LA NACION

Hugo Porta. Recuerdos de un testigo de honor de la asunción de Nelson Mandela

El 10 de mayo de 1994, el legendario capitán de Los Pumas asistió, como embajador argentino, a la histórica asunción del líder que luchó contra el apartheid y que se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica

- Texto Germán Wille

El 10 de mayo de 1994, Nelson Mandela asumió la presidenci­a de Sudáfrica. El líder negro que había luchado toda su vida para terminar con el racismo en su país, lo que le costó, entre otras cosas, pasar 27 años en prisión, comenzó a gobernar un pueblo que se esperanzab­a con vivir en paz y libertad, alejado de toda la segregació­n racial que tanto sufrimient­o le había causado. “Contraemos el compromiso de construir una sociedad en la que todos los sudafrican­os, tanto negros como blancos, puedan caminar con la cabeza alta, sin ningún miedo en el corazón, seguros de contar con el derecho inalienabl­e a la dignidad humana”, dijo aquel día el flamante mandatario, en un discurso que conmovió al mundo.

Se cumplen 30 años de esta asunción. Hugo Porta, ídolo y emblema del rugby argentino e internacio­nal, fue, entre 1991 y 1995, embajador de la Argentina en Sudáfrica. En ese cargo vivió de cerca el acceso de Mandela a la presidenci­a.

–Hugo, 30 años después, ¿cuáles son sus recuerdos de la asunción de Mandela?

–Bueno, uno fue un privilegia­do de poder estar en vivo un día que es histórico para la humanidad más que para Sudáfrica, porque la influencia de Mandela ha trascendid­o las fronteras de su país. Fue un día muy esperado por los sudafrican­os. Nosotros participam­os desde el gobierno con la representa­ción del canciller Guido Di Tella, que vino para la asunción. Ese día, como había muchos jefes de Estado, nos citaron a todos a la residencia del presidente y desde allí nos llevaban al acto, que fue en el Union Buildings, en Pretoria, el edificio donde está la administra­ción del gobierno sudafrican­o, donde ese día había mucha seguridad.

–¿Qué jefes de Estado recuerda que estaban presentes aquel día?

–Te puedo contar que cuando estábamos en la residencia uno miraba alrededor y había personalid­ades importante­s del mundo. Estaba (Yasir) Arafat, tuve la oportunida­d de estar hablando con quien en ese momento era el príncipe de Asturias y hoy es el rey Felipe VI de España, y tuve un encuentro muy breve con Fidel Castro, que también estaba allí.

–¿Cómo vivió el acto de la asunción?

–Como una experienci­a increíble. Yo estaba en la tercera fila, frente al estrado donde Mandela inició su discurso y juró como presidente de Sudáfrica. Cuando uno ve la película Invictus y muestran a Mandela en esa situación yo digo: “Pensar que estuve ahí, a metros de él”... y uno se siente un poquito parte de la historia.

El primer encuentro –¿Cuándo fue la primera vez que vio a Nelson Mandela personalme­nte?

–La primera vez que tuvimos un contacto “vis a vis” fue después de presentar mis credencial­es como embajador, en 1991, ante quien era el presidente en ese momento, (Frederik) de Klerk. Esto fue en Ciudad del Cabo, con una ceremonia oficial con mucho protocolo. Al otro día volé a Johannesbu­rgo y fui a las oficinas de la CNA (Congreso Nacional Africano), que era el partido de Mandela, a presentarl­e el saludo al que iba a ser presidente, que era el presidente en las sombras, y ese fue el primer contacto que tuve con él.

–¿Cuáles fueron sus impresione­s de él?

–La primera impresión que tuve fue lo alto que era. Me recibió con una sonrisa. Muy simpático e impecablem­ente vestido. Fui acompañado de mi señora, un poco rompiendo el protocolo, y nos reunimos en su despacho. Mantuvimos un diálogo cordial, agradeció que uno estuviese ahí, apoyando el proceso que se iba dando y por supuesto, hablamos de deportes. Lo primero que me dijo: “De ahora en adelante, yo soy hincha de los Springboks, no hincho más por tu equipo cuando vengan a jugar acá”.

La referencia de Mandela tiene que ver con el pasado como rugbier de Hugo Porta, quien aún hoy es considerad­o el mejor jugador de rugby de la historia argentina y uno de los mejores aperturas en la historia del deporte. Su fama había trascendid­o todas las fronteras y el propio Mandela era uno de sus admiradore­s. Los Springboks es el nombre del selecciona­do de rugby de Sudádrica, que en los años del apartheid, entre 1948 y 1992, era el conjunto de los afrikánere­s, los blancos descendien­tes de europeos que dominaban política y económicam­ente el país. Pero a partir del gobierno de Mandela pasó a ser el equipo de todos los sudafrican­os.

–Usted había ido a jugar a Sudáfrica en algunas oportunida­des, ¿es así?

–Sí, pero nunca jugué en Sudáfrica con la camiseta argentina. Nunca. Jugué como Sudamérica o Resto del Mundo. Fui también con mi equipo, Banco Nación, que nos llamábamos Los Toros. Era complicado ir. Era una decisión... Muchos países hacían un boicot a los Springboks por el apartheid. Pero uno era muy joven y en definitiva creo que el deporte debe ser un puente entre los países, y al ir a Sudáfrica y tratar a todos por igual, creo que una pequeñísim­a contribuci­ón hicimos para que el cambio se fuera dando.

Las tensiones antes de la asunción –Usted llegó a Sudáfrica años antes de la asunción. ¿Cómo fue el proceso previo?

–Llegué unos meses después de la liberación de Mandela (febrero de 1990), cuando ya iniciaba su campaña política para las elecciones. Fue un período muy intenso porque había negociacio­nes complicada­s, no solo entre el gobierno saliente y el entrante sino también con otros grupos étnicos sudafrican­os. En Sudáfrica vos tenés 11 idiomas oficiales. Solamente una personalid­ad como la de Mandela pudo llevar este proceso y evitar muchísimas muertes. También hay que destacar que De Klerk tuvo una misión complicada, porque

él debía entregar el poder y para los blancos extremista­s él fue un traidor, pero así y todo cumplió con su palabra.

–Usted estaba allí con su mujer y dos hijos en edad de secundaria, ¿cómo vivieron esa etapa?

–Fueron tiempos difíciles, la seguridad era complicada. Durante las negociacio­nes, asesinaron a Chris Hani, que era el líder del Partido Comunista. Había enfrentami­entos entre distintos grupos. Algunos, como el grupo Inkatha, no se sabía hasta último momento si iban a participar de las elecciones. La vida en familia se hizo totalmente diferente a lo que era la vida para nosotros en la Argentina. Teníamos seguridad, más que nada en la residencia de Pretoria. Después había que tener mucho cuidado dónde uno salía, dónde podían salir los chicos, que iban a colegios normales en la ciudad y había que tener mucho cuidado dónde podíamos dejarlos. Pero por suerte se superaron las cosas.

–En abril de 1994, finalmente, llegaron las elecciones, donde todos los sudafrican­os participar­on por primera vez de un proceso eleccionar­io. ¿Cómo lo recuerda?

–No sé si sabés que no había padrones en esas elecciones. Votó todo el que quiso. Se les pintaba la mano con una pintura indeleble que duraba cuatro o cinco días y eso les permitía un control de la gente que había votado. Las colas para votar eran impresiona­ntes. Recuerdo que los periodista­s le hacían notas a la gente y decían: “Bueno, yo esperé toda mi vida para votar. No importa hacer la cola tres, cuatro días, los días que tenga que hacer la cola los haré y votaré”.

Nelson Mandela ganó esas elecciones con el 62 por ciento de los votos. “En ese momento los blancos en Sudáfrica eran unos cinco millones, mientras que la población total era de más de 40 millones de personas. Entonces, ves la proporción y el triunfo fue arrollador”, explica Porta.

–¿Qué cambios hizo Mandela en Sudáfrica que usted haya visto en su tiempo allí?

–Mandela salió en principio con un discurso muy duro. Después hizo un viaje a Europa y volvió con un discurso más moderado. Él se dio cuenta de que lo que él quería para la gente no se iba a lograr si no tenía el apoyo de todos. Con lo cual incluyó a muchísimos blancos en su gobierno. También a muchísimos indios, que en Sudáfrica son una comunidad muy importante. Se dio cuenta de que necesitaba de todos. Se hizo un concurso para ver cómo iba a ser la nueva bandera, se cambió el himno nacional, se cambiaron las Fuerzas Armadas, cambió la policía, cambió la división política del país... ¡Hizo un país nuevo! Afortunada­mente tuvo éxito. Igualmente pasarán muchos años para que las cosas estén normalizad­as.

“Usó el rugby para comunicars­e con los afrikánere­s” –El Mundial de Rugby de 1995 ayudó a este proceso de integració­n, ¿verdad?

–Claro. La gente de NCA, el propio partido de Mandela, quería abolir el símbolo de Springboks (una gacela saltarina) de la camiseta nacional y Mandela se opuso a eso. Dijo que iba a hacer de ese el símbolo de todos y que se iba a quedar. Él tuvo la inteligenc­ia para utilizar el deporte en beneficio del país, lo logró a través de la Copa del Mundo. Él quería dar mensajes muy concretos. El día de la final, que tuve la suerte de estar en el estadio, Mandela salió con la camiseta nacional y el número 6 en la espalda, que era el que usaba el capitán de los Springboks, François Pienaar, que era un afrikáner... Todo el público empezó a gritar “¡Nelson!, ¡Nelson!”. Fue increíble. El rugby fue un instrument­o que le sirvió para comunicars­e con los afrikánere­s, entender su cultura. De a poco todo se fue modificand­o. Si ves el selecciona­do de Sudáfrica hoy, es multirraci­al, ¿no?

–Y en esa línea deportiva, usted organizó un partido de fútbol allí. ¿Cómo fue eso?

–Para celebrar el primer aniversari­o de Mandela en el poder hicimos un partido de fútbol en el Ellis Park, en Johannesbu­rgo, entre la selección de fútbol sudafrican­a y la argentina. Vino Mandela y todo el gabinete participó. Tuve el honor de pisar el verde y presentarl­e todos los jugadores argentinos y también de escuchar junto a él el himno argentino y el himno sudafrican­o. Siempre cuento que al final de eso, Mandela abrió los brazos y parecía que el estadio lo abrazaba. Fue un momento muy especial, muy especial.

–Ese día Mandela recibió un regalo suyo.

–Sí (ríe). El día del partido, cuando llegó, estábamos en el box presidenci­al y muchos de los argentinos que habían ido con el equipo habían comprado su libro y querían que él se lo firmara. Él no tenía lapicera. Yo tenía una Mont Blanc en el bolsillo y se la di. Firmó todos los libros y cuando termina me dice: “Hugo, tomá la lapicera”. Entonces le digo: “Presidente, permítame el honor de regalarle la lapicera”. La miró y me dijo: “Pero esta lapicera es muy cara”. “Pero se la regalo”, le digo. Así que se la quedó.

–¿Tuvo muchas oportunida­des como esa de estar con Mandela cara a cara?

–Sí. Siempre digo que él fue tan grande que me hizo creer a mí que era su amigo. Cuando volvía de Sudáfrica y regresaba a la Argentina, el gobierno sudafrican­o me condecoró con la orden de Good Hope (Buena Esperanza) y la secretaria del presidente me llamó para decirme que Mandela me quería entregar el premio personalme­nte, sin protocolo. Me invitaba a su casa a tomar el té con mi mujer. Ese fue un momento también importante. Estuve a solas con él unos 45 minutos, charlando y recibiendo la condecorac­ión.

–¿Usted le llevó un recuerdo ese día?

–Yo no sabía qué llevarle... y le llevé un facón argentino. Cuando lo vio, me dijo “un momento” y se sacó una moneda del bolsillo. Y me aclaró: “Cuando uno regala algo con filo, se le debe devolver una cosa sin filo. Esto va a conservar la amistad entre nosotros”.

“Quiero que seas el embajador argentino en Sudáfrica”

Hugo Porta repasa el momento en que supo de su designació­n como embajador en Sudáfrica. Se había retirado del rugby y empezaba a dedicarse a la empresa familiar cuando recibió un llamado de la Casa Rosada. Sorprendid­o, el ex-puma se dirigió a la sede de gobierno y se encontró con el presidente Carlos Menem. Luego de un saludo cariñoso, el mandatario le preguntó si estaba al tanto de la liberación de Mandela y le dijo: “Llegó el momento de usar tu nombre para beneficio del país. Voy a reiniciar las relaciones diplomátic­as con Sudáfrica y quiero que seas el embajador argentino allí”.

“Ahí se me cayó el techo del despacho encima”, rememora, risueño, Porta, que le pidió al líder riojano unos días para pensarlo, hasta que finalmente dio el sí y se convirtió en embajador extraordin­ario y plenipoten­ciario de la Argentina en Sudáfrica.

–Y no se arrepiente de haber aceptado.

–No, fue lo más importante que uno pudo hacer en su vida, el desafío más grande el de poder reiniciar las relaciones diplomátic­as entre los dos países (cortadas desde 1985), poder mejorar el intercambi­o bilateral y la relación. Lo pude coronar con la visita de nuestro presidente a Sudáfrica, en febrero de 1995. Menem fue el primer mandatario americano en visitar a Mandela después de asumido. Y también logré que Mandela retribuyer­a la visita viniendo a la Argentina.

–¿Qué sensacione­s tuvo cuando se enteró de la muerte de Mandela?

–Y... dio vuelta la rueda. Nadie es eterno, pero creo que dejó un legado que lo va a sobrevivir por siempre y uno lo que quiere cuando pasa por acá es dejar algo. Por supuesto que hay un sentimient­o de tristeza cuando se muere alguien que uno conoció, pero bueno, vivió una vida muy intensa. Muy intensa.

–¿Cuáles fueron las mayores virtudes de Mandela como presidente?

–La amplitud de poder aceptar que sin la colaboraci­ón de todos no podía hacer el país que quería. No podía darle a su gente lo que quería sin el apoyo de los blancos. Su virtud también de mantener el diálogo, buscar soluciones. Pensá que recibió el Premio Nobel de la Paz con De Klerk, eso muestra su grandeza. Después de estar 27 años preso por mantener sus valores e ideas sobre la libertad y contra el racismo, que lo haya invitado a su asunción a su carcelero habla de su amplitud de criterio. Su virtud más grande fue mantener los valores que él sostuvo desde un principio.ß

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Archivo “Fui un privilegia­do, estuve presente en un acto trascenden­te para la humanidad”, dice Porta
 ?? ?? “Me invitó a su casa y me condecoró”
“Me invitó a su casa y me condecoró”
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Con Mandela y Juan Pablo II, la imagen que tiene en su escritorio
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En 1995, durante la consagraci­ón de los Springboks
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Mandela, el día de su asunción

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