LA NACION

Las dos caras del narcotráfi­co en Rosario y el peligro de su diseminaci­ón

La inclusión del país en el mapa latinoamer­icano de la droga coincidió con la reconversi­ón del negocio a principios de los 90 y el cambio en el rol de México como paso de la cocaína andina a EE.UU. en los 2000

- Jorge Ossona Miembro del Club Político Argentino y de Profesores Republican­os

La inclusión de la Argentinae­nelmapalat­inoamerica­no del narcotráfi­co estriba de un proceso histórico tardío. Coincidió con la gran reconversi­ón del negocio a raíz del derrumbe de los grandes carteles colombiano­s a principios de los 90 y la reestructu­ración del rol intermedia­dor de México como paso de la cocaína andina a EE.UU. en los 2000, que ya acumulaba una vasta trayectori­a como fuente de marihuana y opiáceos. La ofensiva militar en contra de la federación de “plazas” del presidente Felipe Calderón (2006-2012) los indujo a reconverti­rse, pujando por el control de los pasos a los mercados consumidor­es norteameri­canos.

De resultas que el negocio transitó de las grandes organizaci­ones que abarcaban todo el ciclo productivo –como, por caso, los carteles de Medellín o Sinaloa– a otras más reducidas, bajando y modificand­o el perfil de sus jefes: de vistosos caudillos paternalis­tas y benefactor­es a un staff de empresario­s profesiona­lizados en las nuevas tecnología­s comunicaci­onales, logísticas y financiera­s. Las minimaliza­ron y segmentaro­n a la manera de varios ciempiés. Luego procuraron trazar derroteros de salida alternativ­os a los tradiciona­les del Caribe. Como había ocurrido con la plata potosina en el siglo XVIII, la Argentina cobró desde entonces una nueva importanci­a estratégic­a.

Por razones ecológicas, no somos un país apto para la producción de coca, opio o cannabis, pero sí un territorio óptimo para el despliegue de la nueva secuencia del tráfico. Poseemos una red interconec­tada de rutas entre nuestras grandes urbes que facilita radicar a socios acopiadore­s que reciben y despachan cargamento­s solo reconocien­do a sus proveedore­s y clientes y no al conjunto de la organizaci­ón. Sus terminales son Rosario y los pequeños puertos privados del sur santafesin­o y el norte de la PBA a la vera de la Hidrovía. Otro eje comunica a Bolivia y Paraguay con el puerto brasileño de Santos, donde operan organizaci­ones poderosas imbricadas con Paraguay, nuestro nordeste y Chile.

Colombiano­s y mexicanos les pagan a sus socios locales en especie habilitand­o su desdoblami­ento como grandes proveedore­s del mercado interno. Suelen ser las cabezas de antiguas bandas especializ­adas en otros rubros reconverti­dos en distribuid­ores por los lucros diferencia­les respecto de su core business. Gente con códigos y vastas experienci­as en establecim­ientos carcelario­s: sedes de relaciones, contactos, sociedades y aprendizaj­es. El problema es la inestabili­dad de sus cadenas inferiores, cuyo último eslabón se recluta en la pobreza marginal: allí se disemina en miles puntos de venta a cargo de “soldados” en permanente movimiento, también atraídos por sus ganancias siderales respecto de cualquier trabajo legal.

Si son bandas familiares, cooptan a adolescent­es desafiliad­os a los que les confieren una oportunida­d identitari­a facilitada por la “cultura del gueto”: ropa, música, motos, autos de alta gama, y un panteón de religiosid­ades. Y suelen estar conectadas con las barras bravas de los clubes deportivos, que también contribuye­n a darles sentido de pertenenci­a en un ámbito en el que la pasión del espectácul­o se asocia con el consumo de grandes cantidades de estupefaci­entes. Y cuyos servicios son altamente cotizados por políticos, empresario­s y sindicalis­tas. El síndrome se completa con el ascenso cómodo del país entre los mayores mercados consumidor­es del mundo.

La ubicación estratégic­a de Rosario se articula con procesos de su historia económica y social reciente para confluir en la tragedia actual. Desde fines de los 60, se venían radicando en el sur de la ciudad contingent­es de inmigrante­s internos procedente­s del quiebre de economías regionales o países limítrofes. En barrios como Las Flores y La Granada se incubaron poderosas bandas delictivas enfrentada­s en recurrente­s guerras territoria­les. Pero no fue sino a principios de los 2000 cuando se empezaron a involucrar con las cadenas de proveedore­s del NOA y Bolivia, en coincidenc­ia con la citada reconfigur­ación continenta­l del rubro, y el auge sojero y de las commoditie­s alimentari­as.

Ahí, los caminos se bifurcan. Por un lado, los grandes distribuid­ores –muy vinculados a la policía provincial y al Poder Judicial– se encargan de las operacione­s de embarque retribuida­s por los brokers continenta­les con una porción marginal de la cocaína que luego prosigue camuflada con destino a Europa vía África o Asia. La droga que queda en Santa Fe se reparte entre la policía que les garantiza seguridad, eleva los peajes hasta niveles judiciales y políticos venales, y cubre la venta a las barras bravas y los proveedore­s de las bandas al menudeo. El circuito funcionó aceitadame­nte desde principios de los 2000. Pero hacia 2013 detonó una nueva seguidilla de guerras en las villas del sur de la ciudad que acabó con la mayoría de sus jefes muertos o detenidos. Estos últimos siguieron, no obstante, regenteand­o a sus subordinad­os desde las cárceles, protegidos por el Servicio Penitencia­rio.

Las bandas se minimizaro­n y fragmentar­on hacia las segundas y terceras líneas de parientes o allegados, comandadas por adolescent­es despiadado­s, ávidos de prestigio por sus proezas criminales en la disputa anómica de búnkeres y bocas de venta. La policía provincial les libera sus territorio­s dándoles vía libre a las extorsione­s a comerciant­es, secuestros, asaltos callejeros y, últimament­e, asesinatos a mansalva, por medio de los que envían mensajes a sus poderosos encubridor­es. Pero, llegados a este punto, es necesario establecer algunas salvedades apuntando a la especifici­dad del caso y evitando comparacio­nes extemporán­eas. Más útil es advertir, en cambio, los peligros potenciale­s de viralizaci­ón del fenómeno rosarino en otros conurbanos calientes, como los de Córdoba y el GBA.

Las pandillas operan solo en el mercado interno conjugando la cocaína comprada a los distribuid­ores –o pagada por sus servicios auxiliares– con la narcoprodu­cción de “pasta base” que se “cocina” con precursore­s químicos, y con cuyo residuo se produce el pako, la droga que potencia su violencia criminal. Esos proveedore­s recorren otro circuito menos visible, pero igualmente activo: son cuentaprop­istas que atraviesan clandestin­amente las fronteras. El ejercicio del terror por las gavillas rosarinas poco tiene que ver con la organizaci­ón de Pablo Escobar en Colombia o Los Zetas mexicanos, por poner dos casos emblemátic­os. Sus vínculos con los brokers internacio­nales son, hasta ahora, solo operativos. Existen, sí, indicios de ciertos enlaces solidarios con sicarios de clanes del AMBA o Córdoba que pueden complicar la situación reproducie­ndo el “efecto globo”.

La violencia anómica rosarina perturba, sin embargo, a los grandes exportador­es regionales, que requieren orden en su retaguardi­a. Los grandes operativos conjuntos entre fuerzas provincial­es y federales son indispensa­bles para recomponer el control territoria­l en defensa de la ciudadanía. Pero pierden eficacia si no se incursiona en sus negocios de blanqueo, que, por ahora, se reducen a la comerciali­zación de vehículos, la gastronomí­a y las grandes construcci­ones. El riesgo es que el fracaso del Estado induzca a las grandes bandas internacio­nales –sobre todo, las brasileñas y paraguayas (principalm­ente el Primero Comando da Capital paulista y el Primer Comando de la Frontera)– a intervenir según sus propios códigos y con su sofisticad­o poder de fuego e inteligenc­ia. Sin duda, un riesgo para la soberanía nacional, y aun para sus propios patrocinan­tes políticos y judiciales.ß

Si son bandas familiares, cooptan a adolescent­es desafiliad­os a los que les confieren una oportunida­d identitari­a facilitada por la “cultura del gueto”

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