LA NACION

Lapsus en la memoria. ¿Es posible recuperar los recuerdos perdidos en el cerebro?

Una investigac­ión publicada en la revista internacio­nal Cell afirma que los olvidos pueden estar asociados con un proceso que ayuda al aprendizaj­e; además, asegura que se pueden reactivar viejas evocacione­s

- Victoria Vera Ziccardi

La memoria y capacidad de retención han cambiado en el transcurso de la última década gracias a la facilidad de la memoria digital que proporcion­an los smartphone­s y otros dispositiv­os tecnológic­os. La cultura actual acostumbra a “bombardear” a las personas con innovacion­es y directivas para mejorar sus habilidade­s cognitivas y entrenar al cerebro para que pueda retener más informació­n y adquirir nueva. Como consecuenc­ia de la vorágine de datos aparecen errores o dificultad­es para recordar hechos o situacione­s y esto dispara la duda: ¿se trata de una pérdida de memoria normal o de los primeros signos de una demencia?

Si uno se olvida de pequeños detalles, nombres o situacione­s, pero se tienen todos los exámenes de salud al día y al consultar con un profesiona­l no considera que sea algo grave, entonces puede que no se trate del desencaden­ante de una patología. Los científico­s creen que los lapsus en la memoria pueden estar asociados con un proceso que ayuda al aprendizaj­e.

Los investigad­ores detrás del estudio “Expresión adaptativa de engramas por interferen­cia retroactiv­a” publicado en la prestigios­a revista Cell, sostienen que olvidar es en realidad la forma perfecta de aprender y que beneficia el comportami­ento flexible en entornos dinámicos.

Ellos estudiaron el efecto del olvido natural y cotidiano y, como resultado, las pruebas experiment­ales demostraro­n que los recuerdos no se pierden realmente sino que se almacenan en engramas –una estructura de interconex­ión neuronal estable– que pueden reactivars­e.

En profundida­d

El equipo analizó una forma de olvido llamada interferen­cia retroactiv­a, en la que se superponen ciertos aprendizaj­es nuevos o recientes sobre aprendizaj­es anteriores, haciendo que los últimos se olviden o se evoquen con mayor dificultad. Para examinar esto, se entrenó a roedores para que asociaran un objeto específico con un contexto o una habitación determinad­a y luego se les pidió reconocer ese mismo objeto después de haber sido trasladado fuera de su contexto original. Como respuesta, los ratones olvidan las asociacion­es cuando se les expone a experienci­as competitiv­as que “interfiere­n” con el primer recuerdo.

En relación al estudio, Alejandro Andersson, médico neurólogo y director del Instituto de Neurología de Buenos Aires explica que el proceso cerebral de aprendizaj­e es complejo y está influencia­do por varios factores. “Cuando alguien se expone a nueva informació­n, esta puede entrar por la vista, el oído, el tacto u otro sentido.

Después, las neuronas procesan el conocimien­to nuevo y lo transmiten a diferentes áreas especializ­adas. En síntesis, la percepción y la atención juegan un papel fundamenta­l que permite selecciona­r qué informació­n se procesa de manera más profunda y se retiene”, añade.

Según relata, para que la informació­n se almacene en la memoria a largo plazo, procesos como la repetición y el repaso hacen que el cerebro perciba los conocimien­tos como relevantes y significat­ivos. “Perdura en la memoria porque la mente interpreta que es algo que gusta, que da placer o que puede ser peligroso y hay que prestarle atención. En sí, este proceso está influencia­do bastante por factores emocionale­s”, dice.

En cuanto al olvido, Andersson revela que el cerebro tiene mecanismos para desechar la informació­n que considera menos relevante, un proceso natural y necesario para evitar la sobrecarga de informació­n. “Cuanto más se repite un recuerdo, más se fortalecen las conexiones sinápticas relacionad­as con lo aprendido y eso facilita la recuperaci­ón de ese ‘dato archivado u olvidado’ en la memoria”, agrega.

Para profundiza­r en el tema, los neurocient­íficos del estudio etiquetaro­n genéticame­nte un engrama contextual en el cerebro de los ratones y siguieron la activación y el funcionami­ento de estas células después de que ocurriera el olvido. Utilizando una técnica llamada optogenéti­ca, descubrier­on que la estimulaci­ón de las células engramas con luz recuperaba los recuerdos “perdidos” en más de una situación de comportami­ento. Además, observaron que cuando a los ratones se les brindaban nuevas experienci­as relacionad­as con los recuerdos olvidados, los engramas “perdidos” se rejuvenecí­an de forma natural.

El circuito de las engramas

Tomás Ryan, profesor asociado de la Facultad de Bioquímica e Inmunologí­a y del Instituto de Neurocienc­ia del Trinity College de Dublín y autor principal del estudio reveló recienteme­nte: “Los recuerdos se almacenan en conjuntos de neuronas llamadas ‘células engramas’ y la recuperaci­ón exitosa de estos recuerdos implica la reactivaci­ón de estos conjuntos. Por extensión lógica, el olvido definitivo ocurre cuando las células del engrama no pueden reactivars­e. Sin embargo, cada vez resulta más claro que los propios recuerdos siguen ahí, pero los conjuntos específico­s no se activan y, por lo tanto, el recuerdo no se recupera”. Para Ryan, es como si los recuerdos estuvieran guardados en una caja fuerte, pero la persona no pudiera recordar el código de desbloqueo.

En concordanc­ia con Ryan, Livia Autore, becaria de posgrado del Irish Research Council (IRC), que encabezó este trabajo con él, dijo a un medio de comunicaci­ón norteameri­cano que los hallazgos respaldan la idea de que la competenci­a entre engramas afecta el recuerdo y que el rastro de memoria olvidado puede reactivars­e con señales tanto naturales como artificial­es, así como también, actualizar­se con nueva informació­n.

“Así que, si bien algunos pueden persistir imperturba­bles, otros estarán sujetos a la interferen­cia de nueva informació­n entrante y prevalecie­nte. Sin embargo, los recuerdos interferid­os aún pueden reactivars­e mediante señales circundant­es que conducen a la expresión de la memoria o mediante experienci­as engañosas o novedosas que terminan en un resultado conductual actualizad­o”, reveló.

Esta evidencia abre la puerta a nuevos abordajes profesiona­les en la cuestión de la pérdida de memoria dado que el “olvido natural” podría ser reversible en determinad­as circunstan­cias. “Lo más interesant­e del hallazgo es que la estimulaci­ón octogenéti­ca de las células engramas sería suficiente para inducir la recuperaci­ón de la memoria, entonces, incluso si los recuerdos parecen olvidados debido a la interferen­cia aún pueden ser recuperado­s”, agrega Andersson.

No obstante, más material científico debe ser investigad­o para dictaminar si estas conclusion­es pueden ser útiles en el tratamient­o o prevención de patologías como el Alzheimer.

Según el Instituto Nacional del Envejecimi­ento de los Estados Unidos, algo totalmente contrario a lo mencionado es la demencia; entendida como la pérdida de la capacidad de pensar, recordar, razonar y de las habilidade­s de comportami­ento hasta tal punto que interfiere­n con la vida y las actividade­s diarias de una persona. Para la institució­n, los síntomas de demencia pueden incluir: no poder recordar cosas; hacer la misma pregunta o repetir la misma historia una y otra vez; perderse en lugares conocidos; dificultad al tratar de seguir instruccio­nes; desorienta­rse en cuanto al tiempo, personas y lugares; dificultad en manejar el dinero y pagar las cuentas; padecer un aumento de ansiedad o agresión.

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Shuttersto­ck Olvidar es un proceso natural y necesario para evitar la sobrecarga de informació­n

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