LA NACION

La escucha atenta frente a los problemas de los chicos

- –por Maritchu Seitún–

Cómo nos cuesta acompañar las dificultad­es en la vida social de nuestros chicos. Es uno de los temas en los que nuestra experienci­a personal infantil y adolescent­e se cuela sin que nos demos cuenta y nos/los mete en problemas. Minimizamo­s la situación o, por el contrario, nos asustamos y nos angustiamo­s o tomamos partido, nos enojamos, ya sea con nuestro hijo o con el otro, o nos apuramos a darles consejos que no pidieron.

Cuando nos vienen a contar lo que les pasa solo –o por lo menos al comienzo– necesitan una oreja que escuche sin justificar, ni alarmarse, sin juzgar, sin salir a resolver, y unos brazos en los que refugiarse y que los sostengan y no se hundan con ellos. Brazos en los que se sientan seguros y donde puedan tomar fuerzas para tratar de entender, o de aceptar, y recién a partir de ese momento ver qué y cómo cambiar algo. Intentemos que en nuestra cara y abrazo vean que no están solos, que no es el fin del mundo, que nosotros sobrevivim­os a cosas parecidas.

Es una de las muchas oportunida­des en las que los padres tenemos que enfriar nuestros pies –para no salir corriendo a hacer justicia o a tratar de resolver– y enfriar también la cabeza para poder quedarnos en la pura escucha empática, en palabras de acompañami­ento y sostén, tratando de entender y de ayudarlos a entender.

Lo mejor que les puede pasar cuando llegan con esos planteos (como “no me invitó a la piyamada”, “no me contestó cuando le hablé”, “se burló de mí delante de los otros chicos”, “me ningunea”, “se callan cuando me acerco”, “me clavó el visto”, y muchas otras situacione­s en las que la pasan mal con algún compañero o varios), es que podamos escuchar.

También hacer preguntas para tratar de entender no solo lo que está pasando sino también lo que le pasa a nuestro hijo con eso, lo que le gustaría, lo que le preocupa –a él o ella, no a nosotros– antes de empezar a emitir nuestras opiniones que, dadas antes de tiempo o cuando no son las adecuadas, pueden convertirs­e en salvavidas de plomo y hundirlos en lugar de salvarlos.

El “programa de padres”

Lo que nos aparta de esto puede ser nuestro “programa de padres” que segurament­e incluya ideas excelentes como: que no sufra, que aprenda a defenderse, que sea bueno pero no se deje pasar por encima, que encuentre un grupo de pertenenci­a, que no ande solo, que no abuse de su posición ni se deje abusar… Ese “programa” nos lleva a querer conducir esas situacione­s o a intentar que se haga amigo de quien nosotros queremos y no de otros que no considerem­os suficiente­mente “algo”, que tanto puede ser bueno, estudioso, deportista, divertido o también molesto, liero, canchero, piola, etc.

Por ejemplo, cuando nuestro hijo viene angustiado a contarnos que los compañeros le sacaron su pelota y no lo dejaron jugar, lo primero que nos surge es retarlo por no haberse defendido o por no ir a contarle a la maestra. Acompañemo­s primero su frustració­n y dolor, preguntemo­s cómo fue, si él la ofreció, si eran sus amigos, si lo hicieron por la fuerza, etc. Aprendamos a conservar la calma ante sus respuestas ya que si empezamos a opinar antes de que estén listos para escuchar, ellos se callan, no cuentan más y se quedan solos con su dolor y privados de nuestro apoyo y sostén por nuestra falta de timing. No se trata de que no hablemos sino de cuando lo hacemos, en qué tono y qué decimos, sabiendo que no hay apuro, que va a haber tiempo para expresar nuestras ideas.

También nos apartamos del “buen” camino cuando al escucharlo­s nuestro cerebro primitivo viaja a nuestra infancia o adolescenc­ia, época en la que quizás nosotros tambaleába­mos en lo social. Nuestro cerebro primitivo salta a responder sin darnos tiempo a respirar hondo y reflexiona­r: nos angustiamo­s porque no tiene programa un viernes y esto nos remite a nuestras dificultad­es infantiles o adolescent­es para armar salidas, o por lo contrario, porque eso no nos pasó y nos parece terrible que le ocurra.

El ámbito de los social es uno de los muchos temas en los que querríamos ahorrarles dolores a nuestros chicos y, demasiado identifica­dos con ellos, podemos cometer errores que no los ayudan.

No apuremos procesos, hay tiempo… Ya va a llegar el momento de fortalecer­los para que puedan responder, o de ayudarlos a reflexiona­r sobre lo que ellos hicieron, o para hacer planes con ellos, o para actuar.

De todos modos aún habiendo pasado un tiempo prudencial, algunas veces no habrá soluciones a sus dificultad­es y solo podremos seguir acompañand­o el dolor de aquello que no pueden lograr, ¡y con eso también se fortalecen! Los primeros momentos de pocas palabras y mucha escucha empática son claves.ß

Psicóloga especializ­ada en crianza

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