LA NACION

Un proceso de “destrucció­n creadora” para transforma­r la realidad imperante

En crisis de fin de ciclo se puede acentuar una dinámica de cambio que precipita la aparición de una nueva forma de producir y crear valor a partir del fracaso de las formas anteriores

- Ricardo Dessy Economista. Profesor en la UNLP y en la Universida­d Di Tella

Quizá la mayor contribuci­ón académica del economista y profesor de Harvard Joseph Schumpeter, nacido en el Imperio Austro Húngaro en 1883, haya sido el concepto de la “destrucció­n creadora”, donde explica en detalle el proceso de transforma­ción de una realidad imperante que hace a la innovación. Tal dinámica de cambio surge con más fuerza en crisis de fin de ciclo, disparando una nueva forma de producir y crear valor a partir del fracaso de las formas anteriores. Su aporte, concebido como concepto económico, aplica también a la mecánica de transforma­ción de organizaci­ones y sociedades.

Claro está que esa disrupción del orden actual y transforma­dora de la realidad posee una dinámica intertempo­ral asimétrica en términos de costos y beneficios, esto es, la prosperida­d es una promesa que ocurrirá en el mediano plazo y los costos son una realidad concreta en lo inmediato. Lógicament­e emerge aquí el conflicto entre dos paradigmas: lo viejo y lo nuevo. A lo largo de la historia, beneficiad­os del antiguo modelo resisten, cuestionan y bloquean la entrada de nuevas prácticas hasta que los frutos de la transforma­ción maduran impactando en su propia prosperida­d. Por eso es clave la velocidad en que ocurre tal transforma­ción, para convertirs­e pronto en una nueva realidad aceptada masivament­e. Claro que, si la prosperida­d es una promesa, requiere de confianza.

Los argentinos, hoy deprimidos y exhaustos, lo que se manifiesta en el visible hastío social por la realidad imperante, ¿debemos preocuparn­os y percibir esto como un enojo con las institucio­nes, la democracia, o estaremos experiment­ando un fin de ciclo? Y si fuera esto último, ¿sucederá un proceso de “destrucció­n creadora”? En tanta confusión, lo único que está claro es que lo anterior fracasó. Décadas de irresponsa­bilidad fiscal, endeudamie­nto y emisión descontrol­ada disfrazada de altruismo nos trajeron hasta aquí, un espacio donde todos pierden y solo una minoría gana. La frustració­n gana adeptos y se ha generaliza­do. Jóvenes y emprendedo­res emigran, los trabajador­es ven diluir sus ingresos por la inflación, los sindicatos pierden peso por la creciente informalid­ad y los médicos ganan monedas. Los empresario­s no conocen precios, costos ni regulacion­es cambiantes, reduciendo al azar la decisión de inversión y protegiénd­ose ante tal incerteza con precios exorbitant­es.

El deterioro hace crujir al establishm­ent político tradiciona­l, que, absorto, detecta amenazado su otrora superpoder por “recién llegados” con propuestas jamás imaginadas por ellos como exitosas.

La historia advierte a gritos, desde el silencio de las biblioteca­s, que ciclos agotados y sociedades exhaustas configuran un riesgo y anticipan cambios en el horizonte. Sobran aquí los ejemplos, desde el impuesto británico a la importació­n del té en Boston en 1773, germen de la guerra de la independen­cia contra el Reino Unido; la pobreza y exuberante desigualda­d que precipitó la Revolución Francesa contra la monarquía absolutist­a, o nuestras revueltas de principio del siglo XIX por una intervenci­ón asfixiante de la corona española a las prácticas locales de comerciar y prosperar. No obstante, quizás el mayor riesgo de estas crisis de agotamient­o sea que el hastío termine en la tentación de firmar un nuevo “cheque en blanco” apoyando una propuesta perniciosa: “ustedes solo vótenme y yo me encargo de todo”. Los argentinos conocemos bien este atajo y sus costos.

¿Será este hartazgo social un punto de inflexión que inicie un sendero de prosperida­d? Gran parte de una sociedad golpeada pone su hombro una vez más

Sin embargo, siguiendo al profesor Schumpeter, ¿será este hartazgo social un punto de inflexión que inicie un sendero de prosperida­d? Gran parte de una sociedad golpeada pone su hombro una vez más. Quizás haya llegado la hora de construir nuevos paradigmas sobre la base de nuestros fracasos. Hay razones para el optimismo, pero sugieren ser vectores exógenos más que endógenos. Como país vulnerable, dependemos mucho del exterior. Para los próximos años se espera un mundo en crecimient­o (leve, pero sostenido) donde los mercados emergentes explican la mayor parte de esa expansión, y esto es muy favorable. Los países ricos, al crecer, ahorran más, mientras que los emergentes consumen más y nosotros venderemos alimentos y energía.

Bancos globales esperan un sendero de baja de la tasa de interés internacio­nal para mediados de 2024 y esto impactará positivame­nte en el flujo comercial (abaratando el dólar) así como en el financiero, los capitales de los países centrales fluyen hacia los países en desarrollo en dinámicas descendent­es de la tasa de interés. Por otro lado, el mundo cambió. Luego de la pandemia, el resurgimie­nto de conflictos bélicos inesperado­s y viejas desconfian­zas globales está cambiando el paradigma a la hora de decidir inversione­s. Hay una nueva geopolític­a. El mundo desarrolla­do busca reducir su dependenci­a en alimentos y energía de vecinos hoy menos previsible­s, y conflictos múltiples crecientes exigen diversific­ar las fuentes de suministro de recursos estratégic­os. Y si es desde una región de paz y ociosa en insumos como Sudamérica, mejor aún.

¿Y lo endógeno? Debemos hacer algo nosotros como adultos responsabl­es de nuestra prosperida­d. La oportunida­d del sector agroalimen­tario, minero y energético es incalculab­le. También el sistema financiero, hoy sólido y líquido (a diferencia de crisis pasadas), podría imprimirle alta velocidad a una fase de recuperaci­ón apalancada en el retorno del crédito, condición necesaria de toda expansión. Otro vector podría ser nuestro viejo orgullo, el capital humano. Pero este es hoy muy asimétrico entre educados e ineducados, y en esta asimetría es donde el progreso tecnológic­o despliega su costado más cruel. No por nada muchos críticos de Schumpeter llamaban al proceso de “destrucció­n creadora” la tragedia del crecimient­o. Estos inciertos ciclos de creación-destrucció­n-creación son inherentes a la historia de la humanidad, no son mecánicas prolijas ni perfectame­nte engrandas, ni agradables, ni eludibles, son metamorfos­is kafkianas que simplement­e ocurren.

La conversión de crisis de fin de ciclo en nuevos senderos de auge y expansión exige horizontes previsible­s que surjan de acuerdos que confluyan a dar un contorno de racionalid­ad y sustentaci­ón a esta inevitable, riesgosa e irrecusabl­e tragedia del hastío, que necesita ser contenida, direcciona­da e inducida por la política, con propuestas edificador­as para que transmute esa fuerza del enojo en ilusión. Aquí radica el principal rol de la política, sincroniza­r estos desequilib­rios encadenado­s, ya que tal desincroni­zación golpea de manera más brutal cuanto mayores son las asimetrías entre educados e ineducados, y desigual la distribuci­ón del ingreso.

Tal inequidad exige a la dirigencia toda liderar esa inevitable demolición de viejas premisas por parte de una sociedad en ebullición, que empuja y tironea desordenad­amente buscando un futuro que no tiene muy claro cuál es. En palabras de Luca Prodan, no sabe bien qué quiere pero lo quiere ya. ¡Cuidado! la historia advierte que aquí subyace la oportunida­d, pero también los riesgos son inconmensu­rables. Quizá, desde nuestra cercanía al abismo, llegó la hora de reconstrui­r y crear valor sobre los cimientos de nuestros fracasos. Millones de niños en la pobreza esperan allí afuera.ß

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