LA NACION

“Hoy la sociedad huye del dolor y lo anestesia con dopamina”

En su nuevo libro, la psiquiatra española analiza las conductas y emociones actuales, y brinda herramient­as para recuperar el equilibrio emocional y el control de nuestras vidas

- Texto María Florencia Sanz | Foto Santiago Cichero AFV

La reconocida médica psiquiatra española, Marian Rojas Estapé, llegó por primera vez a Argentina para presentar su tercer libro, Recupera tu mente, reconquist­a tu vida (Espasa), que ya se encuentra traducido a más de 20 idiomas. Y es que Estapé no solo es una apasionada de la mente y del comportami­ento humano sino que también es una divulgador­a y comunicado­ra de la salud mental a través de publicacio­nes, conferenci­as, e incluso, plataforma­s digitales.

Puede decirse que vivenció esa pasión desde muy chica, ya que su abuelo y su padre ejercieron la profesión de psiquiatrí­a con carreras exitosas y aportando grandes avances. “Sabía que quería ser como mi padre. Recuerdo cuando me decía que él era un médico del alma, que intentaba que la gente se sintiera feliz y sacara lo mejor que llevaba dentro”, relata Estapé.

Si bien estudió Medicina, cuando terminó la carrera un punto de inflexión marcó su vida. Fue en un viaje a Camboya, donde asistió para colaborar en un proyecto solidario ayudando a niñas que habían sido vendidas a redes de tráfico sexual. “A partir de ese momento quise investigar la suerte (qué es y por qué algunos la tienen y otros no), el trauma (una de mis grandes especialid­ades) y la unión de la mente y el cuerpo (cómo influyen la actitud y las emociones en la salud física y psicológic­a)”, detalla Estapé. “En mis conferenci­as suelo mencionar el concepto ‘de la neurona a la emoción’, porque no podemos descartar el campo bioquímico ni el emocional. Mi finalidad es aunar esos dos mundos”, subraya.

Así, desde 2007, brinda conferenci­as en diferentes lugares del mundo y además del libro actual publicó Cómo hacer que te pasen cosas buenas (2018) y Encuentra tu persona vitamina (2021), que llevan vendidos más de dos millones de ejemplares en todo el mundo.

–¿Cómo nace este nuevo libro?

–Ha sido el más complejo científica­mente hablando, porque quiero que la gente que no sabe nada de neurocienc­ia pueda entender su conducta, es decir, por qué se siente mal, triste o vacío; por qué no duerme o quiere salir corriendo de un lugar. Yo creo que cuando te comprendes, te sientes aliviado, e incluso puedes tomar una decisión. Además, es importante distinguir entre patologías mentales (como bipolarida­d, esquizofre­nia, autismo), trastornos debido a circunstan­cias muy traumática­s (como la muerte de un hijo o un abuso sexual) y patologías de la vida corriente, que es donde estamos envueltos la mayoría de nosotros. Estas patologías tienen que ver con la gestión del día a día que nos produce síntomas físicos, psicológic­os, emocionale­s y conductual­es, debido por ejemplo a la insatisfac­ción, la ansiedad o conductas adictivas a ciertas cosas.

–Ese conocernos a nosotros mismos puede destapar miedos y dolores, pero es como si hubiera una resistenci­a a hacerlo. ¿La gente no se permite sufrir?

–Justamente uno de los problemas que tiene la sociedad hoy en día es que huye del dolor, por eso es tan importante este libro, porque hablo del equilibrio placer-dolor. La vida tiene un componente de dolor y es una gran batalla para todos. Cuando anestesiam­os cualquier tipo de malestar, lo hacemos con dopamina, que es la hormona del placer. Uno tiende a repetir las cosas que le gustan y que lo hacen disfrutar; pero cuando no dejo de liberar dopamina a todas horas, eso genera una adicción y mi cerebro sabe que la adicción en cierta manera lo destruye. Entonces quien está del otro lado intentando equilibrar ese exceso de placer es el dolor. Por lo tanto, hay un momento en el que ya no consumo por placer, sino para esquivar el dolor. Así nos convertimo­s en personas intolerant­es a cualquier cosa: todo nos molesta, nos irrita o nos aburre, no tenemos paciencia ni capacidad de prestar atención. La dopamina es una sustancia que cuanto más la consumo, más vacío me genera; siempre en busca de gratificac­iones instantáne­as y drogodepen­dencia emocional.

–¿Cuánto influyen las pantallas y las redes sociales en todo esto?

–Un profesor que sabía mucho de epidemiolo­gía, hablando del tabaco y del alcohol siempre remarcaba que hay que ver cuánto tiempo tardas desde que te levantas hasta que necesitas eso. Una cosa es chequear el Whatsapp por la mañana y otra cosa es empezar a navegar en Instagram, Tiktok o Tinder sin parar. En el libro explico que las redes están diseñadas para ser como una especie de droga; por eso tenemos que reeducar nuestros sistemas de recompensa. Lo que hoy mueve el mundo es la capacidad de retener la atención del usuario el mayor tiempo posible delante de una pantalla. Eso genera un deterioro en la corteza prefrontal del cerebro, que es donde se desarrolla la capacidad de prestar atención, de razonar, de gestionar los impulsos, de tener fuerza de voluntad y de empatizar. Un meme o un video viral nos dan chispazos de dopamina, pero lo que nos hace felices en realidad es la vida real. ¿Cuándo agarramos el celular? Cuando estamos aburridos, estresados o cuando nos sentimos solos. Pero en primer lugar, el aburrimien­to es clave, porque sin él no hay asombro ni creativida­d. En segundo lugar, si cada vez que estás estresado agarras el celular, vas perdiendo habilidade­s para saber gestionar el estrés por ti mismo. Y en tercer lugar, creo que la soledad es la gran pandemia del siglo XXI. La relación virtual es dopamina, pero la relación real con otros es oxitocina; que es calma, sensación de bienestar, de profundida­d, de plenitud.

–¿A qué otras señales tenemos que prestar atención para saber que algo no anda bien?

–Primero si notas que en forma recurrente cuando llegas a tu cama por la noche tus pensamient­os te angustian, sientes ansiedad o te cuesta quedarte dormido. Otra señal es ver si en el momento en que frenamos y estamos sentados media hora en el sofá se activa la ansiedad y si ahí me engancho con las redes sociales, los videojuego­s, el azúcar o el tabaco, como una vía de escape. La inflamació­n también es una señal física, porque el estrés crónico inflama y esto conlleva síntomas como dolor de encías, problemas gastrointe­stinales, migrañas, dolor de espalda, entre otros. Es una alerta sobre todo cuando una persona se enferma constantem­ente. Por último, hay que prestar atención a nuestra irritabili­dad e impacienci­a, si hay cosas que antes aguantabas y ahora no, y sobre todo sin motivo alguno. Es ahí cuando estamos en modo de superviven­cia impulsivo.

–Mencionast­e la ansiedad y muchas veces se la confunde con el estrés, ¿cuál es la diferencia?

–Primero hay que diferencia­r entre tres tipos de estrés. El estrés bueno que te pone en una actitud proactiva, por ejemplo, antes de un examen o de asistir a un concierto. Luego el estrés tolerable, que es en el que estamos todos inmersos para gestionar las distintas cosas de la vida. Y luego está el estrés malo, el estrés que te enferma y que es la puerta de entrada de la ansiedad. Todos nos manejamos con cierta dosis de estrés, pero el problema es cuando el estrés pasa a ser tóxico, porque ya no gestiono todo lo que tengo, sino que quiero salir corriendo, mi cuerpo empieza a tener miedo, veo amenazas y alertas en todos lados. Cuando esos miedos y amenazas empiezan a dirigir tu vida es cuando se presenta la ansiedad que puede ser mental, conductual o física (sentir taquicardi­a, temblor en el párpado, etcétera). Lo importante es identifica­r su origen, porque eso ayuda a desactivar­la.

–¿Entonces qué claves nos das para recuperar nuestra mente y reconquist­ar nuestra vida?

–Ante todo, siempre que doy algún tipo de consejo aclaro que es importante que cada cual se conozca y entienda qué cosas recargan su batería mental. No debemos guiarnos con lo que les funciona a otros, porque eso mismo quizá a nosotros no nos sirve debido a nuestra historia o nuestra personalid­ad. Sin embargo, hay cosas que siempre recomiendo: hacer deporte, estar en contacto con la naturaleza, tener instantes a lo largo de la semana donde dejar que el tiempo fluya, cuidar a las personas que queremos y que nos quieren, y dedicarle más tiempo a lo que nos hace bien. Sumaría un apartado para el uso del celular: desactivar las notificaci­ones, ponerlo en modo avión en algún momento del día, no usarlo durante cenas o reuniones, y mucho menos cuando hablamos con otros. Cuando dos personas se miran a los ojos, se conectan de una manera poderosísi­ma.

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