El Gobierno, reprobado en Educación
Las declaraciones medievales de Bertie Benegas Lynch sobre que la educación no debería ser obligatoria no son una noticia vieja y superada por la división del bloque libertario en Diputados ni por el fin del noviazgo del Presidente con Fátima Florez ni por las fotitos con Elon Musk. No hay nada más trascendente que la educación. Lo grave es que esa opinión extraviada, elitista y, por qué no decirlo, suicida –¿qué futuro próspero tiene una sociedad que se desinteresa de la formación de quienes la manejarán el día de mañana?– viene avalada desde lo más alto del oficialismo.
La imposición de una educación gratuita y obligatoria no es una idea extraviada de algún populismo estatizante, sino que fue pergeñada por los padres del liberalismo argentino, Domingo Faustino Sarmiento y Julio Argentino Roca.
La ley 1420, sancionada en 1884, dotó a la Argentina del siglo XX de una sociedad mayoritariamente instruida, con una clase media en expansión y un apreciable clima de equidad social y cultural. Ni el más humilde ni el más rico osaban poner en cuestión la necesidad de mandar a los chicos al colegio.
Con la degradación social de las últimas décadas, desde el poder se apeló a incentivos: aquellos que cobran algún plan o subsidio deben demostrar, en caso de tener hijos, que están escolarizados.
En su exabrupto, el diputado libertario expresó que un padre tendría que poder optar entre enviar a educar a su hijo o que se quede con él ayudándolo a trabajar “en el taller”. En la tira Mafalda, del genial Quino, tan representativa de esa sólida clase media y de la movilidad social ascendente que caracterizaron al siglo pasado, uno de los personajes, Manolito, atendía en el almacén familiar, pero no por eso dejaba de ir a la escuela. Pero cuidado: puede ser muy finita la línea que separa jugar a ayudar a papá del trabajo infantil.
Según parece, para Benegas Lynch (h.) no hay nada más abajo de tener “un taller”. Se le escapa que ya hay huestes de padres y hasta abuelos precoces con escasa o nula instrucción que nunca tuvieron un trabajo estable a los que es necesario recordarles la obligación que tienen de mandar a sus chicos a estudiar para que no les pase lo mismo que a ellos y no se conviertan en “soldaditos” del narcotráfico o derrapen en la delincuencia común.
Es clasista y rancia la figura del “taller” porque subraya otra diferencia social. A ningún profesional se le ocurriría que sus hijos no se escolarizaran para llevarlos a sus trabajos. Ergo, le sobrevuela, tal vez sin tenerlo en claro (es mejor pensar que lo hace por ignorante), la retrógrada idea de contar con iletrados que sean mano de obra barata o directamente esclava para las elites.
La reacción del Gobierno frente a tan infelices declaraciones fue decepcionante. El vocero Manuel Adorni argumentó que los liberales no son manada y que pueden pensar diferente. No es lo que ocurrió cuando despidieron al titular de la Anses simplemente porque su mujer había votado en contra de algunos incisos de la ley ómnibus.
La titular de Capital Humano, Sandra Pettovello, creyó suficiente publicar una ilustración con la estética de las señales viales, con la siguiente inscripción: “Hombres trabajando; niños estudiando”. Esta gestión degradó la educación de ministerio a secretaría, que justamente depende de Pettovello. Un dibujito en Instagram como reacción a algo tan grave está claro que le resta importancia a lo sucedido.
Nada es casual. El gobierno libertario ha emprendido una necesaria cruzada contra la inflación, pero la educación pública resulta una de las áreas más golpeadas. Comparando el presupuesto nacional de este año con el de 2023, la inversión en gestión socioeducativa cayó en un 67,8%; en infraestructura bajó un 98,9%; en educación inicial, 93%; en Conectar Igualdad, un 83,1%, y en becas, un 46%.
Tampoco se pagaron el Fondo de Incentivo Docente ni el Fondo de Garantía Salarial para ayudar a las provincias más pobres. Las universidades cuentan con un 33,2% menos de fondos respecto del presupuesto 2023 y podrían llegar a no funcionar el segundo cuatrimestre de seguir así. La marcha universitaria, anunciada para el 23 de abril, podría ser un stop al huracán Milei si convoca multitudes genuinas.
El Presidente calificó la frase de Benegas Lynch como “desafortunada”, pero prefirió cargar las tintas contra Romina Manguel, que le había hecho la entrevista en la que vomitó su pensamiento cavernícola.
Al fin y al cabo, Milei piensa parecido. En la campaña para ser diputado, en 2021, le dijo a Daniel Santa Cruz por el Canal de la Ciudad que la escuela pública “forma esclavos adoradores de la religión del Estado”. Peor, el año pasado, cuando ante el periodista chileno Matías del Río definió la igualdad de oportunidades como “una aberración” y desconoció el “derecho a la educación” porque “alguien lo tiene que pagar”.
Los libertarios no suscriben el principio de solidaridad que debe prevalecer en cualquier sociedad con los más débiles, no solo por una cuestión humanitaria; también para que “el mercado”, que tanto endiosan, crezca saludable y con una cantidad creciente de jugadores. Así, al menos, funciona el mundo desarrollado.
No hubo, siquiera, tirón de orejas para Benegas Lynch. Al contrario: se lo premia otorgándole la presidencia de una comisión en la Cámara baja. Está todo dicho.ß