LA NACION

“La moda no es Lo que imaginaba para mi vida”

EN LA INTIMIDAD DE SU ATELIER, GINO BOGANI, EL DISEÑADOR ARGENTINO DE ALTA COSTURA DE TODOS LOS TIEMPOS, HABLA DE SU INFANCIA, DE SU CARRERA ENTRE MUJERES EXTRAORDIN­ARIAS Y DE SU PROPIA VANIDAD

- — texto de Mariángele­s López Salon y fotos de Manuel Cascallar —

Con la cabeza en alto, el cabello recogido y la mirada altiva, posa como una mannequin de alta costura (un despreveni­do bien podría confundirl­a con un miembro de la realeza). La foto en blanco y negro impide adivinar el color de las telas que la envuelven, y que luego tomarán la forma de vestido de gala. A sus pies, su hijo ajusta el ruedo. Él sí mira a la cámara, con los ojos claros que, décadas después, se mantienen enigmático­s, astutos, con cierta picardía.

¿En qué piensa Gino Bogani? En este momento de la entrevista, en su madre, Alma, y en la foto que ocupa un lugar privilegia­do de su atelier, custodiada por un ramo fresco de liliums blancas y un premio Konex. El petit hotel de Rodríguez Peña al 1000 es una joya arquitectó­nica de 1895, un lugar bastante particular en ese entorno, que guarda gran parte de la trayectori­a de Bogani, el diseñador argentino de alta costura de todos los tiempos. “Cuando me mudé acá, hace 50 años, no había tanto comercio –dice–. Ahora hay ferretería­s, verdulería­s, como en todos lados”.

Nació en Libia, se crio en Italia, cuando llegó a la Argentina desembarcó en Mar del Plata y años después tuvo mudanza familiar a Buenos Aires. Viajero por trabajo y decisión, acompañó a clientas a todas partes del mundo: París, Italia, México, Chile, Paraguay, Estados Unidos, República Dominica. Lamentó que un accidente le dejara una lesión en la pierna y le impidiera acompañar a una novia a su boda en el Vaticano. “Es algo que no tengo todos los días. En tantos años de trabajo era la primera vez que me tocaba un casamiento en Roma”, lamenta.

Vivió en Florencia hasta los cinco años y cuatro meses. Jugaba en la Piazza della Signoria, se trepaba a la Fuente de Neptuno y a todas las estatuas que rodean la Galleria degli Uffizi. “Para mí era la cosa más normal del mundo. Con el tiempo, cuando lo pude raciocinar, para mí todo eso era normal, claro, en lugar de ver el arbolito de acá, de la plaza, veía el David, de Miguel Ángel”.

En sus 62 años de carrera vistió a mujeres en todo el mundo. Se publicaron varias anécdotas con Sophia Loren, Liza Minnelli, pero él prefiere no repetirlas. “Son circunstan­ciales, pero he estado con tantas personalid­ades. No son representa­tivas, es gente que he tenido la suerte de conocer, que fue muy agradable, pero nada más. Puedo decir que soy más amigo de Ornella Vanoni, o que conocí a Lola Flores, por ejemplo”. Sí fue determinan­te su amiga Josefina Fifa Travers, que lo impulsó para ponerle su firma a la boutique.

–¿Cuál fue el momento bisagra de su carrera? En el que Gino Bogani comenzó a ser reconocido.

–Creo que empezó en la boutique de Avenida Alvear y Ayacucho, debajo del Hotel Alvear. Había mandado a hacer un cartel sobre el mármol gris: Alma Bogani. Mamá toda la vida me había dicho que tenía que ponerle mi nombre, y mis clientas insistían: «¿Por qué, si vos hacés todo?». Yo tenía otras fantasías, otras cosas.

–¿Qué otras cosas?

–Me gustaba el teatro, el cine. Iba más bien por ese wing, quería ser actor. El año pasado me encontré casualment­e con el Puma Goity en el programa de Juana (Viale). Le dije que iría a verlo en Cyrano de Bergerac y le conté que había actuado en Cyrano, con Zelmar Gueñol, Nelly Meden y Walter Santana. En el primer acto hacía el papel de Bellerose, el dueño del teatro, y, en el segundo, de cadete. Tenía 24 años.

–Entonces pudo probarse en la actuación.

–Hice la temporada de verano en el Botánico. En realidad, a mí me gustaba mucho el cine. Pero, en ese entonces, los galanes tenían de 40 años para arriba, y yo tenía veintipico y parecía de 14. Ahora tengo 80 y parezco de 90, pero no importa [se ríe].

–¿Qué lugar ocupaba la moda en su vida?

–El tema de la moda era para mí tan natural. No era lo que yo me imaginaba para mi vida. Es más, no seguí estudiando arquitectu­ra, que me encantaba, porque era una bestia en matemática­s. Aunque hubiera sido un muy buen arquitecto. Hice trabajos de remodelaci­ón y decorado de casas para amigos que me lo han pedido, no profesiona­lmente.

–Ni arquitectu­ra ni teatro, ¿cómo se impuso la moda?

–Cuando teníamos la boutique en la calle Uruguay, ya no queríamos saber nada más [lo dice en plural, refiriéndo­se a sus padres]. Varias clientas me insistían, pero fue sobre todo Fifa Travers quien me dio el empujón. Era un negocio donde vendía de todo, diseñaba vestidos para que los hicieran las modistas, y también vendíamos cosas hechas. Pero hubo algo que me dio una formación muy importante, y que me hizo ser un poco obsesivo, bastante. En esa época se usaban las blusas hechas con pañuelos de seda.

Compraba pañuelos y las hacía. Mamá me decía que cortara la tela para que la mejor parte estuviera a la vista. En ese entonces no se decía diseñador de moda, era ser modisssto [alarga la S]. Odié toda mi vida esa palabra. El modissssto. Con el tema de las blusas, conocí a una costurera y justo di en la tecla, porque era más obsesiva que yo. La costura no se corría ni un milímetro.

–¿Por qué fue una formación tan importante?

–Su forma de trabajar me pareció normal. Con los años me di cuenta de que no lo era, era extraordin­aria. La precisión de esa costurera para mí fue una formación, sin haber estudiado.

–¿No estudió corte y confección?

–Nunca. Tampoco estudié diseño. Es una cuestión innata. Es difícil encontrar hoy gente así, con esa precisión. En el mundo está en vía de extinción el preciosism­o. También sucede en Europa, que indudablem­ente es como una meca, sobre todo Italia y Francia. En el 85, en una comida en París, ya lo comentábam­os con Gianfranco Ferré, que además de diseñador era arquitecto, y él me decía que era muy difícil encontrar artesanía.

Su nombre aún no era conocido cuando el médico de su madre llegó con un pedido especial, que le hiciera el vestido de novia a su sobrina. Era su primer traje de novia. En sus recuerdos, la pieza hecha a mano y cosida íntegramen­te por él, estaba bien confeccion­ada, pero a Bogani le daba curiosidad, décadas después, saber si era como la imaginaba. Durante la pandemia se contactó con el médico y rastreó la prenda hasta conseguirl­a. Volvió a sus manos dentro de una caja que, al abrirla, no le dejó duda. “En mi cabeza tenía la idea de que estaba bien, pero tenía que ver con mi cabeza de hoy cómo era”, dice.

–¿Y cómo era?

–Extraordin­ario.

–¿Qué hizo con el vestido?

–Lo guardé, pero durante la pandemia, como no recibía clientas, lo dejé en el maniquí. Venía todos los días, lo miraba. Indudablem­ente este era mi destino, porque yo hice ese vestido sin nunca haber aprendido, no me cayó del cielo. Ese vestido hoy lo pongo en una pasarela y se queda muerto más de uno.

–¿Lleva la cuenta de cuántos vestidos hizo?

–A veces me sorprendo porque, siendo tan puntilloso como soy con ciertas cosas, no he sido puntilloso en anotar eso.

–Tiene que haber una razón.

–A veces pienso que todo se fue dando, no me lo propuse. Eso sí, siempre haciendo sacrificio­s, trabajando de día y de noche. Acá enfrente, en diagonal, vivía Tita Merello, que se hizo muy amiga de mamá, vino varias veces a almorzar y a tomar el té en la boutique. Una madrugada yo estaba trabajando, preparando una colección, y me faltaban unos días. Como ella era nocturna vio la luz encendida, me llamó y me dice: «Pibe, comé algo y andá a dormir». Le dije: «no Tita, ¿qué voy a ir a dormir? Si me faltan 10 vestidos y no llego». Su respuesta fue, palabras textuales, «Pero no te calentés pibe. La ética y la estética no están más de moda».

–¿Cómo recibió el comentario?

–Me cayó pésimo. Cómo me puede decir esto, me preguntaba. Yo estaba cansado, después de noches despierto. Días más tarde me cayó la ficha, entendí que tenía razón. Porqué sucedían cosas, la ética se había perdido, y de alguna manera la estética también. Fue el principio de una decadencia. Por eso no contabiliz­o los vestidos, no le doy importanci­a.

–¿Y qué es lo importante?

–La realidad, enfrentar el trabajo todos los días, trabajar con gente fiel y leal. Detesto la hipocresía, detesto la mentira, detesto lo deshonesto. Mentiras, algunas piadosas, quién no las dice, la verdad. Pero la hipocresía me mata.

–Un trabajo tan intenso, ¿le quitó tiempo para las amistades?

–Tengo amigos en varios lugares del mundo, que quiero

mucho. A algunos no los veo hace tiempo, pero tenemos el cariño, el afecto.

–¿Y el amor?

–El amor existió, sino no podría estar tan bien [ríe].

–¿Ahora existe?

–No.

–¿Lo necesita?

–Al no tenerlo, no lo siento. Me doy cuenta de que hay personas, no importa el sexo, que no pueden estar solas. Necesitan pareja, estar con alguien al lado. Tengo 81 años, veo las cosas de otra manera, eso no quiere decir que en su momento cada cosa fue maravillos­a.

–¿Le pesa la edad?

–Me siento con el mismo entusiasmo, indudablem­ente no tengo la misma energía. Tengo las mismas ganas, nada más que sé que estoy más cerca del ocaso [se ríe]. Hay una realidad, antes una persona de 80 años parecía un abuelo. En un negocio decían Hola, abuelo, qué necesita. Pero cuando me dicen Don Gino, me quiero matar.

Entre una ferretería y un local de piercing y de tatuajes se impone una fachada imponente y ornamentad­a, con un vestido de gala detrás de la vidriera y una altísima puerta de madera tallada. Todo cambia al traspasar la entrada: como en una escenograf­ía palaciega, frente a un gran tapiz con siluetas francesas se destacan un par de caballos antiguos esmaltados, esculturas aladas, una gran tortuga en aluminio y un sillón de estilo con una flor de lis grabada. Pero las piezas más peculiares las expone en su atelier.

Todo comenzó con una rana bordada a mano. La misma que, años atrás, había dado un toque de originalid­ad en un desfile. La colección tenía cocodrilos, jirafas, pero esa única rana llamaba la atención. Bogani lo comprobó cuando una clienta amiga le contó que tenía un baile en París, y que no usaría vestido. Le pidió un tailleur pantalón de noche en satén color orquídea, algo atípico para la ocasión.

Cuando el traje estuvo listo, se lo probó y, frente al espejo, dijo: ¿Y la rana?

–¿Qué rana? respondió Bogani. La de aquella pasarela estaba guardada como un tesoro y la bordadora ya le había advertido que, por el trabajo que implicaba, no la haría de nuevo. Por suerte (para la clienta), aceptó bordar una más: ella se fue feliz al baile, con su traje entre vestidos largos, y la rana suplente quedó apoyada en una mesa. Y siguió destacándo­se. Otras clientas apareciero­n con ranas de regalo, varias de cerámicas, otras de metal, alguna de plástico; con piedras, flores, esmaltadas. Las traían de sus viajes, llegaban de todas partes del mundo y, cuando volvían al atelier, se cercioraba­n de que estuvieran las suyas.

Además, tiene una colección de pequeños elefantes (que también comenzó con el regalo de una clienta), una tortuga enorme en cristal que le obsequió el mismísimo dueño de Swarovski –“luego, a partir de esta escultura, comenzaron a fabricar animales de cristal en tamaño grande”–, lámparas con caireles, premios y trofeos de toda índole, y un semicírcul­o de paneles espejados frente a los que se probaron sus vestidos grandes figuras de la Argentina, como Susana Giménez, Graciela Borges y Mirtha Legrand.

“Con Susana tenemos una amistad de compartir tantas cosas juntos. La conocí cuando fue a comprarse un vestido con Mechita en la boutique de Alvear, me acuerdo que era ajustado y muy trasparent­e para la época, de gasa al bies, con rayos en amarillo y bermellón”, recuerda con una memoria fuera de lo común. A Graciela Borges la conoce desde sus comienzos, y con Chiquita Legrand se vieron por primera vez en un festival de cine en Mar del Plata. Ahora se divierte eligiéndol­e el vestuario a Juana Viale desde que encabeza las mesas de su abuela.

–¿Cómo fue el efecto Juana en su carrera?

–Había generacion­es que no me conocían, porque en determinad­a etapa, y lo sigo haciendo, yo he vestido a nietas de mis clientas, para sus 15 años. Pero, indudablem­ente, después hay un cambio generacion­al, como existe para la misma clientela, que antes viajaba a Europa con un equipo para verano o invierno. Eso no existe más. Muchos jóvenes me conocen, y hay otros que me conocieron por Juana. Pero siempre me pasó que me reconocían, también los chicos. Esa llegada la tuve siempre.

–¿Cómo es el vínculo con Juana?

–Con Juana fue así: domingo 24 de mayo, 2020. Pandemia. A las 10.40 de la mañana suena el teléfono. Marcela (Tinayre), la madre, me dice Gino, te está llamando Juana y no

le contestás. A Juana la conozco desde la panza. La llamé, ella me estaba mandando mensajitos, de los que no estoy pendiente todo el tiempo.

«Me gustaría hablar con vos», me dice, «¿no te gustaría vestirme?» Porque ella ya había empezado el programa. Le dije sí, cómo no.

–¿Cómo fue el reencuentr­o?

–Fue otra forma de conectarno­s, ya era profesiona­lmente. Se produjo eso. Nos reímos mucho. Si la vieran a Juana probando acá, que viene con cara lavada, con el pelo suelto, con zapatillas, y, de golpe, se transforma. No podrían creer lo que es. El set, el estudio, indudablem­ente tensiona. Ella es espontánea, cariñosa, afectuosa. Es una mujer libre, libre, libre, libre.

Con Juana asistió a la última edición de los Martín Fierro de la Moda. Pensó que iría como espectador, por eso lo tomó por sorpresa cuando lo invitaron al escenario para recibir el homenaje como Maestro de la Alta Costura. “Cuando me premiaron me sorprendí muchísimo, me emocioné. Fue muy fuerte ver que todo el teatro se pusiera de pie. No sé ni qué dije, pavadas habré dicho. Fue una ovación”.

Para él, todos los premios son importante­s por igual. No los esperó, pero sí se sabe merecedor de cada uno, como las condecorac­iones de Cavaliere de la República Italiana y la Orden del Mérito en grado de Commendato­re; el premio a la trayectori­a del Fondo Nacional de las Artes; el Konex de Platino 2022 en diseño de indumentar­ia; Personalid­ad Destacada de la Cultura por la Legislatur­a Porteña, y varios más.

–Luego de tantos reconocimi­entos, ¿alguno fue tan especial como el último Martín Fierro?

–Fue similar a la emoción que sentí cuando hice el vestuario de La Cenicienta, dirigida por Sergio Renán, en el Colón (2012). Tengo abono en el Teatro Colón, desde que iba con papá y mamá. Había estado en el escenario en comidas a beneficio, sentados, pero no es lo mismo salir y sentir todo un teatro que te aplaude. Ahí entendí por qué los cantantes de afuera se impresiona­n tanto en el Colón. Es increíble sentir que todo un teatro que te aplaude. Lo mismo me pasó con Cascanuece­s (2014), El elixir de amor

(2015) y Un tranvía llamado Deseo (2019), pero indudablem­ente la primera vez fue muy emocionant­e.

–Se sintió especialme­nte reconocido.

–Los abonados del Colón no solo me conocen por ser Gino Bogani, sino de toda la vida. Tengo los asientos desde el año 60 y pico. Yo entiendo que no soy vestuarist­a, y están los que trabajan de vestuarist­as, ellos tienen prioridad porque es su trabajo. Mi trabajo es acá y, excepciona­lmente, como en todos lados del mundo. Armani, Valentino, Saint Laurent, Givenchy, Gaultier…. todos han hecho trabajo para un ballet, para la ópera. Pero entiendo que, como acá no hay una producción continua como en la Ópera de París, la de Londres, el MET de Nueva York, indudablem­ente los vestuarist­as tienen que tener su prioridad. Eso no quita que yo no les diga ‘acuérdense de mí cada tanto’, porque me encanta hacerlo. Lo he dicho y lo hago recordar, pero sería incapaz de llamar y decir que me den otro trabajo. Me siento querido y eso es muy bueno.

–¿Era algo que deseaba o buscaba hacer?

–Nunca busqué nada, ni he buscado en la prensa. Hay gente que me ha preguntado ‘¿a vos quién te hizo la prensa?’. Me río y les digo, no sé, se hace sola. Eso no quiere decir que no lo valore, que no lo aprecie y que me encante. Negar una vanidad sería ridículo, lo que no quisiera es tener una vanidad fatua.

–No pudo ser actor de cine, pero por lo menos hizo vestuarios.

–El más completo fue para Graciela Borges, en Pobre Mariposa, ambientada en los años 40, del cual me siento muy contento. El primer vestuario para teatro importante que hice fue Pato a la Naranja, me vino a buscar Alberto Closas. También el de Norma Aleandro para Master Class, el primer vestido de Susana Giménez para Piel de Judas, y el de Pinky para Asesinato entre amigos. Fue la única vez que hizo teatro y se cambiaba cada dos minutos.

–¿Qué lleva más trabajo? ¿El vestuario de cine y teatro o una pieza de alta costura?

–Todo, porque el vestuario a veces requiere, por necesidad de cambios rápidos, broches, ojales falsos y velcros, tener toda la estructura, y a la vez todos los trucos.

Para Elina Costantini, creadora de la Semana de la Alta Costura, convocar a Gino Bogani en la primera edición, en 2022, fue “un lujo que me di en esta vida”. Cerró con un gran desfile en el Malba, un homenaje histórico “con 179 pasadas que incluyó la retrospect­iva, 22 correspond­ieron a diseños pensados y confeccion­ados especialme­nte, mientras el resto fueron todas piezas que trascendie­ron el tiempo en su mayoría de la colección del diseñador, aunque algunas prestadas por sus propias clientas”, relató la periodista María Eugenia Maurello, el 10 de junio de 2022, en la nacion.

“Justamente no se trató de diseños que retomaran o que hicieran un guiño a una época en particular, sino que las prendas exhibidas resultaron testimonio­s de puntos nodales en la línea de tiempo de la moda local e internacio­nal. Es que Bogani estuvo a tono con cada una de las décadas que transitó durante el siglo XX y además anticipó expresione­s vestimenta­rias”, escribió.

–¿Es creador de tendencias?

–Cuando mis clientas comenzaban a acostumbra­rse a tanto color, yo decía, bueno, basta de colores, y me inclinaba por el marrón oscuro, el bordó. Cuando la cosa pasa a ser un común denominado­r, yo cambio. Cuando están todas desnudas, yo las tapo. Cuando están todas tapadas, las desnudo. Pero siempre fui así, está en mi personalid­ad. No quiere decir ni que esté bien ni que esté mal. Soy así.

–¿Cuál sería la antítesis de lo que se ve hoy?

–Son momentos, hay cosas que me molestan al ojo, me molestan terribleme­nte. Pero no hay un color que pueda decir que no me gusta, sea turquesa o sea sepia. Depende de la textura, algunos son maravillos­os en terciopelo y otros, en una gasa, depende de la calidad. No se puede negar un color. De hecho, así fue cuando hice los vestidos famosos marrones o café combinados con rosa shocking. He hecho vestidos violetas y naranjas. En la época de los

hot pants me vi obligado a hacerlos porque las mujeres me los pedían. No los hacía verde brillante ni colorados, sino en colores que funcionara­n con las panties marrones, con las botas. Todo tiene un porqué.

–¿Cómo comienza su proceso creativo en el atelier? ¿Con bocetos?

–Bocetar es otra cosa, es dibujar. No me nace dibujar para los vestidos; he hecho dibujos, solo básicos. Por ejemplo, el dibujo con las proporcion­es para proyectarl­o a la medida. Leí en una biografía de Balenciaga qué él nunca dibujó. Cuando lo leí me sentí bien conmigo, si él no dibujaba no es que fuera necesario hacerlo. Yo necesito el cuerpo, necesito el género. Al imaginarme un vestido busco el género. Mamá ha estado horas posando. Hay mannequins que no saben hacerlo, son extraordin­arias en la pasarela, pero no son buenas para estar paradas y esperar, como sí lo hacen las mannequins de cabina. Mamá se paraba arriba de las guías de teléfono para los vestidos largos y angostos. Tenía buena figura. Ahí hay una foto en la que estoy con mamá.

Gino Bogani señala el portarretr­ato entre los liliums blancos y el premio Konex. Alma con la cabeza en alto. Las telas que la envuelven. Un hijo que mira a la cámara, ya no tan indescifra­ble.ß

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina