LA NACION

Un “político reptiliano” con la capacidad intacta de sorprender

- Ricard González

Con su insólito anuncio de una posible dimisión, el presidente Pedro Sánchez ha logrado situar una vez más todos los focos sobre su figura. Algunos intelectua­les progresist­as se han lanzado a firmar cartas y manifiesto­s suplicándo­le que no abandone. Desde la derecha, desconfían de su sinceridad. En las últimas horas, toda España y muchos en Bruselas, sede de la Unión Europea (UE), buscan indicios para poder desentraña­r los planes de un político con una capacidad incombusti­ble de sorprender a los analistas y descolocar a sus adversario­s.

Sin duda, para bien o para mal, Sánchez es un político singular, pero, a la vez, hijo de una nueva era de resonancia­s globales. Iván Redondo, el que fuera durante muchos años su mano derecha, escribió el viernes un artículo en el que definía a Sánchez como “un político reptiliano”, es decir, muy hábil en los quiebres, en el avance a través de estratégic­os zigzagueos más que en línea recta.

Durante los últimos años, por sus giros inesperado­s, la política española se ha parecido más a una serie como House of Cards que al previsible devenir de una democracia maen con institucio­nes asentadas. El mejor ejemplo de ello fue la convocator­ia de los pasados comicios generales de julio, tan solo horas después de un varapalo electoral para el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), cuando el sentido común parecía sugerir hacer todo lo contrario.

Así pues, es difícil creer la versión oficial ofrecida por Sánchez a través de una carta a la ciudadanía: el único motivo sería el dolor de un “hombre profundame­nte enamorado de su mujer”. Lo que no significa que su explicació­n no tenga una parte de verdad. El reputado filósofo Daniel Innerarity reveló que hace un mes tuvo una larga conversaci­ón con Sánchez, al que vio “vulnerable y abatido”, y ya le habló de su preocupaci­ón por las acusacione­s vertidas contra su esposa, Begoña Gómez.

Esta imagen de un “hombre tocado” contrasta con la que ha proyectado de político frío, de acero, al que algunos han colgado el apodo de Terminator por su capacidad de resistir a las adversidad­es y vencerlas sin apenas pestañear. Para algunos, su actual trance sirve para humanizar al personaje. Otros lo interpreta­n como un gesto populista para ganarse la simpatía de la población a través de la victimizac­ión en un momento difícil para el gobierno, pues ha hecho mella la aprobación de la amnistía a los políticos y activistas catalanes.

En todo caso, incluso dando por buena la interpreta­ción del cronista Enric Juliana de que “no es solo amor”, no está claro si se queda o se va. Sánchez podría regatear hacia un lado o el otro. Por ejemplo, el acoso opositor a su esposa podría ser una buena excusa para abandonar una legislatur­a que se anticipa extremadam­ente tortuosa y postularse para algún alto cargo en Bruselas. El próximo 9 de junio serán las elecciones europeas, y después se renovarán cargos como el presidente de la Comisión, el Parlamento o el Consejo del bloque.

Conocidas son las ambiciones internacio­nales de Sánchez, cuyo contacto con la política se inició en Bruselas, y a quien la política exterior interesa tanto como aburría a su predecesor, Mariano Rajoy. Y prueba de ello es su reciente activismo exterior en defensa de la causa palestina, con una gira para recabar apoyos a su decisión de reconocer el Estado palestino. Además, Sánchez se labró una buena reputación entre sus colegas europeos, incluidos algunos adversario­s ideológico­s, como la premier italiana, Giorgia Meloni.

Ahora bien, su regate podría ser también hacia dentro. Consciente del mal momento que atraviesa el espacio a su izquierda, con Sumar y Podemos enzarzados en una lucha fratricida, podría convocar unas elecciones con una carga emotiva y la intención de fagocitar a la izdura quierda. De hecho, con tan solo el incremento de un puñado de escaños podría dejar de depender de su mayor piedra en el zapato, el Junts del expresiden­te catalán Carles Puigdemont.

Sánchez es un político salido de un nuevo molde por diversas razones, entre ellas, su ductilidad ideológica. Atrás quedan los tiempos de aquellos políticos de izquierda duchos en las teorías económicas marxistas. El presidente español ha exhibido todo tipo de pelajes. En su fase de ascenso, mientras el país vivía un doloroso ajuste macroeconó­mico, se apoyó en el sector más de izquierda del PSOE.

Luego, sentado ya en el mando de control, viró a la derecha con la esperanza de gobernar en coalición con Ciudadanos. Tras el portazo de su líder, Albert Rivera, pactó con Podemos y fraguó “el gobierno más progresist­a de la historia”. De la misma manera, el líder socialista estuvo en contra de la amnistía en Cataluña antes de defenderla con ahínco. Precisamen­te, eso es lo que más le critica la derecha, su falta de escrúpulos en la búsqueda del poder.

También es un político de una nueva era en otro sentido: por ser el centro de la crispación ambiental. La tendencia no es exclusivam­ente española, sino que es más bien rara la democracia que no está asolada por los vientos de la polarizaci­ón. En Estados Unidos, es evidente desde el advenimien­to de la presidenci­a de Donald Trump, pero también lo es en Brasil, Turquía, Alemania o la India.

Sánchez suscita una adhesión incondicio­nal entre sus correligio­narios, pero, sobre todo, un profundo odio entre sus adversario­s. En un país polarizado no hay una explicació­n única del porqué. En la derecha, lo atribuyen a su maquiaveli­smo. Desde el otro lado, acusan al Partido Popular de no aceptar sus derrotas y de pretender recuperar el poder a través de una estrategia de acoso y derribo sin líneas rojas.

La polarizaci­ón actual no se podría entender sin el papel de otros actores como el “sindicato” Manos Limpias, una asociación de extrema derecha especializ­ada en el lawfare, unos tribunales con ansias de intervenci­onismo político o los medios digitales que Sánchez define como la “fachosfera”. Son ellos los que difundiero­n las acusacione­s contra su esposa, algunas burdas, como la que aseguraba que había recibido subvencion­es públicas por un negocio basado en Cantabria. El problema era que se trataba de otra Begoña Gómez.

A ellos habrá que anotar el tanto de haber tumbado por primera vez a todo un presidente del gobierno si Sánchez terminara por tirar la toalla. La resolución del misterio será mañana en el último episodio. Al menos, de esta temporada.ß

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