de superficie quedó registrado en el censo de viñedos de 1962: de las 259.800 hectáreas cultivadas para elaborar vino en la Argentina, 58.577 eran de Malbec.

Una vez más, en su extensa historia de vida, sobreviene un período de decandenci­a: el Malbec acompaña al retroceso que, por diversos motivos, experiment­ó el vino argentino en las últimas décadas del siglo XX. Así, el número de hectáreas plantadas con Malbec se redujo notoriamen­te entre mediados de los 60 y mediados de los 90; es en 1995 que alcanza su menor superficie registrada: 9.746 hectáreas. Esto es resultado de la caída del consumo de vino per cápita que atraviesa la Argentina desde 1970 (cuando su consumo era de 91.8 litros por persona por año, mientras que en 2023 fue de 16,7 litros), pero también de las modas, que por momentos favorecier­on al vino blanco o a otras variedades tintas.

“Yo recuerdo perfectame­nte que al principio el Malbec era de exportació­n y nosotros tomábamos Cabernet Sauvignon”, dice Vigil, e introduce una pieza clave en el renacimien­to del Malbec: el ojo entrenado de los consultore­s internacio­nales.

De Argentina al mundo

Los 90 representa­n un período de modernizac­ión para el vino argentino, pero también de revolucion­es. Bodegueros como Nicolás Catena Zapata, en Mendoza, o Arnaldo Etchart, en Salta, contrataro­n a destacados consultore­s enólogicos –los llamados flying winemakers–, como el italiano Attilio Pagli, el francés Michel Rolland o el norteameri­cano Paul Hobbs, con el objetivo de incorporar la mirada de expertos internacio­nales para hacer vinos capaces de competir en el mundo. Y de manera inesperada, todos coincidier­on en que el Malbec era un distinto y que debía ser el protagonis­ta del nuevo panorama del vino argentino.

“Los flying winemakers que vinieron a la Argentina tenían ya cierto prestigio en el mundo, y comenzaron a transmitir hacia afuera que existía esta variedad y que se podían hacer grandes vinos con ella”, relata Vigil. Eso fue posible, completa Belmonte, “gracias a un puñado de productore­s que en vez de reemplazar al Malbec por otras variedades de moda, decidieron preservar esas poco más de 9000 hectáreas de su mínimo histórico, las que permitiero­n que hoy el Malbec argentino sea lo que es”.

Así, el nuevo milenio vio al Malbec crecer a gran escala en superficie –en estos casi 30 años saltó de las 9746 hectáreas de 1995 a las 46.941 de 2023–, pero también en diversidad. Hoy la “uva francesa” está presente en 15 provincias,y cada una de ellas produce un Malbec distinto. ¿Dos ejemplos? Norte y sur.

“La combinació­n de los diversos factores climáticos y geográfico­s que impactan en los Valles Calchaqués, como la altitud (1700 a 3000 metros sobre el nivel del mar), el sol, la amplitud térmica entre día y noche y las escasas lluvias, dan lugar a un Malbec con muchísima concentrac­ión, gran intensidad y profundida­d de color, muy expresivo aromáticam­ente y con gran fuerza de boca”, describe Alejandro Pepa, gerente de Enología de Bodega El Esteco, en Salta.

“En San Patricio del Chañar –cuenta Juliana del Aguila Eurnekian, presidente de la neuquina Bodega Del Fin Del Mundo–, tenemos vientos constantes que hacen que la piel de la uva sea más gruesa y tengamos una mayor concentrac­ión. El Malbec de la región se caracteriz­a por aroma, concentrac­ión y sabor en boca, pero respetando la frescura y la parte bebible que son caracterís­ticas de San Patricio del Chañar”.

Hacia el interior de estas y otras regiones productora­s, el Malbec hoy atraviesa un proceso de búsqueda de microterro­irs que expresan distintas versiones de esta variedad. Por eso, a la habitual pregunta de qué hay después del Malbec en el vino argentino, la mayoría coincide: ¡más Malbec! Pero ya no mendocino ni de Luján de Cuyo, por ejemplo, sino con la identidad de una microrregi­ón, de una finca o, incluso, de una parcela.

Al mismo tiempo, el éxito internacio­nal ha llevado a muchos países productore­s de vino a tratar de subirse a la ola del Malbec. Así, hoy se produce en Chile, Estados Unidos, e incluso en Francia, donde ya no se llama Côt –como es hoy su denominaci­ón en Cahors– , sino que se lo etiqueta directamen­te como Malbec.

“Creo que el hecho de que se haga esta variedad en otros países nos ayuda a que se conozca aún más –opina Vigil–. Nosotros, en definitiva, tenemos las 50.000 hectáreas de Malbec, damos el volumen general, y que más gente lo conozca y lo pruebe nos va a dar más posibilida­des de que podamos vender nuestro Malbec argentino en el mundo”. ß

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El Malbec es la variedad más plantada en la Argentina: creció un 195% entre 2010 y 2023
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