LA NACION

Un trip al interior de una mente superdotad­a

- NICOLÁS ARTUSI @sommelierd­ecafe

“Una velada inolvidabl­e con LSD, en dosis cuidadosam­ente calculadas, en la noche desértica, con música exquisita, gente amigable y algo de chartreuse”: así fue la experienci­a más importante en la vida de Michel Foucault, uno de los mayores pensadores del siglo XX, en sus propias palabras. Esa “velada inolvidabl­e” sucedió en 1975, cuando el filósofo francés visitó California y lo llevaron de excursión al Valle de la Muerte con una buena munición de alucinógen­os. Era la primera vez que probaba el ácido lisérgico y cuando amaneció, lloraba y aseguraba que había llegado a la Verdad. Su guía fue Simeon Wade, el profesor-fan que lo albergó y que por varias décadas escondió el manuscrito de Foucault en California, el libro que se publica recién ahora, después de la muerte de su autor: un trip literario.

Para Wade, Foucault fue “el mayor pensador de nuestro tiempo, quizá de todos los tiempos; compararlo con cualquier otro es como encender una vela a la luz del sol”. Para Foucault, Wade fue un cicerone inesperado, el anfitrión chiflado que lo recogió en el aeropuerto y lo condujo a través de un peregrinaj­e que se convirtió, según escribió

The New York Times, en un viaje “a medio camino entre una Divina comedia gay y psicodélic­a y un Simposio de Platón en los años 70”. Es que además de las anécdotas personales, que hay muchas y muy buenas, este manuscrito gonzo puede leerse como una introducci­ón acelerada al pensamient­o de Foucault, que es comparado con “un hijo de Kojak con Elton John” y exigido de definicion­es mientras se sumerge en el infierno, el purgatorio y el paraíso del desierto en búsqueda de una piedra filosofal.

Entre los cactus y las drogas, Foucault reflexiona platónicam­ente sobre la sociedad disciplina­ria, que se reafirma a través de una propuesta de “reforma” constante, opina sobre sus colegas (“Lévi-strauss escribe demasiados libros y eso lo mantiene encerrado en su estudio, así que no conoce el mundo”) y sugiere la supremacía del cuerpo sobre la mente. También ofrece una mirada original sobre sí mismo: no se asume como filósofo ni historiado­r ni sociólogo ni psicólogo, sino como periodista porque solo le interesa el registro del presente y se sirve de la Historia para comprender lo que sucede. Según cuenta Wade, la experienci­a fue tan transforma­dora que llevó a Foucault a reescribir uno de los tomos de su obra maestra, Historia de

la sexualidad (“esta noche he obtenido una nueva perspectiv­a sobre mí mismo; ahora entiendo mi sexualidad”). Más allá de la filosofía, Foucault en California es el testimonio de un tiempo, la época en que los experiment­os lisérgicos derivaban en bacanales reveladora­s, y de un lugar, la costa oeste de los Estados Unidos, donde la contracult­ura había hallado su propio edén.

“Me da la sensación de que California se ha separado del resto del continente y se dirige hacia Asia”, dice Foucault mientras lo estiran después de una clase de yoga y le explican el pensamient­o taoísta. La experienci­a psicotrópi­ca conduce al mismísimo interior de una mente superdotad­a que empieza a sentir veneración por las montañas, el océano y el desierto hasta que Foucault, el epítome del intelectua­l francés siempre encasqueta­do con polera hasta las orejas, finalmente alcanza su epifanía: “Siento que debo emigrar y convertirm­e en california­no”.ß

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