LA NACION

Un sorprenden­te cruce de géneros y un baño de sangre

- abigail Paula Vázquez Prieto

★★★ (estados unidos-irlanda/2024). dirección: Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett. guion: Guy Busick, Stephen Shields. FotograFía: Aaron Morton. edición: Michael P. Shawver. elenco: Melissa Barrera, Dan Stevens, Alisha Weir, Kathryn Newton, Kevin Durand, Angus Cloud. caliFicaci­ón: apta para mayores de 16 años. distribuid­ora: UIPUnivers­al. duración: 109 minutos.

La dupla de directores Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett habían demostrado su interés por las fronteras entre el terror y su parodia mucho antes de su incursión en la saga de Scream. De hecho, en Noche de bodas (2019), con la australian­a Samara Weaving, esos contornos entre géneros habían sido incluso más fluidos, dando pie desde la celebració­n matrimonia­l con ribetes melodramát­icos al circo gore de explosione­s splatter y espíritu claramente paródico. Abigail sigue en esa tradición, pero con una vuelta más de tuerca. El juego de géneros parece saborearse en el intento de despistar al espectador, confundir sus expectativ­as y traficar con astucia recursos de un universo a otro, siempre bajo el paraguas del humor.

Abigail comienza como un policial: la sugerencia de un secuestro comando, el atisbo de un relato de disputas gansterile­s. Un grupo de encapuchad­os sincroniza cronómetro­s para asaltar una imponente mansión. Mientras tanto, en un teatro vacío, una joven bailarina ofrece sentidas reverencia­s a los aplausos imaginario­s. Su regreso a casa en un auto costoso funciona como preámbulo de la intrusión, el secuestro y la puesta en marcha del plan en un caserón medieval. En el interior de ese museo del decadentis­mo, con pasadizos secretos, cuadros con telarañas y la inminente aparición de un maestro de ceremonias que pondrá reglas y establecer­á condicione­s, el espectador asiste a un travestism­o de géneros. Los secuestrad­ores se preocupan por la trampa a la que han sido conducidos, el padre de la niña secuestrad­a pasa de ser un mafioso implacable a una inquietant­e presencia de lo sobrenatur­al. Lo que conduce con agilidad a la película, aún en ese pasaje forzado entre climas y registros, es el hábito de la parodia, que los directores manejan con interés aunque sin demasiada originalid­ad. Mucho de los que sucede puede parecer previsible justamente porque lo es, y quizás cierto sentimenta­lismo -personajes hablando de su pasado oculto- sea percibido como antídoto al cinismo de la creación paródica pero a menudo resulta un resorte anticlimát­ico.

Melissa Barrera es solvente como heroína del terror, tal como lo demostró cargando sobre sus espaldas la nueva Scream, y el resto del coro de ajetreados malandras convertido­s en carne de un banquete de vísceras y sangre hacen bien lo suyo. La puesta en escena no prescinde de golpes de efecto, formas expectante­s en la oscuridad y una música afirmativa de los sustos, pero consigue dar cuerpo deforme al caserón que contiene el miedo y la tumba destinada a todos los asistentes.

Quizá la mejor carta bajo la manga sea la joven Alisha Weir, quien da cuerpo y furia a Abigail, bailando con desenfreno y revelando que el terror no depende de la fuerza del monstruo, sino de la astucia de su creador. Lo problemáti­co es que una vez que se revela el truco –quién es en definitiva Abigail– no queda más que esperar una nueva fiesta de sangre, cuanto más potente, mejor. El splatter, aquí se conduce al borde del absurdo. ●

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Melissa Barrera interactúa con el tópico central del film

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