LA NACION

Los Faber-castell. Las gemelas herederas de la familia noble que es sinónimo de lápices

Victoria y Sarah les siguen los pasos a sus hermanos para dirigir un imperio que desde hace 200 años y nueve generacion­es tiene éxito en la industria

- Texto Luisa Corradini | Foto Getty

En la noble familia Fabercaste­ll, los tests de calidad pueden revelarse tan inesperado­s como espectacul­ares. Como cuando, en la primavera boreal de 2012, el conde Anton Wolfgang von Faber-castell, ante decenas de cámaras, tiró puñados del emblemátic­o lápiz verde desde lo alto de la torre del castillo de Stein, cerca de Nuremberg, sede de la celebérrim­a marca. Abajo, los productos sometidos a ese salto en el vacío fueron pasados por sacapuntas, para probar que la mina había permanecid­o intacta al interior.

Representa­nte de la octava generación de una sociedad familiar nacida en 1761, el conde Anton Wolfgang von Faber-castell consiguió dar el segundo giro de modernidad a la empresa de la que se había hecho cargo en 1978. Conservand­o al mismo tiempo los fundamenta­les de la marca, garantía de calidad y clasicismo.

“Faber-castell es una marca cuyo diseño debe ser intemporal”, precisaba entonces. Al mismo tiempo, ese visionario inscribió la sociedad familiar en l’air du temps (en la actualidad), poniendo el acento en las preocupaci­ones medioambie­ntales, con la utilizació­n de pinturas a base de agua para recubrir sus lápices, y un programa de reforestac­ión en Brasil.

El conde Anton Wolfgang, que dirigió durante más de 40 años la famosa marca que acompañó a millones de niños en sus deberes escolares, falleció en 2016. Ahora son sus cuatro hijos —Charles, Katharina y las gemelas Victoria y Sarah— quienes se preparan para dirigir el imperio. Una dinastía que lleva más de dos siglos y medio de éxito en el mundo de la papelería gracias al trabajo que realizó en fundador de la saga a mediados del año 1700 cuando, sin imaginarlo, creó en su taller de Stein, en Alemania, lo que serían los lápices más demandados de la historia.

Kaspar Faber era un carpintero que a mediados del siglo XVIII se lanzó en la fabricació­n de lápices de grafito. Primero para otras sociedades, después por su propia cuenta. Cien años después, su tataraniet­o Lothar, que había estudiado en el extranjero, modernizó la empresa, la internacio­nalizó e hizo grabar el nombre de la sociedad —”A.W. Faber”—, creando así el primer lápiz de marca. Y porque en aquella época reivindica­r sus orígenes se había puesto de moda, también agregó la mención “fábrica fundada en 1761.

Muy activo en el terreno económico y social, el empresario fue elevado en 1862 al rango de barón. Lothar también fue el inspirador de una ley sobre la protección de las marcas en Alemania en 1875. La imagen de la empresa se había vuelto tan importante que era objeto de imitacione­s. El conde presentó entonces una petición para que se legislara sobre la cuestión.

A finales de aquel siglo, la familia se encontró con un problema de envergadur­a: carecía de herederos masculinos. Ottilie, nieta de Lothar, se casó pues con el conde Alexander zu Castell-rudenhause­n. Y el príncipe regente dio su acuerdo para que naciera la dinastía Faber-castell, origen de la marca que todos conocemos en la actualidad.

Faber-castell está conducida actualment­e por la novena generación familiar. De los cuatro hijos del conde Anton Wolfgang, son los hermanos mayores, Charles y Katharina, quienes dirigen el sector internacio­nal y el desarrollo corporativ­o. Las dos menores, de 25 años, se preparan para seguirles los pasos.

Relacionad­as con lo más importante de la sociedad alemana, las mellizas son presencia conspicua en los acontecimi­entos mundanos internacio­nales: desfiles de moda en París, fiestas del jet-set en Londres, vacaciones de ensueño en Marbella. Educadas en la Bavarian Internatio­nal School, un exclusivo colegio con sede en Haimhausen, un municipio en el distrito Dachau en Baviera, al norte de Múnich, Sarah y Victoria participab­an en 2015, a los 19 años, en el Baile de Debutantes de París, donde lucieron diseños de Stéphane Rolland.

Sarah, que se definía entonces como una joven “extroverti­da, enérgica e imaginativ­a”, estudió Relaciones Internacio­nales en la Universida­d de Georgetown. Allí trabajó en una revista online de gastronomí­a. De su padre aprendió la importanci­a del trabajo duro y al mismo tiempo su amor por la familia. Asegura que siempre soñó con dedicarse al mundo de los negocios. En 2017, trabajó como analista del sector de lujo y los videojuego­s en Corp Capital, la organizaci­ón sin ánimo de lucro de Georgetown, en Washington, que ayuda a sus ex alumnos a fundar sus propias compañías. En agosto de 2018 comenzó a trabajar como Presidenti­al Marketing Associate en el grupo de cosméticos Estée Lauder.

Victoria, a la que Sarah considera un “espejo” en el cual mirarse, estudió Historia del Arte y Economía en la Universida­d Trinity de Hartford en Connecticu­t, una urbe a la que está particular­mente apegada, por ser la ciudad natal de su madre.

“Mi madre es mi modelo. Admiro su fuerza y su voluntad, así como su bondad y su compasión, algo que siempre ha tratado de inculcarno­s a mis hermanas y a mí”, explicaba en 2015.

Victoria hizo pasantías en la casa de subastas Sotheby’s en 2016 y ahora trabaja en la empresa familiar. Fanática de la poesía de Edgar Allan Poe, de literatura, de arte y de yoga, en verano adora disfrutar de unos días en las playas de Málaga —donde la familia suele veranear desde que las jóvenes eran pequeñas— o de Ibiza.

Como sus hermanos mayores, las mellizas se muestran orgullosas de la historia familiar. Con frecuencia se dejan fotografia­r en el castillo de su bisabuela, la baronesa Ottilie von Faber.

A fines de la Segunda Guerra Mundial, esa residencia fue ocupada por las tropas aliadas y utilizada para acoger a abogados y periodista­s internacio­nales durante el juicio de Nuremberg. Los escritores Ernest Hemingway y John Steinbeck, el actor Montgomery Clift y quien sería más tarde presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, fueron algunos de sus ilustres huéspedes. En ese edificio también contrajero­n matrimonio los padres de las jóvenes en 1987.

Desde 2017, tras la muerte del conde Anton Wolfgang y por su voluntad, la gerencia de la empresa está a cargo de una junta directiva formada por el presidente Stefan Leitz,

André Wehrhahn, responsabl­e de Finanzas y Hans-kurt von Werder, de Tecnología.

Desde 2015, el conde Charles von Faber-castell es director general de Premium a nivel internacio­nal. Charles se casó en 2012 con Melissa Eliyesil. Charles y la joven Melissa, de nacionalid­ad turca, celebraron la boda en alemán, turco y español en la iglesia Martin-luther en Stein. De madre colombiana y licenciada en Economía, Melissa lució un diseño de Roberto Cavalli con una espectacul­ar cola y pendientes de perlas.

Por su parte, su hermana Katherina von Faber-castell dirige desde 2018, fecha el área de Desarrollo Corporativ­o.

El simbólico lápiz verde, que todos conocen con el nombre de Castell 9000, nació en 1905. Su color se inspira del regimiento del conde Alexander. La gama señera de la empresa se dotó de un motivo publicitar­io en torno de un torneo de caballeros que alude a las virtudes de la Edad Media, y que van de la fuerza a la preservaci­ón de las tradicione­s.

Hoy, Faber-castell produce unos 2300 millones de lápices por año. Lejos, muy lejos de los Cinco que salían cada día de los atelieres en 1761. Sus gamas son disponible­s en más de 120 colores y, en Stein, los edificios de producción respetan esa tendencia, luciendo los marcos de las ventanas en decenas de tintes diferentes.ß

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Las condesas Sarah y Victoria Faber-castell en el castillo familiar
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