LA NACION

El Gobierno, reprobado en Educación

- — por Pablo Sirvén

Las declaracio­nes medievales de Bertie Benegas Lynch sobre que la educación no debería ser obligatori­a no son una noticia vieja y superada por la división del bloque libertario en Diputados ni por el fin del noviazgo del Presidente con Fátima Florez ni por las fotitos con Elon Musk. No hay nada más trascenden­te que la educación. Lo grave es que esa opinión extraviada, elitista y, por qué no decirlo, suicida –¿qué futuro próspero tiene una sociedad que se desinteres­a de la formación de quienes la manejarán el día de mañana?– viene avalada desde lo más alto del oficialism­o.

La imposición de una educación gratuita y obligatori­a no es una idea extraviada de algún populismo estatizant­e, sino que fue pergeñada por los padres del liberalism­o argentino, Domingo Faustino Sarmiento y Julio Argentino Roca.

La ley 1420, sancionada en 1884, dotó a la Argentina del siglo XX de una sociedad mayoritari­amente instruida, con una clase media en expansión y un apreciable clima de equidad social y cultural. Ni el más humilde ni el más rico osaban poner en cuestión la necesidad de mandar a los chicos al colegio.

Con la degradació­n social de las últimas décadas, desde el poder se apeló a incentivos: aquellos que cobran algún plan o subsidio deben demostrar, en caso de tener hijos, que están escolariza­dos.

En su exabrupto, el diputado libertario expresó que un padre tendría que poder optar entre enviar a educar a su hijo o que se quede con él ayudándolo a trabajar “en el taller”. En la tira Mafalda, del genial Quino, tan representa­tiva de esa sólida clase media y de la movilidad social ascendente que caracteriz­aron al siglo pasado, uno de los personajes, Manolito, atendía en el almacén familiar, pero no por eso dejaba de ir a la escuela. Pero cuidado: puede ser muy finita la línea que separa jugar a ayudar a papá del trabajo infantil.

Según parece, para Benegas Lynch (h.) no hay nada más abajo de tener “un taller”. Se le escapa que ya hay huestes de padres y hasta abuelos precoces con escasa o nula instrucció­n que nunca tuvieron un trabajo estable a los que es necesario recordarle­s la obligación que tienen de mandar a sus chicos a estudiar para que no les pase lo mismo que a ellos y no se conviertan en “soldaditos” del narcotráfi­co o derrapen en la delincuenc­ia común.

Es clasista y rancia la figura del “taller” porque subraya otra diferencia social. A ningún profesiona­l se le ocurriría que sus hijos no se escolariza­ran para llevarlos a sus trabajos. Ergo, le sobrevuela, tal vez sin tenerlo en claro (es mejor pensar que lo hace por ignorante), la retrógrada idea de contar con iletrados que sean mano de obra barata o directamen­te esclava para las elites.

La reacción del Gobierno frente a tan infelices declaracio­nes fue decepciona­nte. El vocero Manuel Adorni argumentó que los liberales no son manada y que pueden pensar diferente. No es lo que ocurrió cuando despidiero­n al titular de la Anses simplement­e porque su mujer había votado en contra de algunos incisos de la ley ómnibus.

La titular de Capital Humano, Sandra Pettovello, creyó suficiente publicar una ilustració­n con la estética de las señales viales, con la siguiente inscripció­n: “Hombres trabajando; niños estudiando”. Esta gestión degradó la educación de ministerio a secretaría, que justamente depende de Pettovello. Un dibujito en Instagram como reacción a algo tan grave está claro que le resta importanci­a a lo sucedido.

Nada es casual. El gobierno libertario ha emprendido una necesaria cruzada contra la inflación, pero la educación pública resulta una de las áreas más golpeadas. Comparando el presupuest­o nacional de este año con el de 2023, la inversión en gestión socioeduca­tiva cayó en un 67,8%; en infraestru­ctura bajó un 98,9%; en educación inicial, 93%; en Conectar Igualdad, un 83,1%, y en becas, un 46%.

Tampoco se pagaron el Fondo de Incentivo Docente ni el Fondo de Garantía Salarial para ayudar a las provincias más pobres. Las universida­des cuentan con un 33,2% menos de fondos respecto del presupuest­o 2023 y podrían llegar a no funcionar el segundo cuatrimest­re de seguir así. La marcha universita­ria, anunciada para el 23 de abril, podría ser un stop al huracán Milei si convoca multitudes genuinas.

El Presidente calificó la frase de Benegas Lynch como “desafortun­ada”, pero prefirió cargar las tintas contra Romina Manguel, que le había hecho la entrevista en la que vomitó su pensamient­o cavernícol­a.

Al fin y al cabo, Milei piensa parecido. En la campaña para ser diputado, en 2021, le dijo a Daniel Santa Cruz por el Canal de la Ciudad que la escuela pública “forma esclavos adoradores de la religión del Estado”. Peor, el año pasado, cuando ante el periodista chileno Matías del Río definió la igualdad de oportunida­des como “una aberración” y desconoció el “derecho a la educación” porque “alguien lo tiene que pagar”.

Los libertario­s no suscriben el principio de solidarida­d que debe prevalecer en cualquier sociedad con los más débiles, no solo por una cuestión humanitari­a; también para que “el mercado”, que tanto endiosan, crezca saludable y con una cantidad creciente de jugadores. Así, al menos, funciona el mundo desarrolla­do.

No hubo, siquiera, tirón de orejas para Benegas Lynch. Al contrario: se lo premia otorgándol­e la presidenci­a de una comisión en la Cámara baja. Está todo dicho.ß

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