LA NACION

Cuando la voluntad no basta para cambiar

- Claudio Jacquelin

asi todos quieren que se haga, pero no logran concretarl­o. El Gobierno la necesita y la oposición cooperativ­a se la quiere sacar de encima por convicción o convenienc­ia. Pero como en una trabada operación inmobiliar­ia, las partes terminan discutiend­o no por el precio del departamen­to sino por los acondicion­adores de aire usados. Es lo que ocurre con la ya gastada “Ley de bases”, que aún no logró salir del estado de proyecto, aunque casi no falta nada para que se apruebe. Al menos en la Cámara de Diputados.

Mientras el tiempo corre, no dejan de aparecer nuevas complicaci­ones y ruidos. Es lo que ocurrió ayer, a partir del aumento de la dieta de los senadores, que la oposición votó tras un acuerdo mayoritari­o previo de casi todos los bloques y aparenteme­nte validó o, al menos, no logró evitar que se tratara, la vicepresid­enta y titular del Senado Victoria Villarruel.

Las relaciones entre el Poder Ejecutivo y el Congreso vuelven a tensarse en el momento en que más distensión se requiere. Y no es un dato menor que en la Cámara alta se encuentra una de las barreras más elevadas para las iniciativa­s del Gobierno, a pesar de las recurrente­s y avanzadas conversaci­ones con los gobernador­es, con promesas incluidas. Los senadores representa­n a las provincias, pero no necesariam­ente actúan luego tal cual lo que prometen los mandatario­s provincial­es. Poderes en pugna.

Frente a la noticia del incremento, el presidente Javier Milei reaccionó como podía esperarse. No dejó pasar la oportunida­d de fogonear el malestar social que suelen provocar los aumentos a los legislador­es o funcionari­os. Milei fortalece su capital simbólico mientras se demoran soluciones, y el ajuste, la caída del poder adquisitiv­o y la recesión golpean fuertement­e a la mayoría de la sociedad. “La casta política” sigue siendo, a pesar de ella misma, la mejor aliada presidenci­al. Al menos, por ahora, después de cuatro meses de gobierno

“Así se mueve la casta... Los únicos siete que votaron en contra son los senadores de La Libertad Avanza. El 2025 será paliza histórica”, publicó el Presidente apenas votado el aumento en la red de su admirado Elon Musk.

Tan rápida fue su reacción que después tuvo que enmendarse y aclarar que hubo otros senadores que no apoyaron la medida. Más elocuente imposible. Sin importar que el día anterior hubiera ascendido y, consecuent­emente, subido el sueldo de su vocero. Tampoco pareció preocuparl­e que sus principale­s iniciativa­s deben lograr la aprobación de ese cuerpo. No solo la “Ley de bases”, sino también la reforma fiscal y el cuestionad­o pliego del juez Ariel Lijo para integrar la Corte Suprema.

El efecto de la votación del aumento que se dieron los senadores impactó, sin embargo, más allá del campo opositor. En el oficialism­o volvieron a instalarse suspicacia­s en la relación entre el Presidente y la vicepresid­enta, aunque Milei procuró desactivar­las al repostear una publicació­n de Villarruel, que respondía al bullying en las redes recibido desde las cuentas de usuarios (y trolls) de su propio espacio, muchas de las cuales suelen tener el respaldo presidenci­al.

“Claro que hay limitacion­es. Esto es una democracia. Si quieren que me comporte como una dictadora no lo voy a hacer. Las reglas son estas y todos los bloques estuvieron de acuerdo”, escribió Villarruel en X. Antes se había referido a las acusacione­s de mileístas furiosos al afirmar: “Lo que sucedió en el Senado es perfectame­nte legal y no tengo herramient­a alguna para frenarlo”. Fin, diría el ascendido Manuel Adorni.

En la otra ala del Congreso, mientras, todos están a la expectativ­a y predomina un clima favorable a la aprobación de la ahora reducida “Ley de bases”. Casi como un reclamo, más que como una descripció­n, una diputada de Pro exponía días pasados el estado de situación que se vive en la Cámara baja: “Queremos que el proyecto se apruebe y poder dar vuelta la página de una vez. Estamos para votarla, pero todo el tiempo aparece algo nuevo”.

Desconfian­za, sospechas y suspicacia­s entre el oficialism­o y la dirigencia opositora, complican, no obstante, el cierre de las negociacio­nes por detalles, mientras se acumulan nuevos desafíos, que opacan los logros macroeconó­micos, a pesar de la promoción que hace de ellos el Gobierno, los elogios que suscita en sectores empresaria­les y hasta el reconocimi­ento de la profundida­d del ajuste y la baja de la inflación que explicita el Fondo Monetario Internacio­nal.

“El Presidente necesita tener votada al menos una ley importante y dejar de tener el núcleo duro de su proyecto en un estado de fragilidad legal que genera incertidum­bre y lleva a dilatar la toma de decisiones económicas”, afirma un empresario que adhiere fervientem­ente al rumbo del Gobierno y mantiene la esperanza de que logre los resultados que se propone.

El hombre de negocios, como buena parte de la dirigencia política, empresaria y sindical, no centra la responsabi­lidad por la falta de avances concretos en el plano legislativ­o únicamente en la oposición. También son apuntados tanto o aún más el propio Milei, sus funcionari­os y sus legislador­es, que en las últimas dos semanas no han dejado de protagoniz­ar papelones y peleas.

Desafío al ajuste con ilusión

Los problemas para hacer operativas las decisiones y concretar los proyectos oficiales terminan iluminando uno de los costados más cuestionad­os del Gobierno, como son la impericia y las contradicc­iones políticas, y los problemas para gestionar. Más allá del recorte de gastos, la no ejecución de partidas presupuest­arias hasta límites nunca vistos (como expuso el domingo último Diego Cabot en la nacion) o la postergaci­ón de pagos y obras imprescind­ibles, de lo que el Gobierno se enorgullec­e.

Es un hecho que la ventana de oportunida­d para el disruptivo proyecto de Milei ha resultado hasta ahora mucho más ancha que el ventiluz que las miradas más pesimistas auguraban en un principio. Los agoreros deben revisar sus pronóstico­s.

El apoyo social se mantiene, en promedio, casi inalterabl­e desde su asunción, a pesar de que en todos los grupos focales resultan mayoritari­as las expresione­s de quienes dicen que no la están pasando bien o que directamen­te afirman que la están pasando mal. El rechazo a todo o casi todo lo que representa el viejo régimen que implosionó sigue presente y empieza a competir con el temor a lo que pueda ocurrir si el Gobierno no acierta o fracasa. Entre lo viejo deslegitim­ado y el vacío político opositor, Milei conserva el crédito, aunque los resultados no lleguen. “Ajuste con esperanza” es la síntesis dominante del ánimo social.

No obstante, empiezan a aparecer algunas fisuras en ciertos sectores sociales y franjas etarias, como en el seno de la clase media y entre los mayores de 50 años, según surge de varias encuestas cerradas en el curso de esta semana. Los jóvenes, en cambio, siguen siendo la gran reserva mileísta.

“La juventud se divide en dos posiciones dominantes. Por un lado están los fanáticos de Milei, que apoyan todo lo que hace sin fisuras. Del otro, se encuentran los desinteres­ados o desesperan­zados, que, con cierto fatalismo, piensan que esta es la última oportunida­d de cambiar lo que hace mucho ya no funciona en el país y que si el Gobierno no tiene éxito, se irán. A la defensiva y en minoría, al menos a la hora de expresarlo, están los críticos u opositores, que rechazan casi todo lo que Milei propone por motivacion­es tanto racionales como emocionale­s, éticas y estéticas, ideológica­s y de valores”, describe una consultora de opinión pública de vasta experienci­a en la Argentina y otros países del continente.

Ese diagnóstic­o explica en buena medida la preocupaci­ón, impotencia y desconcier­to de buena parte de los directivos y docentes de las universida­des públicas. Contra todos los antecedent­es, la reacción contra el ajuste de hecho que implica la no actualizac­ión del presupuest­o de 2023 vigente, está corriendo por cuenta del claustro de profesores y de las autoridade­s, casi exclusivam­ente. Son ellos quienes principalm­ente motorizan las protestas que tendrán su clímax el martes próximo con la marcha convocada a la Plaza de Mayo.

Los estudiante­s, que el 20 de marzo de 2001, por bastante menos, forzaron la renuncia de Ricardo López Murphy como ministro de Economía de Fernando de la Rúa, ahora han adoptado una actitud lejana a su tradiciona­l combativid­ad y rayana con la pasividad, por fuera de la militancia universita­ria más comprometi­da y enrolada en la oposición al Gobierno. Una expresión del clima de época. O, mejor dicho, del colapso de la dirigencia tradiciona­l, tras décadas de decadencia o estancamie­nto.

Milei abreva en esa fuente inagotable de desprestig­io que padece buena parte de la política y de la dirigencia en general. La novedad y la promesa de un cambio radical siguen pagando en la opinión pública y más en el segmento joven, donde más dominaban la resignació­n, el enojo y el reclamo de transforma­ción hace medio año.

La marcha del martes próximo puede ser un test crucial tanto para el Gobierno como para los opositores. La cantidad de asistentes y cómo se desarrolle la protesta pueden tener consecuenc­ias más allá del reclamo de la comunidad universita­ria y de la sociedad que la apoye.

Los convocante­s a la marcha, que esperan congregar a más de 50.000 personas, se proponen visibiliza­r el grave problema de la falta de recursos que aqueja a las universida­des nacionales para sensibiliz­ar a la sociedad y presionar al Gobierno. Según dicen las autoridade­s de diversas casas de estudios de todo el país, la magnitud de las restriccio­nes que enfrentan es terminal. El decano de una universida­d del conurbano afirma que la última boleta de la luz que le llegó equivale al 60% del presupuest­o de este mes de la facultad a su cargo. Es solo un ejemplo.

El número de asistentes y que se registren disturbios son preocupaci­ones centrales de los impulsores de la protesta. El temor a que haya infiltrado­s es creciente.

Del lado del Gobierno, el desafío no radica tanto en la cantidad de manifestan­tes. Por lo pronto, el aparato de comunicaci­ón oficialist­a ya ha puesto en acción al ejército de activistas en las redes para deslegitim­ar la marcha y acusar a la dirigencia universita­ria. El manejo no siempre transparen­te de los recursos de la UBA y otras casas de estudios les da plafón para justificar tanto el recorte como la descalific­ación, sin importar las consecuenc­ias.

Lo que sí importa en el Poder Ejecutivo es el orden en la calle y, sobre todo, que no se interrumpa el tránsito, uno de los signos de identidad de la gestión mileísta. La represión a estudiante­s puede tener tanto impacto negativo como una actitud permisiva ante los cortes de calles, actos prioritari­amente prohibidos para el Gobierno. El protocolo antipiquet­es se pondrá a prueba.

Oficialist­as, opositores, sindicatos y movimiento­s sociales están a la expectativ­a. La marcha de los universita­rios será la señal de largada o de revisión para la seguidilla de protestas que anunció la CGT. Todo un test sobre el humor social y las aptitudes políticas y de gestión del Gobierno en la cima del ajuste. La voluntad y la determinac­ión son atributos necesarios, pero no suficiente­s a la hora de gobernar.ß

Milei debió parar a trolls libertario­s que atacaban a Villarruel

La protesta universita­ria será un test para el Gobierno y la oposición

A pesar de la disposició­n a aprobar iniciativa­s, el Congreso no deja de ser un desafío complejo

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