LA NACION

Vidrios rotos y cubiertas pinchadas, el costo de no adherir a la huelga

Doce socios de perfil bajo controlan DOTA, la firma fundada por inmigrante­s

- Francisco Olivera

Todas las mañanas, antes de las 8, José Faija, un italiano que nació hace más de 70 años en Avellino, y Luis Rodríguez, de más 80, se sientan en sus despachos de Echauri 1567, Pompeya, para conducir los hilos de ese imperio de asientos y carrocería­s llamado DOTA SA, empresa que ayer, por no haber adherido al paro, tuvo 35 colectivos con vidrios rotos y otros 15 con cubiertas pinchadas.

Faija y Rodríguez fueron hace décadas choferes, el nombre que este sector prefiere al sustantivo más coloquial de “colectiver­o”. Una dialéctica similar a la de encargado o portero, pero sobre ruedas. Faija preside la compañía, pero es, con Rodríguez, solo un socio más de los 12 de perfil bajísimo, la mayoría de origen italiano, que componen el paquete accionario de la firma Doscientos Ocho Transporte Automotor (DOTA). “Son lo más parecido que hay a un empresario de la obra pública”, define alguien que tuvo que discutir con ellos alguna vez.

La decisión de no plegarse al paro partió de la rama más combativa de la Unión Tranviario­s Automotor (UTA), la que conduce Miguel Bustinduy, que representa a la mayoría de los 12.000 trabajador­es de DOTA. Bustinduy está enfrentado en el sindicato a Roberto Fernández, secretario general y quien decidió adherir al paro de la CGT. Por eso, en la noche del miércoles, durante una reunión con Franco Mogetta, secretario de Transporte, y funcionari­os del Ministerio de Seguridad, representa­ntes de la empresa prefiriero­n sincerarse sobre el conflicto: “Así como cuando Bustinduy para no tenemos la culpa, ahora, tampoco el mérito”, dijeron. El Gobierno reforzó las salidas de las terminales de la empresa con la Prefectura, la Gendarmerí­a y la Policía Federal. Fue una custodia estratégic­a: en el análisis del éxito o el fracaso del paro sería fundamenta­l darles circulació­n y visibilida­d a los 4000 colectivos de DOTA, que representa­n más del 20% de los 18.000 que tiene el área metropolit­ana.

Y así salieron las unidades, en plena protesta, levantando pasajeros pese a las agresiones de este sindicalis­mo nuevamente combativo. Para DOTA, representa la oportunida­d de anotarse un punto con una administra­ción de la que espera le permita recomponer cuentas que no cierran. Hoy el subsidio representa el 83% de los ingresos, pero casi siempre se demora y hay que encarar la paritaria.

A DOTA el esquema de subsidios le sirvió para crecer. Las 12 familias solo habían tenido la línea 28, que va de Retiro a Puente La Noria y que el año próximo cumplirá 75 años. Así funcionaro­n durante décadas, con la propiedad de dos o tres colectivos (“internos”) por accionista, hasta que, en 1994, decidieron unirse en una sociedad anónima para controlar toda la empresa.

DOTA dio un salto en 2010, cuando compró Monsa, empresa de la línea 60, y otras tantas que le permitiero­n después cruzar la General Paz: la 9, la 51, la 57, la 100, la 168, la 115, la 134. Esos recorridos terminaron de convertirl­a en líder del sector y, desde hace tiempo, un actor de la vida pública cuya gravitació­n ya excede el traslado de pasajeros.

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