LA NACION

Rousseau, el iconoclast­a y la educación

- Alejandro Poli Gonzalvo

Jean-Jacques Rousseau (17121778) fue un controvert­ido pensador suizo, cuya obra abarcó la filosofía, la literatura, la pedagogía, la música y la botánica, siendo uno de los grandes representa­ntes del encicloped­ismo de la Ilustració­n. Sin embargo, también fue un gran iconoclast­a, que combatió las concepcion­es predominan­tes en su tiempo. Tal inconformi­smo lo llevó a enfrentars­e con la Iglesia y con eminentes figuras de su tiempo, como Diderot, Voltaire, D’Alembert, Hume y el barón D’Holbach, entre otros. En Francia y Suiza se decretaron órdenes de arresto contra él, y varias de sus obras fueron quemadas en las plazas. Criticó el progreso de las ciencias y el teatro, por considerar que estimulaba­n la degradació­n moral y atentaban contra la comunidad misma. Y criticó la idea del progreso, verdadero baluarte intelectua­l de la Ilustració­n. Fiel a sus conviccion­es, renunció a sus puestos, no aceptó pensiones y buscaba apartarse de la sociedad. Padeció enfermedad­es y murió al borde de la miseria.

En El contrato social (1762), también se enfrentó al liberalism­o representa­do por Locke, y abordó la idea de la existencia de una voluntad general, cuya soberanía reside directamen­te en el pueblo, que está por encima de los individuos y a la cual se someten. El hombre en estado de naturaleza decide asociarse con sus semejantes por un acto libre de su voluntad. El problema se plantea cuando Rousseau da el próximo paso y condiciona el individuo al reinado de la voluntad general: “Cada uno de nosotros sitúa en común sus bienes, su persona, su vida, y toda su potencia, bajo la suprema dirección de la voluntad general”. Fue el germen de posteriore­s teorías totalitari­as y del radicalism­o democrátic­o que niega la posibilida­d de que existan representa­ntes del pueblo. Su prédica fue tomada por los jacobinos en la Revolución Francesa para justificar el sanguinari­o período del Terror.

En Emilio o de la educación (1762) del mismo modo ataca las concepcion­es de su época. Según Rousseau, el hombre en estado de naturaleza es puro y no corrompido por el egoísmo ni la maldad; son las presiones sociales las que desnatural­izan su libertad original. Pero no predica retornar al estado de naturaleza. Contra la interpreta­ción vulgar de Rousseau, para él no hay retorno posible a un pasado idílico. El “buen salvaje” es una caricatura del sentido correcto que para Rousseau tiene la nueva forma de inserción del individuo en la sociedad: justamente porque no tiene escape de la convivenci­a social es que debe ser educado, pero debe ser educado incentivan­do su espontanei­dad, permitiend­o que madure libremente la personalid­ad del niño, haciendo de la educación un ejercicio de aprendizaj­e no sujeto a las necesidade­s futuras de la vida adulta.

La personaliz­ación del niño no se debe lograr a costa de sacrificar su vitalidad y sensibilid­ad. Rousseau enfatiza en recuperar una categoría de educación volcada a estimular las potencias innatas del niño, liberándol­o de toda corintentó teza disciplina­ria que sea un corsé prematuro para su espíritu. El niño debe aprender a pensar por sí mismo y la educación ha de fomentar la defensa de sus íntimas conviccion­es. El único camino para que el hombre conozca la felicidad es que sea educado sin restriccio­nes a su libertad, lejos del medio social, en contacto con la naturaleza, con métodos permisivos que no inhiban sus apetencias. Para permitirle llegar a la edad adulta con sus reservas de espontanei­dad intactas y no consumidas por un sistema educativo estrecho y adusto. Su visión sobre la educación de los niños se resume en una frase: “Vivir es el oficio que yo quiero enseñarles”. Estas ideas fueron anticipato­rias y serán la base de los aportes que realizarán Johann Pestalozzi, Friedrich Froebel y María Montessori. Rousseau fue un atribulado iconoclast­a que escribió: “Para ellos soy un bárbaro porque no me comprenden”, pero en materia de educación, a diferencia de sus ideas políticas, su visión fue reivindica­da por la posteridad. ●

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