La potencia de la mirada para transformar la vida de los hijos
El escritor español Álex Rovira asegura que es posible estimular sus habilidades con una visión apreciativa y sin prejuicios
“Hay personas que han tenido acceso a una muy buena formación, pero que son mal educadas porque no tienen corazón. Y hay personas que no tuvieron el privilegio de una buena formación, pero que son extraordinariamente bien educadas”, dice el español Álex Rovira, escritor, conferencista y autor del best seller Amor.
En una charla del ciclo Aprendemos Juntos 2030, la plataforma con contenidos inspiradores del BBVA, Rovira comenta que la mirada que tienen los padres sobre los hijos será un factor determinante en sus vidas: hará florecer o no sus habilidades para el futuro. También brinda las claves sobre cómo sacar lo mejor del otro y destaca que la educación que se da en las escuelas debe complementarse con la del hogar y viceversa.
Rovira considera que tanto en las casas como en las instituciones educativas, “debe haber una mirada apreciativa que le dé alas a los niños”. Al respecto y para ilustrar su punto de vista, el especialista menciona una frase del reconocido escritor alemán Goethe: “Tratá a un ser humano como es y seguirá siendo lo que es, pero tratalo como puede llegar a ser y se convertirá en lo que está llamado a ser”.
Para el experto, la visión que tienen los adultos sobre los chicos influye en su forma de ser y los definirá como personas y profesionales. “Nuestra mirada condiciona necesariamente las posibilidades de realización no solo de todo ser humano sino de todas las formas de vida”, indica Rovira. Y explica que “la manera de estar en el mundo manifiesta nuestro sistema de creencias: lo que creo sobre mí, sobre vos, sobre la vida y mis valores”.
Recuerda que un amigo de su hijo siempre se caía y lastimaba durante los partidos de fútbol. Comenzó a observar esta situación reiterativa y se dio cuenta que el padre siempre le decía “Volvete a caer, torpe” a modo de arenga, pero se concentraba en lo negativo. Hasta que habló con el señor, le explicó su teoría sobre la mirada apreciativa, logró que cambie sus comentarios y el chico no se cayó más.
Por lo tanto, para Rovira es esencial que como adultos se tenga la capacidad de una visión apreciativa sin prejuicios, “que fuéramos capaces de concentrarnos en las bondades y virtudes sin perder el pensamiento crítico”. Según dice, “si nos pudiéramos liberar de falsas creencias sobre nosotros mismos, de prejuicios sobre el otro y de proyecciones –qué es lo que el otro piensa que yo pienso sobre él–, estaríamos mucho más cerca de algo fundamental que es la realidad”. Todo esto, agrega Rovira, se puede lograr con dos herramientas claves: “La educación y la transformación”, revela.
La historia de Hikari
En pos de graficar su teoría, el conferencista cuenta la historia del japonés y ganador del premio Nobel de Literatura en 1994, Kenzaburo Oé. Su hijo Hikari Oé, nació con una hernia en el cerebro y tuvo que ser sometido a una cirugía a sabiendas de que esta intervención le podría generar múltiples daños colaterales.
Y el resultado fue una catástrofe: “A raíz de la operación el niño queda con autismo, ataques de pánico, descontrol de esfínteres, pierde mucho la visión y posee dificultad para moverse”, contextualiza Rovira.
Frente a este devastador diagnóstico, la llave del éxito fue centrarse en “la mirada apreciativa y la transformación desde el amor”, dice el escritor acerca del rol que asumieron los padres quienes además, “no renunciaron en ningún momento a encontrar en ese niño, al que los médicos les dijeron que era un vegetal, algún don o característica que lo lleve a florecer”.
Con esta convicción por delante, ambos adultos observaban al menor y no lograban encontrar nada distintivo. “Hasta que un día, cuando el pequeño tenía seis años, dijo el nombre de un pájaro que paseaba por el parque. Específicamente de uno que canta. Fue entonces que los padres se dieron cuenta de que a su hijo le fascinaba el canto de las aves y le compraron una cinta con cantos de pájaros”, narra Rovira.
Con el tiempo, lo sorprendente fue que empezó a reconocer a cada pájaro solo por el silbido, motivo que incentivó a la madre, fanática de Mozart, a contratarle una profesora de música para que le enseñe o le toque canciones clásicas.
Los años pasaban y un día cuando tenía 11, “llega la profesora a la casa y el niño le entrega una partitura mal escrita a mano con unas notas. Ella las empieza a interpretar y se queda asombrada porque eran estructuras muy asimilables a las composiciones básicas de Mozart”, relata Rovira. Aquellos manuscritos, los había compuesto Hikari, “quien es hoy uno de los autores de música clásica contemporánea más vendido en el mundo”, cuenta.
Para finalizar, Rovira insiste en que “no somos conscientes de la capacidad que tenemos de transformar a los demás y cuando se combinan todas estas nociones, hacemos florecer al ser amado”.ß