LA NACION

Julio Chávez. “No soy de los que desayunan con Instagram”

Antes de estrenar su nueva obra en calle Corrientes, el actor reflexiona sobre su desencanto con la TV y las redes, recorre sus inicios y sus facetas menos conocidas y vulnerable­s

- Andrés Casak Noelia Marcia Guevara

Texto

C| Foto uando tenía 17 años, Julio Chávez era un enfant terrible que cursaba en el Conservato­rio Nacional de Arte Dramático. En el informe de fin de año, su maestro, Luis Agustoni, fue demoledor: “No te voy a evaluar como actor, pero como persona, cambiá o no vuelvas a este lugar”. El joven rebelde no se hizo problema. Pegó el portazo, decidió que estudiaría medicina y se buscó un trabajo como administra­tivo en una clínica, pero una noche, en la soledad laboral, se formuló la

AFV pregunta del millón: “¿Qué hago yo acá?”. Y entonces pensó en volver al Conservato­rio y en actuar que había aplacado su temperamen­to. El plan funcionó: al cabo de unas clases, Agustoni lo felicitó por su rotundo cambio de carácter.

Hoy, medio siglo después, Julio Chávez (67) rememora la anécdota entre carcajadas y subraya que ese momento lo marcó para siempre. “Esa advertenci­a de Agustoni me enseñó que me iba a tener que hacer cargo de mí y que era responsabl­e de mis actitudes. Digamos que me tomé la vida en serio”, explica el actor que ha brillado en teatro, televisión y cine y que supo construir papeles tan disímiles y formidable­s como El Gitano Perotti en la serie El puntero, Charlotte, la travesti que sobrevivió en Berlín al nazismo y al comunismo, en la obra teatral Yo soy mi propia mujer o El Oso, un exconvicto que quiere recuperar a su hija, en la película Un oso rojo, por solo citar tres roles al azar entre decenas de creaciones.

La charla transcurre en el Instituto Argentino de Musicales, una antigua casona luminosa con pisos de madera donde Chávez acaba de terminar un ensayo. Se lo ve de buen ánimo y dispuesto al diálogo, pero eso no quiere decir que sea un entrevista­do con respuestas complacien­tes y políticame­nte correctas. Ya de entrada arroja varias definicion­es tajantes. Escéptico, dice que hoy se perdió el valor de la palabra, que la inteligenc­ia artificial supera todo lo previsible y que vamos en camino a deshumaniz­arnos.

“Siento que hace algunos años recibí un palazo en la cabeza y quedé atontado, pero todo el avance tecnológic­o me parece brutal. Me preocupa hacia donde estamos yendo y lo que estamos autorizand­o. Ya no nos respetamos ni a nosotros mismos”. Su nueva obra teatral propone una reflexión al respecto. Escrita junto a Camila Mansilla, Lo sagrado -que se estrenó el viernes en el Paseo La Plaza y que cuenta en el elenco con el propio Chávez, además de Eugenia Alonso, Rafael Federman (que actuó en La sociedad de la nieve)y Claudio Medina- parte de una historia mínima: un escritor consagrado, que acaba de terminar un libro autobiográ­fico, recibe la inesperada visita del hijo de una antigua pareja, que viene a pedirle que cumpla una promesa que le hizo años atrás. “Esa promesa conlleva un hecho ético, porque los humanos tenemos informació­n sobre el otro que puede ser hiriente. Entonces, ¿dónde empiezan y terminan mis derechos? ¿Cuál es el límite? Es muy complejo definir qué es lo sagrado: enfrenta a un escritor de mi edad con un chico de 22 años. En esta temática también involucram­os al arte, si en nombre de su legitimida­d se le puede hacer daño a alguien”.

El mal de las distraccio­nes –En esta época marcada por la inmediatez, ¿qué significa hacer teatro?

–Es un acto de resistenci­a. Sigo creyendo en el fenómeno del relato y en la actividad del espectador que quiere que se le cuente un cuento. Ubicamos la obra en los años 60 en forma no inocente, porque en esa época todavía se escuchaba con cierta seriedad un proyecto y la palabra tenía un espesor. Creemos en el valor de dos seres humanos que se comunican. Hoy, si no pasa algo rápido, la gente se distrae. Por eso no queríamos traer la historia al presente, no queríamos teléfonos celulares.

–¿Usás las redes sociales?

–Sí, tengo redes sociales y las uso. Muchas veces me siento empachado de ellas y por suerte no han roto mi vínculo conmigo. No desayuno con Instagram. Todavía elijo con quién quiero desayunar y hablar. Hoy, ver una película o leer un libro, también es un acto de resistenci­a de una enorme exigencia y soledad.

–¿Ves películas en plataforma­s o seguís yendo al cine?

–Como espectador, veo extraordin­arias películas en Mubi. En rigor, en todas las plataforma­s encuentro a grandes realizador­es y disfruto con films actuales. Hay una directora canadiense (Sophie Deraspe) que hizo una versión de Antígona que es soberbia. El ser humano sigue siendo extraordin­ario. Y no solo en cine: veo a pensadores, gente muy joven que es brillante. No estoy escéptico en ese sentido. Yo sigo a un chico, Diego (Singer), que hace el programa Filosofía a la gorra en internet, y que tiene una cabeza brillante.

–Trabajaste mucho en cine. ¿Tenés alguna película en carpeta?

–Tengo ganas de volver a dirigir una película basada en un libro mío, como hice con Cuando la miro [protagoniz­ada por Chávez junto con Marilú Marini y estrenada en 2022]. Y después no tengo un proyecto fijo. Siempre escribir, pintar, dar clases.

–¿Y la televisión? Has protagoniz­ado varias series para TV, especialme­nte en Polka, que este año cerró.

–No aparece el proyecto que me entusiasme. Participé en muchas series y aprendí enormement­e. Es algo que he desarrolla­do durante casi 20 años.

–¿Te cansó la televisión?

–No, pero estoy satisfecho. Aceptaré aquello que me vuelva a dar fe, gusto y alegría. Pero últimament­e las series de ficción solamente se basan en biografías y eso no me interesa.

–¿Por qué no te gustan las series biográfica­s?

–¿Sabés lo que pasa? Tengo miedo que me toque el timbre algún familiar de la figura retratada y me reclame: “¿Vos te diste cuenta de lo que dijiste sobre mi tío?”. Todavía existe el portero eléctrico y la persona que lo pueda tocar. Yo no quiero eso. No le encuentro el gusto.

El coleccioni­sta –¿Cuáles son tus otras pasiones?

–Soy coleccioni­sta de muñequitos que guardo en una vitrina, entre ellos los pequeños que venían en los chocolates. Además, atesoro cientos de películas que tengo en DVD: cada film viene con su respectiva chapita blanca en el lomo de la caja. Tengo muchísimos libros que me están esperando y muchas películas que aún no vi. Es todo alimento para mi vejez.

–¿Te preocupa la vejez?

–Lo que más me preocupa es el desfasaje entre lo que siento y lo que veo cuando me miro al espejo. Eso es un plan maligno. Cada vez me acerco más a lo que era mi papá. Muchas veces he pensado si no es un plan siniestro de nuestros padres para que creamos que somos nosotros y en realidad somos ellos (se ríe). Tengo pudor de darme cuenta que vivo como si tuviera otro cuerpo y otra cara. De golpe, me veo al espejo y concluyo en que no puedo comportarm­e así con la cara y el cuerpo de hombre grande que tengo. Es una película de terror. Y además me parece que la vejez y la muerte son cosas privadas. Y hacemos de ellas hechos pornográfi­cos.

–¿Hay una exhibición de la muerte?

–Absolutame­nte. No quiero hacer de eso un hecho público. Tampoco me gustaría involucrar a mucha gente. Yo tengo solo dos o tres personas a las que voy a permitir visitarme a terapia intensiva. Por otra parte, los actores contamos con la obligación de hacer una reflexión sobre el cuerpo y el tiempo, porque somos los relatores en la tribu, los que consciente­mente contamos cuentitos. Cada uno elige qué le relata a la señora que lo mira. Amo a quienes llevan con candor lo que es la vejez y las arrugas cuando los ojos y los párpados se les caen. Es horrible tener adentro un ser casi muerto con apariencia de joven.

–Entonces, nada peor que alguien te elogie lo bien que te mantenés estéticame­nte…

–Cuando me dicen “no parecés tus casi 70 años”, lo vivo como una ofensa. ¿Cómo que no parezco? Lo que sí padezco es el tema de la muerte, se me hace muy presente.

Pero te voy a decir algo: últimament­e estoy un poco desencanta­do con los seres humanos, de manera que no estoy tan triste de pensar que en algún momento me voy a tener que ir. Algún aspecto positivo tiene el desencanto.

–¿Qué te dio el teatro?

–Es el único espacio donde intento hacer el ejercicio del pensamient­o. No tengo un espacio político ni científico para pensar. Yo me alisté en el teatro como un soldado ignorante que llega para hacer algo de su vida y sin quererlo me he transforma­do en alguien que ha establecid­o vínculo, identidad, respeto, agradecimi­ento. Es el único juicio al cual me voy a hacer presente cuando tenga que dar explicacio­nes. En todos los otros espacios, pueden hacer lo que quieran conmigo, ya que no me voy a presentar porque nunca he pagado una cuota, pero en el arte sí. Vulnerabil­idades

–¿Te seguís sintiendo vulnerable frente a la crítica y la mirada de los espectador­es?

–Sí, soy vulnerable a las críticas y la opinión de los otros, es una puerta que no he cerrado. Los actores trabajamos con la sensibilid­ad y uno de los temas que no quiero perder es la vulnerabil­idad. Y tengo por suerte una herramient­a que se llama ejercicio de pensamient­o. Es más: me gustaría que hubiese más tribunales en nuestro oficio...

–¿Para qué servirían los tribunales?

–Para que nos pidan explicacio­nes a nosotros, los actores. Tengo discusione­s estéticas e ideológica­s sobre el teatro porque todo hecho artístico es una invitación para discutir. Yo me siento ciudadano del problema estético. Cualquier ser humano que hace algo relacionad­o con el arte y el lenguaje pone sobre la mesa una reflexión estética, aunque sea un japonés a quien no conozco. Eso es una universali­dad que le compete al pensamient­o.

–¿Cómo ves a las nuevas generacion­es?

–Hay de todo. Me encuentro con una enfermedad que es la velocidad. Observo dificultad­es para reflexiona­r de una manera más serena y discutir un material. No nacimos ayer: hay algo que es histórico. Al final, la película Matrix anticipó todo, no era broma. A veces en mi estudio leo obras de Fernando Pessoa

que me conmueven, paneo entre quienes me rodean, veo que no le pasa nada a nadie y me pregunto si tengo que leer de nuevo.

–Recién terminaste el ensayo para la obra y ahora das una entrevista. ¿No te gusta el ocio?

–No entiendo la razón de la buena prensa del ocio. Yo quiero estar todo el tiempo haciendo cosas. Para mí, el ocio es estar en el interior del trabajo. Descansar me resulta muy trabajoso. Me gusta hacer cosas y tener la fábrica prendida todo el día.

–¿Tomás vacaciones?

–Cada vez me voy menos. Es una escena que no sé hacer. Me resulta insoportab­le actuar que la paso bien. A mí me gusta proyectar cosas, leer, estudiar, pensar. Cada vez voy a menos fiestas, no tengo condicione­s para eso. Me podría quedar en casa, construir el mundo ahí y no salir más. La verdad: ese talento de la gente para hacerse amigos dinamarque­ses en las vacaciones, yo no lo tengo.

–¿Es una fobia?

–No lo creo, pero irme de vacaciones me llena de inquietud y de tristeza. Solo siento ganas de volver a mi casa. El descanso es para otra vida.ß

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“Me preocupa hacia donde estamos yendo y lo que estamos autorizand­o”, dice sobre el avance de la tecnología
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“Al final, la película Matrix anticipó todo, no era broma”, dice sobre la actualidad distópica

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