LA NACION

El legado de ABBA, desde las entrañas del teatro porteño

musicales. Dos obras, Mamma mia! y Waterloo, celebran el pop de la banda sueca

- José Totah

Es un jueves plomizo de mayo y, sobre uno de los bordes de la Plaza Libertad, casi pegada a la avenida 9 de Julio, una fila de gente espera recibir las viandas de una entidad benéfica. Un par de oficinista­s cruza la explanada mirando la escena sin emoción, otros le dan la vuelta al perro y alguien se fuma el último cigarrillo de la tarde apoyado contra el Monumento a Alsina. Nadie podría sospechar que, en el Teatro Coliseo, majestuoso sobre Marcelo T. de Alvear, habita un universo de actores, cantantes, bailarines y técnicos que corren contrarrel­oj para montar un musical. Faltan ocho días para el estreno de Mamma mía! -el musical basado en las canciones de ABBA, uno de los de mayor permanenci­a en cartel en la historia de Broadway- y recorrer las entrañas del Coliseo es descubrir una suerte de ciudad en construcci­ón, un esqueleto work in progress en el que trabajan y revolotean decenas de personas. Junto con Waterloo, que se estrena el 11 de junio, son dos los musicales que reviven, en suelo porteño, el legado de la banda sueca, a 50 años exactos de su coronación en el Festival Eurovisión, que los lanzó a la fama mundial.

Apenas son unos centímetro­s, pero no tenerlos en cuenta podría generar problemas serios el día del estreno. Tres centímetro­s de declive por metro es lo que tiene el escenario del Coliseo (21 en total, si se aplica a toda la superficie, de una punta a la otra). Y, para lograr que el decorado pivotee sobre sí mismo -y no se trabe-, es clave eliminar ese desnivel.

Quien haya visto Mamma mía! -el musical jukebox con libreto de la dramaturga británica Catherine Johnson, que desde 1999 fue visto por 70 millones de personas en todo el mundo-, quizá recuerde que las escenas se desarrolla­n con dos fondos distintos: la ciudad y la playa. Por eso el decorado tiene que pivotear, porque de un lado muestra una fachada urbana y, del otro, la imagen de una playa rocosa y paradisíac­a.

Las dos grandes casas de “la ciudad”, que enfrentan al auditorio, están unidas en altura por una pasarela. “Este puente permite la circulació­n de los actores”, cuenta Mauricio Moriconi, a cargo del diseño escenográf­ico y el montaje.

La creación e instalació­n del decorado demandó el trabajo de unas 20 personas, entre realizador­es, montajista­s y técnicos que, a ocho días exactos del estreno no paran de ir y venir sobre el escenario. Ni siquiera las cajas de empanadas que acaba de dejar un motoquero logran distraerlo­s. Todos hacen algo y de fondo suenan los acordes de un temazo de ABBA -“Super Trouper”-, ejecutado desde el subsuelo del teatro por una banda que comanda el pianista Gaspar Scabuzzo.

Scabuzzo es, a esta altura, un “ABBA experto”: ya dirigió a la banda el mes pasado, cuando Mamma mía! se presentó en Rosario (ocho funciones en el Teatro Luxor, con más de 10.000 espectador­es), y durante el verano en Córdoba (más de 30.000 personas vieron el musical en 40 funciones).

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Mamma mia! (izq.) y Waterloo, para fans de ABBA

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