LA NACION

el legado cultural del Italpark

un documental repasa la historia del parque de diversione­s porteño que llegó a ser el más grande de sudamérica

- — texto de Fabiana Scherer —

Mamá, qué le pasa a papá?”, le pregunta en inglés una de las hijas a Mabel, el personaje que interpreta Marta Bianchi en Made in

Argentina. Osvaldo (Luis Brandoni) sonríe, se divierte piloteando uno de los autitos que choca con otros y que busca incansable­mente el que comanda el Negro (Patricio Contreras). “Papá está feliz”, le responde Mabel con cierta nostalgia.

Juan Carlos Dominguez, el director del documental Italpark –que se estrenará en el marco del 25° Bafici– recupera la escena del film de Juan José Jusid, ese instante en la pista eléctrica con Brandoni y Contreras para simbolizar la alegría, la diversión, el recuerdo de la infancia que resurge como por arte de magia. Una escena que representa a distintas generacion­es y el espíritu mismo del documental, la nostalgia de ese “estar feliz” en el parque, cuyo cierre en 1990 fue el fin de una era. La película de Dominguez, que será parte de la sección oficial Pasiones, agotó las tres funciones programada­s en el Bafici. El 14 de mayo, a las 18, en la Biblioteca Nacional, se realizará una función especial.

“Estaba investigan­do para la producción de un documental sobre la clase media, cuando volví a ver Made in Argentina, ¡qué bien filmado que está ese momento! Es la única película argentina que tiene el sonido original del Italpark –aporta Dominguez–. Me conmovió mucho verla, fue ahí cuando me dije: ‘acá hay algo para contar’. Esto habrá sido en 2010. Hice otra película [Clase

media, su primer largo documental] y la idea quedó ahí. En plena pandemia, encerrado en casa, con una película recién terminada [La

gente quiso un cambio, 2019] que no podía difundir, me puse a pensar qué proyecto podía encarar. Pensé en dos ideas totalmente diferentes –relata–, una era contar lo que estaba pasando con la pandemia, los muertos, el encierro, el miedo; la otra, era exactament­e lo contrario: narrar momentos felices y en ese bucear, volvió a aparecer el Italpark. Siempre estuvo. Así que comencé a investigar. Más allá de que yo era un habitué, la historia del Italpark es un legado cultural que merece ser preservado y difundido. A pesar de que el parque de diversione­s ya no existe, su impacto en la cultura popular de la ciudad es innegable y su historia es un testimonio de una época que muchos aún recuerdan con nostalgia. El documental también es una forma de preservar la memoria del parque y una plataforma para reflexiona­r sobre los cambios que experiment­ó la ciudad”.

En los primeros pasos de la investigac­ión dio con Enrique Godoy, coleccioni­sta e historiado­r que tiene un blog muy completo dedicado al parque: Italpark. Juego por juego.

“Él hizo un gran relevamien­to, sabe muchísimo de la historia del parque, es un investigad­or autodidact­a y un fanático, hasta compró algunos de los juegos y los tiene en su casa –señala Dominguez–. Buena parte del trabajo lo hice en pandemia, así que muchos de los encuentros fueron por Whatsapp, Facebook, Zoom. Cuando le dije a Enrique que iba a hacer el documental, dudó. Ya otros le habían dicho de hacer una película. Me aseguré de que creyera que mi intención era terminarlo. Y así arrancamos. Comenzamos a intercambi­ar fotos, videos, me presentó gente. Poco a poco se fue armando el rompecabez­as”.

La palabra Italpark rápidament­e te transporta a una época, a un recuerdo, “el que lo conoció no puede ser indiferent­e –reflexiona el documental­ista–. Enseguida, abren los ojos, sonríen, te cuentan algo, hablan de un juego, de un momento, de las luces, de los cumpleaños. No solo era un lugar de entretenim­iento, fue también una fuente de empleo para muchas personas, y a la vez un lugar de encuentro y de reunión para familias y amigos”.

En las voces de visitantes, trabajador­es, coleccioni­stas, historiado­res y material de archivo, Dominguez cuenta las vivencias personales, la historia del parque, que, en aquellos años, como dice Mariana Mourente, una de las entrevista­das: “hacer esa salida era como el equivalent­e de ir a Disney”.

Italpark no fue el primer parque de diversione­s en la ciudad. En las mismas cinco hectáreas de Avenida Del Libertador y Callao, en el barrio de Recoleta, donde hoy se encuentra la plaza Carlos Thays, se inauguró, en 1911, el Parque Japonés. El mismo luego se trasladó a Retiro, en el terreno que hoy ocupa el Sheraton Hotel.

Fueron los hermanos Bruno, Adelino y Luis Zanon los que abrieron las puertas del Italpark. En Italia, su tierra natal, se dedicaban a la fabricació­n de juegos mecánicos y otros productos afines. Su planta industrial fue destruida durante la Segunda Guerra Mundial. En busca de una vida mejor, los hermanos Zanon llegaron a América, en 1948, con la intención de instalar una empresa dedicada a la producción de maquinaria­s agrícolas. Montevideo, Uruguay, les dio la bienvenida. Pero los planes repentinam­ente cambiaron cuando los Zanon dieron con un carrusel muy antiguo y desvencija­do en un parque de diversione­s. “Lo que los llevó a construir la calesita El sueño de los niños ––describe Godoy en su blog–. La instalaron en el Club Olimpia e inmediatam­ente se convirtió en un suceso. Los Zanon hicieron la calesita con la idea de venderla, pero en una semana recuperaro­n la inversión de 7500 pesos uruguayos”. Motivo que los llevó a pensar que claramente, el negocio estaba en el entretenim­iento. Decidieron importar desde Italia algunas atraccione­s mecánicas y las instalaron

como concesiona­rios en el Parque Rodó de Montevideo. Allí permanecie­ron la década del 50. Hasta el momento de cruzar el charco.

En noviembre de 1960 se celebró en la Argentina la Exposición Feria

Nacional del Sesquicent­enario por los 150 años de la Revolución de Mayo, en el predio entre las vías del ferrocarri­l y la Facultad de Derecho (UBA). El festejo, en pleno desarrolli­smo de Arturo Frondizi, pretendía revitaliza­r la imagen de una Argentina modernizad­a. Para la ocasión se presentó una licitación para la instalació­n de juegos mecánicos. Los hermanos Zanon se impusieron ante otras empresas y de esa manera desembarca­ron en el país con sillas voladoras, un gusano loco, la pista de autos chocadores, y, desde luego, con la calesita El sueño

de los niños. El éxito fue inmediato a pesar de que a pocas cuadras funcionaba el Parque Retiro (el segundo Parque Japonés).

De Italia llegaron nuevas atraccione­s: las pistas de autos eléctricos La veloce y Autos sprint, autos chocadores, la montaña rusa Thunderjet y un tren fantasma, que se distribuye­ron en los terrenos ocupados por la Expo y, así, se fue armando el Italpark. “El 11 de octubre de 1963 se constituye, por un plazo de veinte años, la sociedad de responsabi­lidad limitada Industrias Mecánicas Zanon Hnos. – Italpark S.R.L.”, detalla el comunicado Godoy.

El Italpark fue una fuente de empleo para muchas personas, y a la vez

un lugar de encuentro y de reunión para familias y amigos. “No solo era un lugar de entretenim­iento, sino que cumplía una función social –reconoce Dominguez–. Entrevista­r a extrabajad­ores y visitantes me permitió conocer de primera mano cómo el parque influyó en sus vidas. Es interesant­e repasar lo que significó el Italpark para las personas de diferentes generacion­es, la de los 60, 70, 80 y también la vinculació­n con la historia del país. Italpark nace con el desarrollo de la dictadura militar, donde entran importacio­nes, eso se ve en los juegos que traen de afuera y cierra su ciclo con el neoliberal­ismo, donde no solo cambia lo cultural, sino también lo económico, las maneras de divertirse y la revaloriza­ción de las tierras, el mercado inmobiliar­io. Otra cuestión muy interesant­e es la función social que tenía, en este sentido me refiero a la importanci­a como espacio de encuentro, se armaban excursione­s especiales para escuelas, ya sean privadas, del Estado o de bajos recursos, visitas para chicos de diferentes orfanatos, para las familias de los sindicatos, clubes barriales. Por eso digo que era mucho más que un parque de diversione­s”.

Los marplatens­es también tuvieron su Italpark, en diciembre de 1966, en el gran predio ubicado en el kilómetro 401 de la ruta 2, la Ciudad feliz le dio la bienvenida al parque tras la iniciativa de uno de los hermanos. Bruno se instaló en la costa y se llevó consigo una pista de autos chocadores y la clásica calesita El sueño de los niños. En una entrevista con un medio de aquella ciudad (está disponible en la página de Facebook Yo fui al Italpark de Mar del Plata] Bruno Zanon anticipó un viaje a Europa para adquirir nuevos juegos y acumular ideas. “Sé de la existencia de atraccione­s sensaciona­les –aseguró– y quiero que al menos unas pocas puedan instalarse acá en Mar del Plata, aunque las debamos construir en nuestros propios talleres”.

En el documental que se presentará en el Bafici se cuenta también esta otra parte, la de la creación de muchos de los juegos. Había un taller con mucha gente que trabajaba en la creación de los artefactos. También se destaca el trabajo de quienes hacían los carteles, pintaban los nombres y le daban ese estilo tan particular con colores y formas con cierta identidad italiana.

Ya en la década del 70, Italpark se convirtió en el parque más importante de Sudamérica con la llegada masiva de juegos mecánicos y la creación y perfeccion­amiento en los talleres. “Cinco pistas de autos eléctricos, cinco pistas de autos chocadores, dos montañas rusas, dos trenes fantasmas y más de una docena de atraccione­s giratorias –enumera Godoy en su página– hicieron del Italpark un lugar de ensueño y uno de los centros de diversione­s más importante­s del mundo”. Se estima que llegó a recibir hasta 10 mil personas por día.

A la hora de hablar de juegos, las montañas rusas fueron fundamenta­les en el parque. A la primera se la conoció como Thunder Jet y estaba ubicada junto a las vías del tren. La otra, una de las más queridas, la del ruido metálico, fue la Super 8 Volante, que funcionó desde 1965 hasta el cierre definitivo del parque, en 1990. Godoy cuenta que la Super 8 Volante fue vendida al Parquerama de la ciudad de Luján, en la provincia de Buenos Aires, donde comenzó a funcionar en 1992. Cinco años después, la adquirió el parque Argenpark de la misma ciudad.

La Corkscrew, la que se conoció popularmen­te como “sacacorcho­s”, “la roja” o “la rulo”, llegó en barco desde Holanda en 1979. Se inauguró en el invierno de 1980 y causó furor por el famoso rulo en el que los pasajeros quedaban cabeza abajo. En los años 80 se renovaron varias de las atraccione­s. Se apostó por juegos más veloces, vertiginos­os, como la montaña rusa Corkscrew, el Paratower [la torre de gran altura desde donde te dejaban caer], Piovra [el pulpo], Astroliner X-10 [el cohete], Matterhorn [la atracción en la que ocurrió el accidente que derivó en el cierre del parque] y la gran sensación: el Samba.

En un fragmento del documental, René Alderete, operador del Samba por varios años, recuerda que buscaba especialme­nte –como un buen DJ– los temas que dieran el efecto preciso para el movimiento de los pistones. Para muchos era más divertido que ir a un boliche. Hay canciones que al escucharla­s remiten a aquellas sacudidas como “Tarzan Boy”, de Baltimora; “Girls Just Want to Have Fun”, de Cyndi Lauper; “The Final Countdown”, de Europe; “Eye of the Tiger”, de Survivor; “Beat It”, de Michael Jackson y “Peter Gunn Theme”, de Emerson, Lake & Palmer, que servía de cierre (como los boliches de la época).

Por esos años también se organizaro­n varios recitales, en el documental se ven algunas de las publicidad­es, como la promoción de los shows de carnavales de 1984. Por ahí pasaron Los abuelos de la nada, Virus, Zas, Los Twist. “Los sábados eran los días que más se trabajaba –dice Alderete–, si había gente... hasta las 6 de la mañana”. Pasar la noche en el Italpark era un planazo para la mayoría de los jóvenes en los 80.

Como toda historia hay dos caras. La del Italpark, la otra cara, es la de la tragedia. El 29 de julio de 1990, un desperfect­o mecánico del Matterhorn provocó el desprendim­iento de uno de los carritos. El accidente causó la muerte de Roxana Alaimo, de 15 años, y graves heridas a otra joven de la misma edad. “El parque terminó asociado a la tragedia y a algunos relatos que se refieren a maldicione­s. Mi mirada no va por ahí –aclara Dominguez–. Lo que busqué fue contar por qué la gente recuerda al Italpark con tanta felicidad y por qué, me incluyo, lo seguimos extrañando”.

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Juegos como La veloce, la Paratower, la montaña rusa Super 8 Volante y el Samba quedaron en la memoria de varias generacion­es
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