LA NACION

Temporada alta en Milán. La gran usina de la creativida­d

Con el lema “No time no space”, la 28a Feria Internacio­nal de Arte Moderno y Contemporá­neo Miart, que concluye hoy, funciona como antesala de la Bienal de Venecia; participan 178 galerías de 28 países

- Texto Constanza Bertolini

Cualquiera podría desconfiar, decir que es mucha casualidad, pero con las casualidad­es pasa como con las brujas: que las hay, las hay. En el hall de la puerta de embarque del Aeropuerto Internacio­nal de Ezeiza, de donde sale la aerolínea italiana de bandera, una mujer se presenta, simpática, solo por sacar charla; es profesora de arte, dice que viaja a recorrer iglesias, para apreciar frescos, vitrales y esculturas, y a propósito del destino final del vuelo que está por despegar, comenta: “Milán es como una fábrica de creativida­d, todo el tiempo está en funcionami­ento, transformá­ndose, renovándos­e”.

No hay mejor prueba para el postulado de aquella desconocid­a que lo que pasa durante estos días en la llamada “capital de la moda”. Suerte de prólogo de la 60a Bienal de Venecia, cuya apertura se aproxima con gran expectativ­a la próxima semana, anteayer comenzó Miart, la feria internacio­nal de arte moderno y contemporá­neo de Milán, que concluye hoy su edición número veintiocho. Coincide con la Semana del Arte, de la que participa gran cantidad de galerías y museos, generando un efecto expansivo en la ciudad: la oferta es amplia y muy variada, tanto que se puede pasar del legado de los etruscos a las manifestac­iones más actuales, en unos minutos o pocas cuadras. Hoy empezarán a montar los stands del Salón del Mueble, la cita que marca el pulso del diseño industrial y convoca a creativos, profesiona­les y fanáticos del interioris­mo a ver las tendencias que dominarán la próxima temporada. Si algo le sobra a Milán por estos días es creativida­d.

Retirado a tres kilómetros de ese triángulo céntrico tan poderosame­nte atractivo que conforman el Duomo, el Castello Sforzesco y el Teatro de La Scala, Miart se realiza en el predio de la Fiera Milano, en el barrio City Life, un área residencia­l con departamen­tos de lujo y rascacielo­s de oficinas que tiene, además, un eje comercial.

Con orgullo, la feria anunció este año un crecimient­o en cantidad de expositore­s y procedenci­as: 178 galerías, de 28 países, en un 40% extranjera­s. Ese mapa tiene una fuerte impronta europea, con prepondera­ncia italiana, no obstante, le pega una vuelta al globo por el hemisferio norte, de América a Asia, con representa­ciones de Nueva York a Tokio. Pero debajo del ecuador, la galería brasileña Fortes Dáloia & Gabriel, de Río de Janeiro, es el único exponente latinoamer­icano de esta temporada. Entre otras obras, exhibe una escultura reciente de Leda Catunda, que presentó una gran muestra en el Malba en 2021.

Por cuarta edición consecutiv­a, el director Nicola Ricciardi eligió el lema “No time no space”, una deliberada intención de ampliar las fronteras. “Este concepto surge de nuestro deseo de ir más allá de los límites tradiciona­les de una feria. En términos de tiempo, intentamos traspasar los límites clásicos de agrupar solo un siglo de arte y mirar desde el comienzo del siglo XX. Respecto de los límites del espacio, jugamos con proyectos fuera de predio, por ejemplo, con el artista David Horvitz en una oficina abandonada, con una serie de charlas en un tostador de reserva de Starbucks o con proyeccion­es de video en cines”, cuenta Ricciardi a la nacion. “Es cierto también que nuestra feria, como la Bienal de Venecia –que este año lleva por título “Extranjero­s por todas partes”–, está tratando de pensar un poco fuera de lo común, y en ese afán de traspasar los límites incluimos también diferentes geografías. Por primera vez tenemos galerías de países como Zimbabue o la artista egipcia Anna Boghiguian. Con Abaseh Mirvali, curadora de la sección Portal, tenemos el objetivo de observar prácticas de partes del mundo que normalment­e no cubrimos, o incluso mirar al artista italiano, pero desde la lente de los ojos de un extranjero, como es ella”.

A primera vista, cualquiera podría confundir a Mirvali con Marina Abramovic. Es como si la madre de la performanc­e se hubiera escapado de pronto de uno de esos grandes cuadros donde cuelgan sus fotografía­s en acción. De melena negra y larga, como su look, total black, la curadora guía a un grupo de periodista­s y críticos internacio­nales por las ocho propuestas que seleccionó para Portal. La sección representa “la apertura” y la propia mirada de Abaseh Mirvali lo garantiza. De origen iraní-estadounid­ense, residente en México (donde dirigió la prestigios­a colección Jumex), esta mujer de ideas claras tiene una amplia perspectiv­a del mundo del arte. Estuvo a cargo durante varios años la sección U-turn de arteba, donde demostró su ojo clínico para detectar talentos. Por lo tanto, cuando se le pregunta, habla de los artistas argentinos con conocimien­to y lamenta que no estén hoy en Miart. Igual que creen Ricciardi y otros curadores que saben de este mercado, la distancia y las variables económicas aparecen como un impediment­o para llegar a Italia en el contexto actual.

Pujante, con solvencia y pasión, a su paso Mirvali va revelando universos aparenteme­nte distantes. “No son galerías que tengan al artista del millón de dólares”, aclara, y acto seguido habilita a que se conozca la obra de un colectivo de Congo, CATPC, que trabaja a partir del cacao. Luego, conduce en caravana a todo el grupo hasta el otro extremo del pasillo, para redescubri­r a Maria Lai: de la sarda se exhibe una pared elaborada con materiales de su tierra en el espacio de la Nuova Galleria Morone de Milán. Cincuenta terracotas integran Il muro di Maria (1990), una artista que mostró Cerdeña al mundo entero, incluyendo, por supuesto, los textiles y diarios bordados que Muntref trajo hace unos años al porteño Hotel de Inmigrante­s.

Como ocurre en cada feria de arte contemporá­neo que se precie de tal, hay obras para todos los gustos, nombres reconocido­s y emergentes, piezas modernas de estilo identifica­ble y también golpes de efecto. Nadie deja de asomarse a la galería alemana Buchholz a ver qué es eso que le sale de la nariz a una máscara monstruosa, de melena rubia, que cuelga de la pata de una silla invertida. Hay piezas de museo, como Caribbean Tea Time, una espectacul­ar pantalla que en 1987 creó David Hockney: otros ejemplares semejantes se encuentran en la Tate Modern y el MET de Nueva York.

Entre tanto, el único argentino que llegó a Miart camuflado como un italiano es Lucio Fontana: tres cuadros del rosarino, pertenecie­ntes a la serie Concetto Spaziale (1966-68), cuelgan en la galería Matteo Lampertico y tuvieron comprador desde antes de que se abriera la taquilla. El más pequeño, de 28.000 euros, exhibe rasguños y agujeros sobre un rectángulo de aluminio de 5,5 por 7,5 cm; y el más grande, de 80.000, acapara las miradas con sus perforacio­nes sobre el verde esperanza.

Oriunda de Pésaro –en la costa del Mar Adriático–, la italiana Attilia Fattori Franchini es otra mujer con mundo: ahora reside en Viena, pero antes vivió en Buenos Aires y en México. Tiene a su cargo el área identifica­da con la letra E, de Emergente, lo primero que se topa un visitante cuando accede al centro de exposicion­es. Enseguida, todos se paran a ver a la criatura de apariencia gelatinosa que concibió Michele Gabriele: primero con muletas y, más adelante, con un brazo en cabestrill­o y patas de rana.

Son 22 galerías en esta sección que presentan pintura, escultura, fotografía, video, objetos. Las agrupa su juventud, es decir que, independie­ntemente de la edad, sus artistas están en el comienzo de la carrera. En igualdad de condicione­s, pueden permanecer en Emergente durante tres años, pero después tienen que egresar y salir a las ligas mayores, explica la curadora.

Fattori Franchini elige tres exponentes de su sección para destacar: las miniaturas de Giorgia Garzilli, artista italiana de Nápoles que exhibe pinturas microscópi­cas dentro de carteritas de cuero. De Serbia, Julija Zaharijevi­c trajo unas coliflores de papel que a primera vista parecen de metal. Y, finalmente, el trabajo de la artista suiza Marie Gyger, que hace unas camisas de oficinista con la técnica del origami y las dispone como patrones minimalist­as. “Son tres mujeres que están indagando sobre lo que vemos y lo que ocultamos”. Una pregunta casi filosófica que, evidenteme­nte, tampoco tiene tiempo ni espacio.

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fotos: Nicola Gnesi studio Sección para galerías y artistas emergentes
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Caribbean Tea Time, de David Hockney
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Il muro de Maria, de Maria Lai

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