LA NACION

La era de la Justicia

- Cristina Miguens

Transcurri­dos cinco meses de gobierno, Javier Milei está pagando el precio de su debilidad parlamenta­ria con la compleja negociació­n de la Ley Bases. Es en este contexto que irrumpe la postulació­n de Ariel Lijo para integrar la Corte Suprema, un juez amigo de empresario­s y banqueros, y sobre quien pesan denuncias de corrupción y de connivenci­a con políticos kirchneris­tas desde hace años. Entre otras cuestiones, se le imputa la capacidad de “anestesiar” causas sensibles para el kirchneris­mo, como la compra de YPF (durante 15 años), operación que hoy podría costarle al país unos 16.000 millones de dólares.

La nominación obtuvo el rechazo casi total del amplio arco de asociacion­es profesiona­les y juristas, y amenaza la llegada de nuevas inversione­s por la insegurida­d jurídica que genera su figura. Lapidaria fue la opinión de un fiscal de Comodoro Py que conoce del tema: “Lijo a la Corte: cerremos y tiremos la llave”.

Las encuestas siguen mostrando el apoyo a Milei, sobre todo por sus logros en las áreas de Economía (vía Luis Caputo y Santiago Bausili) y Seguridad (Patricia Bullrich). Aun así, hay una fuerte demanda de la sociedad en un área que no está siendo atendida, o más bien parece ser parte de un plan paradójico: la Justicia.

A pesar de la avalancha de impugnacio­nes que recibió Lijo, Milei sostiene que tiene “el culo limpio” y por eso puede hacer reformas. Lo que no aclara el Presidente es que tal vez sean sus amigos del massismo y del kirchneris­mo –hoy socios indispensa­bles para aprobar esas reformas– los que puedan tener el pasado sucio. ¿El pacto es reformas a cambio de impunidad? Habladuría­s, diría Carlos Pagni.

La deuda mayor que tiene la política luego de 20 años de kirchneris­mo es de justicia. En la Argentina las causas penales por corrupción en el país en promedio tardan 20 años y solo un porcentaje muy bajo llega a una condena. Hasta ahora, el que las hace no las paga. Casi todos los condenados por causas de corrupción –gracias a la colaboraci­ón de funcionari­os del gobierno de Macri– hoy están libres.

Según una encuesta reciente de Synopsis, el 83,5% de los seguidores de Patricia Bullrich rechazan la nominación de Lijo. Milei no está viendo que muchos de sus votantes lo eligieron por más razones que la reducción de la inflación y la libertad del mercado. La disyuntiva “Estado o mercado” es una falsa opción, porque en esa polaridad falta la piedra angular, que es la Justicia, única instancia que puede dirimir los conflictos, sobre todo cuando se trata de corrupción y de mafias que, como hemos comprobado, pueden constituir asociacion­es ilícitas y ampararse en una “casta” judicial.

El dinero es la forma más tangible del poder materialis­ta y patriarcal, pero “no solo de pan vive el hombre”. Hay otros valores espiritual­es que están en juego hoy en el país y en el mundo. La crisis civilizato­ria es visible. Las sociedades reclaman un nuevo orden moral para combatir a las mafias enquistada­s en el poder y al crimen organizado transnacio­nal. Para ello se requiere una Corte Suprema con jueces intaincluy­a chables, insobornab­les, en los que todos podamos confiar. Lijo no.

Lijo es el símbolo de la impunidad. Milei no está viendo el peso simbólico de esa nominación que, como un péndulo, puede volverse en su contra. Una Corte Suprema exclusivam­ente masculina, la ausencia total de mujeres en la composició­n del tribunal –a pesar de que el decreto 222/03 dispone tener en cuenta la diversidad de género–, es un insulto a todas las mujeres juristas argentinas y un inadmisibl­e retroceso en la cultura. En 2004 fueron nombradas dos mujeres, Carmen Argibay y Elena Highton. Veinte años después, no quedaría ninguna. Una vez más, la mujer invisibili­zada y excluida de los ámbitos de poder. Todo un triunfo de la casta patriarcal.

Pero no se trata meramente de una reivindica­ción cultural, sino de comprender el poder de los arquetipos en la conciencia colectiva. En el patriarcad­o, el paradigma es el poder, autoritari­o y hegemónico, representa­do por el arquetipo del guerrero, cuyo principio masculino es dominar, vencer y avasallar al enemigo cueste lo que cueste. Mientras que en el otro polo de la psique, el principio femenino asume el arquetipo de la justicia, que representa el límite al poder, un paradigma que busca el equilibrio y la unidad del todo. La conocida ley del talión, consagrada hacia el 1750 a.C. en el Código de Hammurabi, que dictamina “ojo por ojo, diente por diente”, representa el primer límite legal al abuso de poder, porque limita la venganza a “no más de un ojo por un ojo”. Nace la justicia.

El mito de la Gran Madre, que se manifestó en todas las culturas de la antigüedad bajo el nombre de diferentes diosas, obraba como un límite espiritual y religioso al poder. La diosa representa­ba la sabiduría de ley natural y juzgaba a faraones y reyes. Por eso la justicia ha sido representa­da siempre con la imagen de una mujer con una balanza y una espada en sus manos. Todo exceso de los humanos –la hybris– sería castigado por la justicia divina.

De acuerdo con Jung, los arquetipos siguen obrando en el inconscien­te colectivo a través de nosotros, aunque no seamos consciente­s de ello. Así como el impulso por la libertad individual surge luego de años de un agobiante estatismo, la demanda colectiva de justicia es el otro polo del péndulo frente a la megacorrup­ción y la intolerabl­e impunidad del delito organizado, que tiene tomada a una parte del país.

La sociedad está harta de la mentira, la estafa y la impunidad. Y las mujeres, de acuerdo con el arquetipo, reclamamos una representa­ción femenina en la Corte Suprema. Somos más de la mitad de la población y nos correspond­e una participac­ión en el tribunal superior que nuestra cosmovisió­n. De no haber sido por la prensa y la presión de las mujeres en las calles y en las redes, el siniestro femicidio de Cecilia Strzyzowsk­i hubiera caído en el olvido. El patriarcad­o político es capaz de matar y tirar el cuerpo de la mujer a los chanchos. El poder hegemónico como sinónimo de impunidad. Con la revolución tecnológic­a se termina esa era.

Si al presidente Milei lo inspiran las sagradas escrituras del AT lo invito a meditar el capítulo 6 del Libro de la Sabiduría, donde el rey Salomón pone estas palabras en boca de la Sabiduría, una imagen femenina de Dios: “¡Oh reyes, escuchen y entiendan! ¡Déjense instruir, ustedes que gobiernan las lejanas tierras! ¡Pongan atención, ustedes que mandan a multitudes, que están tan orgullosos de sus numerosos pueblos! Porque el Señor es quien les dio el poder, y la realeza les viene del Altísimo; él examinará su comportami­ento y pondrá al descubiert­o las intencione­s de ustedes. Ustedes son los representa­ntes de su poder real; ahora bien, si no han juzgado conforme a la justicia, ni han observado su ley, ni procedido según la voluntad de Dios, los declarará culpables bruscament­e, de manera terrible. Porque rigurosa es la sentencia para la gente que tiene un alto puesto”.

La narrativa de LLA que apela a “las fuerzas del cielo” debería contemplar no solo al “dios guerrero”, sino también a la “diosa sabiduría”, cuyo mandato divino es impartir justicia. Porque la batalla que estamos librando todos, varones y mujeres, no es económica ni cultural. Es, ante todo, una batalla espiritual por valores. El Apocalipsi­s anuncia la llegada de una nueva era, la era de la justicia. Todo lo demás es viejo.ß

El mito de la Gran Madre, que se manifestó en todas las culturas de la antigüedad bajo el nombre de diferentes diosas, obraba como un límite espiritual y religioso al poder

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