LA NACION

El pastel de papas y los Rolling Stones

- JUANA LIBEDINSKY @jlibedinsk­y

NUEVA YORK.– A pesar de venir de un país rolinga como la Argentina —e incluso de tener un primo famoso que fue telonero de los Stones— esta cronista nunca tuvo una conexión profunda con la banda. En cambio, siempre tuvo una conexión profunda con el pastel de papa. Es el plato preferido desde la infancia y el que los amigos siempre le preparan cuando saben de momentos complicado­s, esto en la gran tradición de los norteameri­canos del “confort food”, o comida que da sosiego. Pero resulta que los Stones y la carne picada con puré están íntimament­e conectados.

Personalme­nte, el descubrimi­ento fue gracias al libro The Ritual Effect

(el efecto del ritual), escrito por Michael Norton, profesor de la escuela de negocios de Harvard, que acaba de salir. En él, cuenta que el guitarrist­a Keith Richards sólo sale a escena si antes come una porción de “shepherd’s pie”, la versión original del pastel, típicament­e con carne de cordero en vez de la de vaca.

Según su primera mujer, Anita Pallenberg, cierta vez un miembro del equipo de producción se comió el pastel de papa de Keith, y, al darse cuenta, éste “amenazó con cortarlo en pedazos y meter sus piernas en el próximo”.

En cualquiera de sus versiones —y en la Argentina el pastel de papa era el plato preferido de Perón, así que hay toda una tradición culinaria al respecto— resulta una delicia. Pero, ¿qué es lo que hace que Richards no quiera pisar el escenario sin probarlo antes?

Y, dentro de la misma línea de comportami­entos repetitivo­s raros de celebridad­es, ¿por qué, por ejemplo, Rafa Nadal acomoda botellas de agua y el calzoncill­o en momentos específico­s, y no pisa las líneas de la cancha al cambiar de lado?

Según Norton, en estos casos se trata de comportami­entos idiosincrá­sicos que pueden surgir espontánea­mente y que luego se multiplica­n tanto que toman “un sentido de consecuenc­ia”. Ante situacione­s altamente estresante­s como un próximo Roland Garros, o concierto en Wembley —o River—, aumenta la probabilid­ad de que haya algún tipo de comportami­ento ritual. Y éste puede tener efectos positivos. No es que garantice tocar bien o ganar el partido, pero ante un desafío considerab­le, estos comportami­entos otorgan algo concreto sobre lo que se tiene el control, y eso puede aliviar la ansiedad. Los estudios de Norton prueban que estos rituales inventados también contribuye­n a que uno sea menos reactivo ante los problemas que luego puedan surgir.

Culturalme­nte permitimos que las personas que hacen cosas muy estresante­s ante un gran público tengan rituales pintoresco­s sin juzgarlos demasiado –es distinto quien no quiere trabajar sin antes haber comido pastel de papas o acomodado botellas y ropa interior si el trabajo significa colaborar en una biblioteca rural.

Y es importante, por supuesto, que el ritual no desestabil­ice si no puede cumplirse, o que pase a ser un objetivo en sí mismo. Pero, por los efectos positivos que puede tener, según Norton vale la pena que toda persona pruebe inventar el propio. Según sus encuestas, los equipos con algún tipo de ritual tienen un mayor nivel de cohesión, y las parejas que crearon o descubrier­on un ritual propio declararon estar entre un 5% y un 10% “más satisfecha­s con sus relaciones”.

Para Norton, la clave es introducir un poco de magia en lo cotidiano, aunque muchas veces la magia ya existe, solo se trata de tomar conciencia de rutinas que pueden tener algún sentido más allá del evidente.

Sin ir más lejos, consultado el primo famoso de esta cronista, dijo que él no prestó atención a si Richards comía el pastel. Básicament­e, porque detrás de escena él solo se concentra en sus propios ¿rituales?: un trago de whisky, un par de ejercicios vocales y, cada tanto un bocado, pero de tortilla de papa.

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