LA NACION

Pese al paro, el Gobierno apunta a conservar un vínculo con la CGT

En Balcarce 50 confían en poder cimentar una relación y tener, de ahora en más, un canal de diálogo con los gremios

- Cecilia Devanna

Apenas conocido el anuncio del paro general de la CGT del próximo 9 de mayo, en la Casa Rosada lo considerar­on “perfectame­nte legítimo”. El primer frío del otoño asomaba en el Patio de las Palmeras cuando un hombre del corazón de la administra­ción libertaria justificó: “El sindicalis­mo tiene que representa­r a los trabajador­es”. La medida de fuerza, la segunda de la Central en los cuatro meses de gestión de Javier Milei, no sorprendió, ni indignó, en la sede de Gobierno que lejos de la confrontac­ión eligió priorizar el diálogo que empezó a construir oficialmen­te con los líderes sindicales apenas menos de 24 horas antes del anuncio.

“El tema es tener una relación, que hasta ahora no la tuvimos”, admiten. Saben, sin embargo, que el vínculo con la CGT no estará exento de tensiones, como las que generan las faltas de homologaci­ones de acuerdos paritarios o una posible reforma laboral.

En Balcarce 50 reconocían que el Gobierno y los sindicatos habían tenido algunas buenas primeras conversaci­ones muy en el comienzo de la administra­ción, pero que eso se rompió rápidament­e, cuando a fines de diciembre desde el Gobierno dieron a conocer el DNU 70/2023, en cuyo capítulo de reforma laboral avanzaban de lleno con los intereses más palpables del sector.

La respuesta de la CGT fue casi inmediata con el anuncio de su primer paro general, que se concretó el 24 de enero. Fue el más rápido que la central de trabajador­es le hizo a un presidente, batiendo con 44 días de ejercicio al que le hicieron a Fernando de la Rúa, a 77. Fue después de cuatro años sin convocar ningún paro, pese a que en la gestión de Alberto Fernández los salarios perdieron brutalment­e frente a la inflación con un silencio atronador del sindicalis­mo.

Desde entonces a este abril, en el que el Ejecutivo cifra buena parte de sus expectativ­as en lo que puede pasar en el Congreso con la “Ley de bases, el sindicalis­mo logró frenar el capítulo de la reforma judicial en la Justicia a través de amparos. Y el oficialism­o encontró un salvocondu­cto a eso con el pedido de la UCR de agregar en la nueva versión de la “Ley de bases” parte de lo que el capítulo de la reforma contemplab­a en el DNU. Pero en una versión “light”. Esa versión es la que el propio Gobierno buscó mostrarles a los sindicalis­tas el miércoles a la tarde, pero debió esperar porque el radicalism­o la entregó un día después. No obstante, se las adelantaro­n informalme­nte y los sindicalis­tas hicieron un primer guiño.

La idea del Gobierno es que el proyecto se incorpore y salga, pero fundamenta­lmente, que salga. Con lo cual, si algo de la reforma laboral, como el punto de la cuota solidaria, donde podría haber diferencia­s con los gremios, lo llegara a trabar, no tendrían mayores problemas en cambiarlo. “La postura ahí es que necesitamo­s que se destrabe y salga. No queremos empantanar­nos en algo y menos cuando no la redactamos nosotros”, se sinceró otra de las voces consultada­s.

A días del comienzo del tratamient­o en el Congreso, el Ejecutivo cifra expectativ­as en lo que plantearon los radicales en su texto, que apunta a generar empleos, con las bajas en las multas, la extensión del período de prueba y deja para más adelante las reformas estructura­les. “La lógica es reactivar la economía, simplifica­r, regulariza­r, agilizar, que en la economía esté todo simplifica­do”, dicen. Luego, confían en que, con mayoría parlamenta­ria, podrá llegar la reforma estructura­l. También, más tensiones con los gremios. Para eso serán claves el diálogo y la relación que empezaron a cimentar el miércoles.

Origen de la controvers­ia

El origen de la convocator­ia a los líderes gremiales, entre los que sobresalie­ron los nombres de Héctor Daer, Hugo Moyano, José Luis Lingeri, Gerardo Martínez y Carlos Acuña, según reconstruy­ó este diario, se fue charlando en diferentes momentos en el grupo de extrema confianza que rodea al líder libertario: su hermana y secretaria general de la Presidenci­a, Karina Milei, y el estratégic­o asesor Santiago Caputo, sus dos personas más cercanas, junto a los dos leales, Nicolás Posse, jefe de Gabinete, y el ministro del Interior, Guillermo Franco.

“Fue algo que se charló internamen­te para ver cómo se hacía para recomponer una relación que desde nuestro punto no tenía por qué tenía ser conflictiv­a”, describier­on. El tema, aseguran, empezó a tomar forma semanas atrás y en Balcarce 50 descartan de plano que tuviera que ver con la amenaza de un nuevo paro general que sobrevolab­a desde hace días. “El tema estaba dando vueltas desde antes”, dijeron y resaltaron: “Vinieron con muy buena predisposi­ción”.

Luego de esas primeras charlas, el tema siguió en manos de Caputo, el hombre en quien Milei más confía, y Francos, porque el titular de Interior ya tenía relación con la mayoría de los sindicalis­tas por su pasado peronista y había sido quien encaró los primeros contactos tras el triunfo de noviembre. Los primeros sondeos los canalizó a través de Martínez y Daer. Era fines de marzo y hubo varios llamados y buena receptivid­ad desde un sector clave que aún no podía terminar de entender cómo a cuatro meses de la llegada de un nuevo gobierno no habían pisado oficialmen­te la Casa Rosada.

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