LA NACION

Memoria y balance del pabellón argentino desde 1901

El país tiene espacio propio desde 2011; el acuerdo rige por 20 años

- Alicia de Arteaga

VENECIA.– Es una larga historia la que culminó ayer con la inauguraci­ón del envío argentino, obra de Luciana Lamothe que saca partido del pabellón, de la luz natural y de las vigas eternas de la antigua sala de armas. Los Arsenales, viejos galpones para guardar cordería y atalajes marineros, nacieron como expansión de los Giardini a fines del siglo XX. Ladrillero­s y con huellas del tiempo quedaron como estaban: gastados. Esa imagen tan potente se convirtió en la estética dominante. Fue durante el envío de Adrián Villar Rojas, en 2011, que la entonces presidenta Cristina Kirchner irrumpió en los Arsenales para informar que la Argentina tenía pabellón propio por 20 años, tras un acuerdo sellado con Paolo Barata, presidente de la Fundación Bienal. La conquista fue celebrada con una ceremonia, la entonces presidenta recibió del síndico veneciano las llaves simbólicas y habló sobre Sin pan y sin trabajo, obra maestra de Pío Collivadin­o. Curiosa coincidenc­ia, porque fue Collivadin­o quien representó al país en el primer envío, de 1901. No se entiende por qué siendo la Argentina un país pionero en el ruedo veneciano, nunca tuvo pabellón propio. Durante años alquiló el espacio de los países nórdicos, y se sabe que lo perdió por falta de pago.

Vinieron años de peregrinaj­e y de bienales nómadas. Leandro Erlich instaló su piscina famosa en el Fondachi Tedesco, un antiguo correo. Ese mismo año, Graciela Sacco, que compartió el envío, llenó de ojos y miradas las escaleras del Puente de los Suspiros, fotos pequeñas como stickers en el espacio público. Jorge Macchi exhibió su obra en un oratorio, y Guillermo Kuitca en el Ateneo Veneto, vecino del teatro La Fenice.

El pabellón argentino de los Arsenales fue inaugurado por Nicola Costantino con el envío inspirado en Evita que despertarí­a varias polémicas. Dos datos de los envíos nacionales quedan para la historia: para la Bienal 59 de Cecilia Alemani ,el jurado eligió la obra de Mónica Heller. Alguien dijo que favoreció la decisión el hecho de que la obra cabía en un pendrive. Detalle no menor, el montaje de los equipos para “ver” el contenido costó un dineral. Este año, la obra elegida por la gestión anterior tiene dimensione­s colosales. La Cancillerí­a mantuvo el plan y la pieza se “construyó” en Venecia, hasta con maderas de vaporettos abandonado­s.●

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