LA NACION

La leyenda que trascendió marcas y generacion­es

El ramallense tenía 73 años y su estrella titilará por siempre en el corazón de los fanáticos; un enorme personaje, un tipo carismátic­o y apasionado

- Textos Alberto Cantore

La estadístic­a y las cifras contundent­es, después de un recorrido de casi 35 años, fue el costado frío y desangelad­o del deportista. Juan María Traverso resultó para el automovili­smo argentino mucho más que los datos y los números con los que el piloto completó toda clase de casilleros. Los 16 títulos y las 155 victorias en 774 carreras que logró en competicio­nes en siete categorías resaltan las virtudes, la genialidad, el apetito voraz por enseñarse como el mejor de la cátedra y el aura que acompañó al Flaco.

Con destreza y maniobras al límite se exhibió con maestría en autódromos y caminos polvorient­os. Fuera del auto fue un personaje que jamás pasó desapercib­ido: cautivó y siempre se posicionó como eje de la escena. el ramallense murió a los 73 años, producto de un cáncer de esófago que alteró su salud en los últimos meses. el hombre le dio pasó a la leyenda y también al mito, porque las anécdotas se multiplica­rán: frontal, cascarrabi­as, agudo y ocurrente, aunque él se considerab­a normal y afirmaba no ser ejemplo de nada. en el momento cumbre de su trayectori­a optó por ayudar a su padre Juan Cruz y relegar el sueño de un posible desembarco en la Fórmula 1, pero el destino le tenía reservado un espacio central, de brillo, en el automovili­smo nacional, ese que descubrió en 1971 en la Vuelta de Pergamino y lo mantuvo en el cenit hasta 2005. Traverso trascendió marcas y generacion­es, dejó una huella imperecede­ra entre sus pares y su estrella titilará por siempre en el corazón del público.

La imagen del piloto con el cigarrillo en la mano en el auto de carrera, un recuerdo de época que con la tristísima noticia se convierte en lamento. Un quejido que lo atravesó en los momentos de encierro, cuando el malhumor lo envolvía y las únicas salidas se traducían en las esporádica­s aparicione­s por un par de bares de Ramallo, donde cumplía con el ritual del café entre lugareños. La costumbre lo convertía en una figura inadvertid­a para el resto: el respeto, la ausencia de las miradas de los admiradore­s de turno durante esos minutos singulares, un sosiego en medio de la pesadumbre. Ahí Traverso se despojaba de la personalid­ad y el carácter que forraba al piloto exitoso, de triunfos memorables y respuestas que podían variar entre el sarcasmo, la chispa o el exabrupto. el Flaco era uno más: el esposo de susana, el papá de María Paula, María Manuela y Juan Cruz.

explicar cómo se convirtió en piloto es un misterio que ni el propio Traverso logró esclarecer. Todo indicaba que seguiría los pasos de su padre en el campo, pero la pasión por el automovili­smo motivó el abrupto cambio. Travieso, las anécdotas lo acompañaro­n desde jovencito. Desde el “atentado” con el cañón de la plaza a la puerta de la municipali­dad de Ramallo al acuerdo con el comisario para manejar el Ford A, con la condición de no perturbar a los ramallense­s con el ruido ensordeced­or del motor V8 que replicaba el caño de escape cortito como usaban los autos de TC. el Flaco, que cursó la escuela secundaria en el colegio Marín, en Beccar, junto con sus amigos se adentraban en los caminos rurales y, de regreso, llevaba el coche a la comisaría: así nació la leyenda del auto preso. Recién a los 18 años tuvo un primer contacto con un auto de carrera: Marito García, piloto de Ramallo, corría en TC con Torino y fue convocado para ser parte del equipo oficial de General Motors. Lo que empezó como un préstamo de la Liebre 1 ½ pasó a algo más que serio, aunque cuando le contó a su padre que deseaba iniciarse en el automovili­smo le cerraron la puerta. “No sabía qué eran las carreras y se opuso, hizo lo imposible para impedírmel­o. Después se transformó en mi hincha número uno”, recordaba.

el 31 de octubre de 1971 debutó en TC, en Pergamino. Largó último y dos hechos quedaron en su memoria: los nervios que le impedían apretar el embrague y adelantars­e en la fila –los autos largaban de a dos, cada diez segundos, y él partió último en el puesto 71, a la par de Darío Di Palma, primo de Rubén Luis– y la victoria de eduardo Copello, que era su ídolo de la infancia. Menos de un año se demoró la primera victoria: el 29 de octubre de 1972, en 25 de Mayo, y con el mismo Torino con el que se estrenó. era su carrera número 11 y el mismo número pintaba en la puerta. “No esperaba ganar. el auto andaba bien, pensaba que podía estar bien colocado, pero nunca en el primer puesto”, comentó, con timidez, ante las cámaras de televisión. La rotura de un pistón en el auto de Miguel Ángel Deguidi facilitó el triunfo; ocho fechas antes había señalado su primer podio, con el segundo puesto en la carrera san Juan-calingasta.

Los episodios marcaban que el automovili­smo nacional estaba en presencia de un distinguid­o y Ford abrazó a Traverso con su equipo oficial. Casi un año después del primer éxito, la muerte de Nasif estéfano, en Amiogasta (La Rioja) –primer campeón post morten del TC–, provocó que José Miguel Herceg convocar al Flaco para acompañar a la estrella de Héctor Pirín Gradassi. el Óvalo aplastaba a los rivales –la marca sumó siete coronas en la década del 70– y después del triplete de Gradassi, entre 1974 y 1976, llegó el turno de Juan María para coronarse en los siguientes dos años. Tiempos de pilotos talentosos, con aura, que generaban admiración en la gente.

“Tuve la suerte de entrar al automovili­smo en ese momento en el que había grandes pilotos. Correr con ese grupo durante seis o siete años, no tuvo precio. oscar Gálvez fue director del equipo durante tres años; el Loco Di Palma, Roberto Mouras… Con el Loco éramos íntimos amigos, inclusive nos ayudábamos. en la pista era una batalla campal, pero nunca mezclamos la pista con la amistad. Lo de la pista quedaba en la pista y si alguno de los dos se pasaba de la lógica a las semanas nos poníamos al día y al rato estábamos tomando mate. Mouras fue un campeón y un tipo bárbaro: su pueblo [Carlos Casares] se enteró tras su muerte que él bancaba la salita de primeros auxilios, el jardín de infantes, la escuelita… Más grandeza, imposible”, recordaba a aquéllos, los rivales y amigos.

Con el apoyo de Ford, que se retiraba como estructura oficial en el TC, y después de los dos títulos en la popular categoría viajó con 28 años a europa. “Cuando la Fórmula 1 viene a la Argentina lo fui a ver a [Bernie] ecclestone, que estaba en el autódromo. Quiero ir a correr a la Fórmula 2, a la Fórmula 3”, le dije. “No conocía los circuitos, los autos, nada… Y elijo la F.2, donde había pilotos como Keke Rosberg, Teo Fabi, Derek Daly, Marc surer, que llevaban años esperando un lugar en la F.1”. Corrió en escenarios emblemátic­os como silverston­e, Hockenheim, Nurburgrin­g, Zandvoort, Misano –donde finalizó cuarto, su mejor desempeño–, el callejero de Pau… “Nunca vi algo igual a Nürburgrin­g

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El Flaco Traverso ganó 16 títulos, pero fue mucho más que números para el deporte argentino

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