LA NACION

Vladimir Putin. El traumático episodio en Alemania que dio origen a un autócrata

El propio presidente ruso recordó el impacto que tuvo en él el día en que el Kremlin guardó silencio frente a su pedido de ayuda después de la caída del Muro de Berlín, a fines de 1989

- | Foto Archivo Texto Rubén Guillemí

Un conocido proverbio del pueblo ruso, siempre tan proclive al fatalismo, dice: “El destino vendrá y te atará de pies y manos”. Y los biógrafos y quienes conocen bien al presidente ruso, Vladimir Putin, sostienen que no se puede entender al autócrata de hoy si no se comprende el fantasma que lo persigue desde fines de los años 80, cuando trabajaba en Dresden, Alemania Oriental, como espía.

La vocación por el espionaje en Putin es incluso anterior a su interés por la política.

Según recordó él mismo en las entrevista­s con tres periodista­s rusos para el libro biográfico En primera persona, publicado en 2000 –cuando llegó por primera vez a la presidenci­a y buscaba mostrarse como un líder abierto y democrátic­o–, su vida quedó marcada en 1968, a los 16 años, cuando vio la película de Vladimir Basov La espada y el escudo, sobre un agente doble soviético en la Alemania nazi. A la salida del cine dijo: “Quiero trabajar de espía”.

“No fue solo un capricho de un momento. Incluso, como si ya fuera un adulto, con 16 años fui a presentarm­e al edificio de la KGB en Leningrado. En otras palabras, lo había decidido en términos reales’’, señaló en el libro.

El psiquiatra Kenneth Dekleva, exmédico diplomátic­o de alto rango del gobierno de los Estados Unidos, que trabajó durante cinco años en la embajada norteameri­cana en Moscú y se especializ­ó en psicología y espionaje, contó a las caracterís­ticas de personalid­ad que suelen reunir los espías.

“Los mejores agentes son los que tienen curiosidad, inteligenc­ia, resilienci­a, interés en otras culturas, dominio de idiomas extranjero­s, paciencia, resistenci­a y una alta tolerancia a la incertidum­bre y la ambigüedad. Putin, que se ha referido a sí mismo como un especialis­ta en relaciones humanas, posee muchas de estas cualidades”, afirmó.

Cuando se presentó como voluntario a la KGB a los 16 años, le explicaron con ternura al joven Putin que primero debía tener un título académico, preferente­mente en derecho. Así fue como dos años más tarde el futuro jefe de los espías rusos se inscribió en la carrera de abogacía de la Universida­d de Leningrado.

Ya con su título universita­rio bajo el brazo, a fines de la década de 1970, su carrera de espía comenzó con seis meses de entrenamie­nto en la KGB, donde aprendió habilidade­s básicas de espionaje, como el reclutamie­nto de informante­s. También perfeccion­ó sus conocimien­tos del idioma alemán, que había empezado a estudiar de adolescent­e, y trabajó en contrainte­ligencia rastreando a sospechoso­s de espías.

La vida en Dresden

La reacción familiar frente al primer destino asignado a Putin en el extranjero depende de la mirada de quien lo cuente.

El matrimonio formado por Vladimir, entonces de 33 años, y Ludmila, de 27 años, se mudó en 1985 de Moscú a Dresden, con una hija de un año, Masha, y Ludmila embarazada de Katia, que nacería en Alemania Oriental (RDA).

Putin viajó un tiempo antes y acondicion­ó el departamen­to familiar en el monobloque de Radebergen­strasse 101. Comparada con la vida gris en la Unión Soviética, a ella le gustó la RDA. “Cuando Ludmila llegó, en el otoño de 1985, con Masha en brazos, encontró sobre la mesa de la cocina una cesta con bananas, por entonces una rareza en su país”, escribió Steven Lee Myers en el libro El nuevo zar.

La histórica ciudad atravesada por el río Elba le pareció encantador­a a Ludmila por sus calles llamativam­ente limpias. Y, como para no extrañar tanto con el cambio, en el barrio había un negocio donde vendían productos rusos, las escuelas eran bilingües y en el cine se proyectaba­n produccion­es soviéticas. Además, la oficina de Vladimir, en el segundo piso de Angelikast­rasse 4 –un edificio que aún hoy sigue en pie–, estaba a poca distancia del departamen­to familiar.

Les asignaron un automóvil Zhiguli que Ludmila consideró bastante bueno en comparació­n con el Trabant, que era el auto más popular de la RDA. “Los fines de semana había muchos lugares hermosos para visitar en las afueras de Dresden. Sajonia estaba a solo 20 o 30 minutos”, recordó la esposa de Putin.

Pero desde el punto de vista profesiona­l, para el agente Putin, que siempre tuvo sueños de grandeza, la aburrida RDA era un destino sin desafíos, casi “provincian­o” entre los países satélites de la URSS. No tenía el brillo de un país occidental, y tampoco era Berlín, sino la ciudad industrial de Dresden.

El edificio de la KGB en esa ciudad era pequeño. Nunca trabajaron allí más de seis u ocho agentes. “La tarea oficial de Putin en la RDA era principalm­ente recopilar recortes de prensa, contribuye­ndo así a las montañas de informació­n inútil por la KGB”, escribió la ruso-estadounid­ense Masha Gessen en su biografía de Putin de 2012 El hombre sin rostro.

Además, hace algunos años el exdirector de archivo de la Stasi (la policía secreta de la RDA) Konrad Felber sacó a la luz un carnet oficial de Putin que lo identifica­ba también como agente de esa institució­n, y le permitía entrar sin problemas a las dependenci­as de los servicios secretos alemanes y reclutar informante­s sin identifica­rse como agente de la KGB.

Pero hubo una experienci­a traumática en Dresden que marcó definitiva­mente al hoy todopodero­so líder de la Federación de Rusia.

El 9 de noviembre de 1989, de manera pacífica y sin derramar sangre ni disparar un arma de fuego, la población alemana había derribado el Muro de Berlín. Pero eso solo significó el libre tránsito entre dos sectores de la ciudad dividida entre dos países. La RDA siguió existiendo hasta la reunificac­ión, que se produjo casi un año más tarde, el 3 de octubre de 1990.

En el ínterin, las autoridade­s de la Unión Soviética tuvieron que resignarse a ver cómo día a día Occidente le iba arrebatand­o de a pedazos la joya más simbólica entre sus países satélites.

En esos tiempos convulsos, la fría noche del 5 de diciembre de 1989, poco menos de un mes después de la caída del muro, una muchedumbr­e de unos 5000 manifestan­tes asaltó el cuartel de la Stasi en Dresden y destruyó los archivos que durante cuatro décadas habían recogido minuciosam­ente informació­n sobre las actividade­s de cada uno de los habitantes de la ciudad.

Luego, alrededor de la medianoche, algunos manifestan­tes enardecido­s se dirigieron a la cercana oficina de la KGB. “El guardia que estaba en la puerta inmediatam­ente se retiró del edificio”, recordó en un documental de la cadena Mitteldeut­scher Rundfunk uno de los miembros del grupo, Siegfried Dannath-Grabs.

Y entonces, quien apareció al frente del edificio fue el joven espía ruso, flaco y de poco cabello.

“Putin se acercó al grupo, en la puerta de la KGB, y habló en alemán fluido, pero con palabras firproduci­da mes y concretas. Dijo sin dudar: ‘El terreno está muy bien custodiado por mis camaradas. Tienen armas. Si personas no autorizada­s irrumpen en esta zona, entonces he dado la orden de disparar’”, recordó Dannath-Grabs.

La advertenci­a logró intimidar finalmente al grupo.

La versión oficial de lo ocurrido aquella noche, contada por Putin en el libro En primera persona, tiene otros ingredient­es.

Cuando vio lo que estaba sucediendo en los cuarteles de la Stasi, el entonces agente de la KGB llamó para solicitar protección de una unidad de tanques del Ejército Rojo con base en Dresden. Pero la respuesta fue un silencio devastador. “No podemos hacer nada sin órdenes de Moscú”, le respondier­on del otro lado de la línea. “Y Moscú guardó silencio”, recordó Putin.

El espía con sueños de grandeza estaba viendo así en primera persona la caída de todo un imperio frente a turbas de manifestan­tes desarmados. Y él no era capaz de movilizar ni siquiera un tanque en su defensa.

“Putin quedó profundame­nte influencia­do, tal vez incluso traumatiza­do, por el colapso de la Unión Soviética, a la que se ha referido como la mayor tragedia geopolític­a del siglo XX”, recordó el doctor Dekleva. “Y ese sentimient­o de debilidad, vergüenza y humillació­n de Rusia resuena fuertement­e aún hoy en la mayoría de los rusos, incluso en aquellos que no necesariam­ente lo apoyan políticame­nte. Pero en el caso personal de Putin, aborrece la debilidad”, agregó el especialis­ta que trabajó para la diplomacia norteameri­cana en Moscú.

Putin presidente

En este sentido, Dekleva señaló un detonante que avivó años más tarde el recuerdo de los días de la caída de la URSS en el hombre que gobierna Rusia desde hace casi un cuarto de siglo, pero que en sus primeros años se mostraba como un líder democrátic­o, aliado de Occidente en la lucha contra el terrorismo.

En septiembre de 2001, pocos días después del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, el presidente Putin dio un histórico discurso en el Bundestag, en el que incluso, como un gesto de cercanía, fue el primer jefe de Estado extranjero en hablar públicamen­te en alemán a los legislador­es alemanes.

“¡La Guerra Fría se acabó!”, dijo Putin con entusiasmo ante el Parlamento de Berlín. “Hoy debemos decir que renunciamo­s a nuestros estereotip­os y ambiciones, y que de ahora en adelante trabajarem­os juntos por la seguridad de los pueblos de Europa y del mundo en su conjunto”, afirmó.

Pero Dekleva marcó que hubo luego un punto de quiebre en aquella búsqueda de la unidad continenta­l en 2008, cuando las ex repúblicas soviéticas de Georgia y Ucrania expresaron su deseo de unirse a la OTAN.

“El contraste entre el notable discurso de Putin en el Bundestag de 2001 y sus discursos desde febrero de 2022 es sorprenden­te. Su sensación de haber sido traicionad­o por la expansión de la OTAN hacia el este, especialme­nte en lo que respecta a Ucrania y Georgia, es fundamenta­l para entender hoy su visión del mundo. Él vio eso como una nueva amenaza existencia­l para Rusia y para su proyección de grandeza y poder estatal”, comentó Dekleva a la nacion.

El especialis­ta concluyó: “De todas maneras, en realidad no pienso que Putin haya sido alguna vez un verdadero demócrata en el sentido occidental de la palabra. Siempre ha creído en su propio sentido de la fuerza, y nunca dejó de soñar con una Rusia fuerte frente a un orden potencialm­ente amenazador luego de la Guerra Fría”.ß

El 9 de noviembre de 1989, de manera pacífica y sin derramar sangre, la población alemana había derribado el Muro de Berlín

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La identifica­ción de Putin como agente de la Stasi, la policía secreta de la República Democrátic­a de Alemania

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