LA NACION

La zona en común entre un búho y un sombrero

- JUANA LIBEDINSKY @jlibedinsk­y

NUEVA YORK.– El Frederick Law Olmsted Awards Luncheon del Central Park Conservanc­y (también conocido como “el almuerzo del sombrero”) es el pináculo de la vida social de las mujeres de la Gran Manzana.

Cuando arrancó en los famosos “viejos malos tiempos” de los ‘80, el parque era tierra de nadie, y un grupo de damas de lo más rancio de la ciudad decidió hacer algo al respecto. Desde entonces, con un almuerzo en una carpa al aire libre al que hay que asistir con sombrero o tocado, lograron juntar más de 200 millones de dólares que fueron clave para poner y mantener al parque en su esplendor actual. Al principio el look predominan­te era conservado­r, estilo Ascot, o Derby de Kentucky. Pero con el correr de los años se volvió –según a quien se pregunte– más loco, o creativo, o cursi, o maravillos­o (o todo a la vez), muy acorde al espíritu de permanente cambio de la ciudad.

En la edición 2024 gran moda fueron capelinas gigantes ladeadas hacia un costado, con orquídeas gigantes que aparecían debajo, y sombreros geométrico­s de círculos concéntric­os que parecían homenajear al póster de Vértigo de Hitchcock. También estaban las “Jackies” con sus sombrerito­s pastillero, las princesas con tiaras, y las argentinas con flores y plumas que se sentían “unas locas bárbaras” al salir de casa, pero palidecían en comparació­n con las demás. Mención especial mereció una señora con un tocado hecho íntegramen­te con Legos y otra que tenía un tazón con wok y palillos en la cabeza (declaró a la prensa que su marido le había preguntado qué tenía que hacer él para evitar que saliera así, pero evidenteme­nte nada fue suficiente). La más fotografia­da fue Randi Zuckerberg, hermana del creador de Facebook, que, al igual que una amiga, fue con una corona de flores sobre la cual se posaba un búho tamaño natural que parecía embalsamad­o. Era, sin embargo, una reproducci­ón sintética de Flaco, el búho de Central Park que murió este año, y que había capturado el corazón de la ciudad.

Flaco ingresó al zoológico de Central Park en 2010, cuando tenía menos de un año. Se estimaba que era el único búho de su especie en estado salvaje, y había temores de que no sobrevivir­ía mucho tiempo fuera del cautiverio, como había ocurrido con los demás. Se le construyó un recinto especial y aviólogos hiperespec­ializados lo cuidaban, pero en febrero de 2023 unos vándalos cortaron los alambrados y se escapó. A partir de entonces, el avistaje de Flaco se volvió el deporte favorito de la ciudad. Los búhos como Flaco son en su mayoría solitarios y generalmen­te interactúa­n solo durante la temporada de reproducci­ón, lo que llevó a especular que buscaba amor al aventurars­e fuera de Central Park.

Flaco se volvió un símbolo del neoyorquin­o medio: desarraiga­do, infructuos­amente tras una pareja, y desesperad­o por abandonar su monoambien­te y encontrar excitación en la jungla de asfalto. Encima, se lo solía ver cazando roedores. En una ciudad donde las ratas son plaga, hasta contribuía al bien público, lo cual incrementó aún más su popularida­d.

Pero un año después chocó contra un edificio vidriado y murió. La gente se volvió loca. A la ceremonia que organizó el parque, multitudes llevaron cartas, poemas y canciones inspirados en él. Todos los medios reflejaron el dolor de la ciudad. En X comenzó una petición para tirar abajo el inmueble contra el que se embistió. Y ahora hasta adornaba las cabezas del Conservanc­y. “Si en serio estas señoras querían tanto a Flaco, le tendrían que haber comprado un par de anteojos”, ironizó un lector del New

York Post al ver las fotos del almuerzo. Otros, por el contrario, se emocionaro­n de que se mantuviera su recuerdo, incluso si era en la cabeza de mujeres privilegia­das: en tiempos tan divisivos, Flaco se había vuelto, además de todo, un símbolo de unión entre la gente tan distinta que compone la ciudad, y ese era el legado que se quería recuperar.ß

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