Hits, papelitos y bolas de espejos: así se crearon los musicales inspirados en ABBA
A 50 años del triunfo de la banda sueca en Eurovisión, dos obras que celebran sus canciones coinciden en Buenos Aires; los realizadores cuentan, desde adentro, cómo se construyeron
Los músicos están ubicados exactamente bajo las planchetas del escenario y tienen la responsabilidad de ejecutar las partituras adaptadas de ABBA, sin que sobre o falte un silencio de corchea.
Y aquí un dato clave, porque los materiales de teatro musical tienen dos vertientes cuando se trata de éxitos de Broadway: una se llama “réplica” y es la copia exacta del musical original; la otra se llama “non réplica”, lo cual significa que la puesta se puede tomar libertades en aspectos escenográficos y coreográficos con respecto a la versión “madre” (la edición local de Mamma mía! es “non réplica”). Sin embargo, en este último caso, tanto el libro como la música deben ser fieles al original.
“Para mí, que soy director, no tiene sentido hacer una réplica. De hecho, todas las obras que hice, desde Los productores y Hairspray hasta El joven Frankenstein y muchas más, fueron non-réplica”, explica Ricky Pashkus, director de Mamma mía!, que involucra a una compañía de entre 80 y 90 personas. De todas ellas, 25 son actores y seis son músicos, a los que se suma un equipo hipercalificado de iluminadores, sonidistas, escenógrafos, vestuaristas, maquilladoras, asistentes personales y encargados de las tareas más ínfimas y fundamentales (cambiar una peluca, por ejemplo). “Por eso es tan caro hacer teatro musical”, afirma Pashkus.
Para tener una idea de costos, montar una comedia musical prestigiosa de los Estados Unidos en la Argentina implica una inversión que ronda fácilmente los 450.000 dólares (solo en materia de derechos se pagan entre 50.000 y 120 mil dólares), aunque el monto total puede incluso duplicarse.
En la recta final
Mientras los escenógrafos siguen rompiéndose la cabeza para eliminar desniveles y aceitar el movimiento del decorado, y la banda ensaya debajo del escenario, en los pisos superiores del Coliseo -a la altura del súper pullmann- se desarrollan los ensayos de actores y bailarines.
En una de las salas, Florencia Peña, Alejandra Perlusky y Lula Rosenthal repasan arreglos vocales y muecas de baile ante la mirada atenta de Pashkus. En otro cuarto, un cardumen de bailarines hace los últimos estiramientos antes de empezar a repasar los coreos.
Falta cada vez menos para el estreno y ya no hay margen de error. Se sienten los nervios pero, al calor del ensayo, la ansiedad se disipa y un clima alegre -¿bolichero a lo ABBA?SE instala en todo el tercer piso del Coliseo. “Estamos súper ensayados; lo que tenga que ser, será”, aventura uno de los bailarines.
Cuatro días más tarde, el lunes, se lleva a cabo el armado final de la escenografía. Suena el hitazo “Dancing Queen” y las luces dibujan una lluvia de papelitos, con la gigantesca bola de espejos oficiando de oráculo desde el cielo del teatro. Los actores y bailarines suben al escenario y esperan, ahí mismo, la llegada del vestuario. Cuando finalmente se ponen las prendas, Pashkus no parece del todo conforme: “Podés decir que al director no le gustó tanto la ropa”, avisa.
El ambiente se relaja cuando el director sube al escenario para salir en la foto grupal. Después se ponen serios y hacen varias pasadas de escenas puntuales, con el decorado pivoteando, finalmente, de la playa a la ciudad.
Lo que tuvo que ser, fue, como dijo el bailarín ocho días atrás. Y fue bastante bien, porque Mamma mía! estrenó anoche a sala llena. Las expectativas ahora están puestas en Waterloo, que tiene su debut el próximo 11 de junio, en el Teatro Metropolitan.
Sin ataduras
Un equipo de entre 35 y 50 personas -entre producción, equipo creativo y elenco- se viene juntando desde el 19 febrero, atado a un cronograma de sintonía fina, con reuniones de producción, deadlines constantes y 30 ensayos -a razón de tres por semana- en poco más de dos meses. La productora argentina Loli Miraglia tuvo la idea original de Waterloo y está al frente de la puesta (en este caso, con total libertad y sin ataduras a réplicas ni non réplicas). “El musical es una empresa en sí misma”, define Miraglia, quien tiene en su currículum una trayectoria de 11 años de trabajo en la multinacional Disney.
La obra presenta a 14 personas en el escenario (seis protagonistas y ocho bailarines) y recorre los hits de ABBA. “Es una historia original muy naíf, que habla de amor, de amistad, de libertad... Apela a la nostalgia de lo que generan los suecos, que para mí son ‘extraterrestres’ y, musicalmente, unos adelantados; los número uno después de los Beatles”, sostiene la productora, que a sus 10 años ya cantaba el hit “Chiquitita” en el living de su casa, festejada por su abuela.
La historia de Waterloo transcurre en los años 80 y las canciones de ABBA para el musical fueron versionadas por el hijo de Miraglia, Ignacio Miraglia, respetando la estética sonora de la época (arreglos con sintetizadores, pads electrónicos, etc.). La escenografía, a cargo de Gastón Schlanch, emula una fiesta. Entre los protagonistas de Waterloo figuran: Caro Domenech (Aliados, el musical Heathers), Bruno Coccia (Casi normales) y Lucas Spadafora.
Tanto en el caso de Mamma mía! como en Waterloo, la música de ABBA parece unir a esos equipos, amparados por una galaxia festiva y romántica en la que, como dice la canción “Dancing Queen”, “Vos podés bailar... y tener el mejor momento de tu vida”. Y quizá, al menos por una noche, ser la reina del baile.ß