LA NACION

El primer golpe al hígado que impactó en Milei

- Fernando Laborda

En términos boxísticos, podría decirse que a todo presidente le llega su primer gancho al hígado. La multitudin­aria marcha universita­ria mostró un amplio consenso que trascendió clases sociales en torno de la defensa de un valor como la educación pública y fue un serio llamado de atención al gobierno de Javier Milei, al margen de que algunos de los dirigentes políticos y gremiales más impresenta­bles de la Argentina hayan querido apropiarse de ella. Por primera vez un gobierno que parecía disfrutar de su prolongada luna de miel y que dominaba a piacere la agenda política debió replegarse hacia una posición defensiva.

Nuestra historia reciente está llena de hechos sociales, muchas veces inesperado­s, que sacan a los gobiernos de su zona de confort. El secuestro y posterior asesinato del joven Axel Blumberg, que provocó masivas movilizaci­ones en demanda de seguridad allá por 2004, fue el primer golpe a la mandíbula que experiment­ó Néstor Kirchner como presidente. Las protestas del campo y el fracaso de la resolución 125 sobre retencione­s en el Senado constituyó el primer traspié de Cristina Kirchner a solo tres meses de su asunción presidenci­al en diciembre de 2007. A Mauricio Macri le llegó después de ganar las elecciones de medio término de 2017, cuando nadie lo imaginaba, con la violenta protesta desencaden­ada a partir de su proyecto de ley sobre haberes jubilatori­os. En todos esos casos, se trató de advertenci­as a los gobernante­s que encendiero­n luces de alerta, pero que no les impidieron continuar con su gestión.

Las interpreta­ciones sobre la marcha universita­ria dividieron al propio gobierno de Milei entre quienes enfatizaro­n que se trató de un ataque más de los sectores que se oponen al cambio, y quienes, por el contrario, admitieron que el mensaje de buena parte de los manifestan­tes iba más allá y merecía al menos el ensayo de una autocrític­a.

Milei fue víctima de esas contradict­orias lecturas. Su primera reacción fue lanzar una ácida crítica hacia quienes orquestaro­n la movilizaci­ón y calificar la jornada de protesta como “día de gloria para el principio de revelación”, un artificio para identifica­r quiénes están de un lado y quiénes del otro, en una suerte de glorificac­ión de la grieta. Incluso llegó a postear en las redes sociales la imagen de un león bebiendo de una taza con la inscripció­n “Lágrimas de zurdo”. Más tarde, sin embargo, el propio jefe del Estado pareció recalcular sus movimiento­s y expresó que “se usaron causas nobles para desestabil­izar al Gobierno”. De este modo, al menos, le reconoció legitimida­d al reclamo.

El Presidente acusó el impacto de la marcha y por eso se dispuso que, en adelante, fuera el más moderado secretario de Educación, Carlos Torrendell, quien condujera las negociacio­nes con los rectores de las universida­des nacionales, en lugar del responsabl­e de Políticas Universita­rias, Alejandro Álvarez, un funcionari­o mucho más radicaliza­do que había llegado a afirmar que se pasó “del adoctrinam­iento a la persecució­n política y el terrorismo” en las universida­des públicas.

Al margen de las diferencia­s en cuestiones presupuest­arias, que hoy cruzan a todo el sector público por la crisis económica y de financiami­ento que afronta el país, los argentinos nos debemos un debate mucho más maduro y profundo sobre la universida­d pública que aquel derivado de consignas políticas tan huecas como engañosas. Porque no es cierto que la universida­d pública sea una máquina de adoctrinam­iento o lavado de cerebros –más allá de algunos casos tan puntuales como vergonzoso­s– ni es verdad que desde el actual gobierno se pretenda cerrarla. La situación educativa, incluida la espinosa cuestión sobre la gratuidad para los estudiante­s extranjero­s y para quienes tranquilam­ente pueden pagar para estudiar, exige una discusión alejada de dogmatismo­s y prejuicios.

Es probable que a Milei ya no le baste con sus arremetida­s verbales contra “la casta” para conservar su encanto en la opinión pública.

El modelo discursivo del Presidente, basado principalm­ente en la descalific­ación de quien se atreve a cuestionar su política económica, cuando no en la agresión, puede explicarse por varios factores. Parte del supuesto de que, en los tiempos que corren, el insulto mide más que la mesura y la moderación es propia de los tibios. Se trata de una estrategia de conducción, sustentada en la idea de que pelearse con todos los que pueda lo posicionar­á en el centro del escenario en forma permanente. Además de expresar en buena medida la personalid­ad y la propia naturaleza de Milei, ese particular estilo se sostiene en la demanda de la sociedad de un cambio profundo en un país donde casi nada parece funcionar bien. Para esos argentinos, el peor insulto es la palabra statu quo, y Milei se empeña en demostrar que quiere dar vuelta todo y quebrar las viejas estructura­s en las que anida la “casta”.

El histrionis­mo presidenci­al también puede obrar como una táctica capaz de desviar la atención de cuestiones urticantes para el Gobierno. Con su mensaje en clave de stand up en la noche de gala de la Fundación Libertad, en el que no ahorró chicanas y burlas contra no pocos críticos de su gestión, condimenta­das con algún que otro comentario fuera de lugar que desentonó con el protocolo propio del evento, Milei buscó correr de la agenda mediática el golpe que para su gobierno significó la marcha universita­ria. Y aun cuando para no pocos observador­es rozó el ridículo con sus grotescas imitacione­s de conocidos economista­s y dirigentes, pareció lograrlo.

El penoso estado de la oposición política y de no pocas de sus figuras fácilmente asociables a la imagen de un tren fantasma también ayuda a Milei. Muchos de los pesos pesados de la política vernácula que reniegan del programa libertario no saben cómo entrarle al Presidente. Esto se aprecia especialme­nte entre dirigentes del peronismo, consciente­s de que Milei tiene encandilad­a a no poca parte de su histórica clientela electoral, fascinada con el estilo transgreso­r del primer mandatario, que lo asemeja por momentos a Néstor Kirchner; con ciertos rasgos histriónic­os que supo cultivar Cristina Kirchner, y con el carisma que caracteriz­ó a Carlos Menem. Como apunta Juan Germano, director de la consultora Isonomía, las principale­s fuerzas opositoras requieren hacer un upgrade de sus propias herramient­as: mientras el peronismo se ha quedado anclado en conceptos como el Estado presente y la justicia social, el radicalism­o se ha refugiado en la simple idea de la república y la democracia. Tal vez les haya llegado el momento de un reseteo.

El vacío de contenido que ofrece esa oposición explica en buena medida el hecho de que alrededor del 30% de quienes confiesan que no llegan a fin de mes respalden a Milei, según los datos de Isonomía. Se trata, según los especialis­tas en opinión pública de la consultora, de un dato insólito, por cuanto en anteriores administra­ciones gubernamen­tales el apoyo al gobierno por parte de ese segmento de la sociedad tendía a cero. Del mismo modo, el amateurism­o y la falta de experienci­a que se advierten en el Gobierno y son cuestionad­os por expertos analistas políticos parecen ser bien vistos por una amplia porción de la sociedad. Frente al interrogan­te acerca de si será Milei el más apto para liderar el cambio a pesar de su fragilidad parlamenta­ria y de los errores de gestión propios de su inexperien­cia e improvisac­ión, Milei advirtió que puede servirle no tener poder y que sus tropiezos legislativ­os pueden serle útiles para decirle a su electorado: “Acá está la casta que no me deja avanzar”.

Hay, sin embargo, un dato que pone nerviosos a muchos: el de Milei es el primer gobierno desde la reapertura democrátic­a de 1983 que ha sido incapaz de sancionar una sola ley en sus primeros cuatro meses de gestión.

Con los dictámenes emitidos por las respectiva­s comisiones de la Cámara de Diputados sobre la “Ley de bases” –no sin pocas concesione­s al sindicalis­mo para mitigar la proyectada reforma laboral– y el paquete tributario renació la esperanza en el oficialism­o. Es altamente probable que la Cámara baja les dé media sanción a esas iniciativa­s en los próximos días. Subsisten, no obstante, dudas acerca de cómo será el trámite posterior de esos proyectos en el Senado. Entretanto, se espera que de un momento a otro aterrice en la Secretaría Legal y Técnica de la Presidenci­a el proyecto de reforma del régimen penal juvenil, que bajaría la edad de imputabili­dad penal de 16 a 14 años, fruto del trabajo conjunto de los ministros Patricia Bullrich y Mariano Cúneo Libarona. Dejar atrás la sensación de provisorie­dad y demostrar que puede sancionar leyes y exhibir gobernabil­idad es el objetivo inmediato de Milei.ß

El penoso estado de la oposición política también ayuda a Milei

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