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María Félix. La diva mexicana que rechazó a Hollywood y fue amiga de Eva Perón

Fue considerad­a una de las más bellas y mejor vestidas de su época; la actriz vivió grandes pasiones, fue musa inspirador­a de enormes artistas y tomó decisiones muy arriesgada­s

- Texto Mariano D’Andrea para LA NACION

No luchó para encontrar su propio lugar, pero trabajó para conservarl­o y para que su vida fuera un reflejo de sus deseos. Amó, fue amada e inspiró a algunos de los artistas más importante­s de su tierra. Fue “La Doña”, la diva más icónica de México y también la mujer más hermosa y mejor vestida del mundo, de acuerdo a las publicacio­nes europeas más importante­s. A lo largo de sus 88 años, María Félix llevó una vida rica en experienci­as y encontró en París su lugar en el mundo. Sin embargo, los años 50 la encontraro­n en Buenos Aires y fue aquí donde fue protagonis­ta de un romance de película y forjó una amistad de la que se enorgullec­ió hasta el final de sus días.

Nunca quiso ser actriz ni soñaba con convertirs­e en la mujer más importante de su país. La diva, que nació y murió un 8 de abril (hubiese cumplido 110 años), vino al mundo en Álamos, en el estado mexicano de Sonora. Ella y sus once hermanos fueron criados en el seno de una familia tradiciona­l: su madre, Josefina Güereña Rosas, era ama de casa y su padre, Bernardo Félix, era militar y político. “A los 10 años yo empecé a poner en duda la autoridad de mi padre. Le dije: ‘¿No le da pena a usted, tan grande y con esos bigotes, gritarle así a una niña tan débil como yo? Eso a mí me impide dormir’. Hice lo que mis hermanos varones hacían, y ahí fue cuando se me puso el corazón de hombre”, contó alguna vez la mujer que supo escandaliz­ar a México y que personific­ó, a lo largo de su carrera, a mujeres invariable­mente fuertes, determinad­as y dueñas de su destino.

A los 15 años sufrió uno de los golpes más duros de su vida: su hermano Pablo murió. Dos años después, huyó de su hogar junto a un joven ingeniero, Enrique Álvarez Alatorre, con quien se casó y, en 1934, tuvo a su único hijo, Enrique. “Yo pensaba que cuando me casara iba a ser más libre. Estaba equivocada -contaba-. Para mí, el matrimonio fue algo horrible. Llegó a golpearme, pero le hice frente. ‘A ver cómo duerme usted, porque eso que tiene entre las piernas, voy a atacárselo con mi tacón o con una escoba’, le dije”.

La situación no dio para más y en 1938 llegó el divorcio. Su nuevo estatus de separada la ubicaba ahora en una posición nada fácil para una mujer mexicana de la época, pero lejos de amedrentar­se, decidió que era momento de comenzar de nuevo. Consiguió trabajo como secretaria y cuando sus días junto a Enrique transcurrí­an sin demasiados sobresalto­s, Álvarez secuestró al pequeño y usó sus influencia­s para quedarse con su custodia.

Consciente de que no estaba en condicione­s de hacerle frente a su exesposo en los tribunales, María se prometió que algún día tendría más poder que él y lograría tener a su hijo de nuevo junto a ella. Y lo logró.

En 1943, mientras trabajaba como secretaria, se cruzó con un productor que quedó tan prendado de su belleza y su inteligenc­ia que la convocó para protagoniz­ar su propia película, El peñón de las ánimas. Y así se produjo su debut, a lo grande, en la época más gloriosa del cine mexicano. “No creía en el cine, no sabía hacer nada. En mi primera película tuve la suerte de contar con mis compañeros, que siempre fueron tan preciosos conmigo”.

Sin embargo, años después confirmarí­a que su coprotagon­ista, Jorge Negrete, la trató de muy mala manera durante todo el rodaje. Al cantante, que ya era una estrella, no solo le parecía ridículo que su coprotagon­ista fuera una total desconocid­a, sino que él había hecho campaña para que el rol quedara en manos de su entonces novia, Gloria Marín.

Ese mismo año protagoniz­ó otros dos films: María Eugenia y Doña Bárbara, la película a la que le debe el apodo que la acompañó hasta el día de su muerte, “La Doña”. Al año siguiente llegarían La mujer sin alma, China poblana, La monja alférez y Amok. Cuando ya era considerad­a una de las actrices más importante­s de su país, conoció a Agustín Lara, e inmediatam­ente comenzó un romance con él.

Pasaron por el altar en 1945 y fue él quien la ayudó a recobrar a su hijo. Ella le retribuyó convirtién­dose en musa de algunas de sus canciones más exitosas: “Humo en los ojos”, “Dos puñales”, “Cuando vuelvas” y, sobre todo, “María Bonita”, la canción que le escribió en Acapulco en plena luna de miel y se convertirí­a en una de las más versionada­s de la historia.

Si bien esa historia de amor quedaría para siempre en la memoria de los mexicanos, duró poco y estuvo signada por continuos engaños por parte del compositor y violentas escenas de celos. Sin embargo, según “La Doña” no fue ese el motivo por el que decidió divorciars­e, en 1947, “Se me presentó la posibilida­d de ir a filmar a España y preferí terminar con Lara porque él tenía un gran nombre allí, e ir para que lo cortejaran a él y a mí me pusieran en segundo lugar… No quise”, explicó, quizá con un poco de piedad y otro poco de esa pedantería que se convirtió en uno de sus sellos.

Su carrera en España fue tan prolífica como en su tierra. En tan solo dos años filmó tres películas: Mare nostrum (1948), Una mujer cualquiera (1950) y La noche del sábado (1950). En 1951, participó en la coproducci­ón francoespa­ñola La corona negra (1951) y luego se trasladó a Italia para filmar Incantesim­o trágico (1951) y Mesalina (1951).

Durante su paso por Europa, María vivió apasionado­s romances. El magnate Jorge Pasquel, el torero Luis Miguel Dominguín y la directora del cabaret parisino Le Carroll’s, Suzanne Baulé, conocida como Frede, fueron algunas de las personas con las que se relacionó sentimenta­lmente.

En 1953 recibió la oferta para filmar en la Argentina, otra de las plazas americanas que, junto a México, gozaban de gran prestigio. Lo que la llevó a aceptar fue que, paralelame­nte, recibió la invitación de la entonces primera dama, Eva Perón. “Deseando conocerme, Evita me invitó especialme­nte a la Argentina, donde también hice una película. Al llegar, fui recibida con fiestas y honores”, relató.

En rigor, tomó el trasatlánt­ico Giulio Cesare hasta Río de Janeiro junto a otro de sus amantes, el noble italiano Francesco Aldobrandi­ni. Desde allí tomó un avión hacia Buenos Aires para protagoniz­ar La pasión desnuda junto a uno de los galanes vernáculos de la época, Carlos Thompson.

El flechazo fue instantáne­o. Comenzaron una relación y hasta llegaron a compromete­rse. Pero a los cuatro meses, la convocaron desde México para protagoniz­ar El rapto y ella aceptó. Desde su tierra le anunció a Thompson, casi en la misma fecha en la que estaba prevista la boda, que ya no quería seguir junto a él. Le dijo que la distancia la había ayudado a darse cuenta de que lo que los unía era una fuerte atracción física y no amor.

Durante su estadía en Buenos Aires, además de aquel amor trunco, cultivó otro vínculo que se convirtió en uno de los más importante­s de su vida. “Llegué a Buenos Aires a filmar una película y acabé viviendo varios años. Me encontré con una ciudad muy europea y muy culta, pero también encontré algo que atesoro y que me da mucho orgullo: en Buenos Aires encontré a la amiga. “Sí, fui amiga íntima de Eva Perón. Conocerla y relacionar­me con ella causó un gran impacto en mi vida. Conocerla fue una de las historias más bonitas que yo he tenido”, explicaba.

Su legado es enorme: filmó medio centenar de películas, ninguna de ellas en Hollywood. Y ella explicaba el por qué sin resentimie­nto y con cierto orgullo: “Me ofrecieron muchas veces hacer de indígena y eso nunca me interesó, para nada. Nunca me ofrecieron algo que a mí me motivara. ¿Para qué iba a aceptar, si yo tenía mi lugar en México, en la Argentina y en Europa? Allí hacía lo que quería”.

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Getty ImaGes La actriz vivió unos años en la Argentina y hasta estuvo a punto de casarse con el galán Carlos Thompson

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