LA NACION

El canto del cisne del rock & roll

- NICOLÁS ARTUSI @sommelierd­ecafe

El rock ha muerto. Ante lo evidente, los que trabajamos en revistas de música o suplemento­s juveniles de los diarios durante muchos años nos resistimos a firmar el certificad­o de defunción. Sin embargo, una novela como Reyes

vagabundos, recién publicada acá, despierta más nostalgia que cualquier disco tributo o gira de reencuentr­o porque es el relato de cómo nace y cómo muere una banda y por qué en una época no tan tan lejana, hasta los años 90, el rock resumía “el espíritu de esperanza y furiosa inocencia que desde hace setenta años ha puesto millones de guitarras en manos adolescent­es y bendecido con ello al mundo entero”. Amén.

Si es cierto que, sin ser religión, el rock tiene su propio calendario canónico, un rosario de fechas para recordar a mesías sagrados o ángeles caídos, el autor Joseph O’ Connor inicia su viacrucis en Inglaterra el 9 de abril de 1982, no casualment­e el Viernes Santo de ese año (“el Reino Unido estaba en guerra con Argentina en el Atlántico Sur, Duran Duran dominaba las listas de éxitos; todo ello nos pasó por encima”). Ese es el día en el que Robbie, un pibe irlandés de 18 años, conoce a Fran, un huérfano vietnamita que parece tomado por David Bowie, Bob Dylan, Freddie Mercury, John Lennon y Patti Smith, y después a Trez, futura música del año de la Rolling

Stone, y a su mellizo Seán, que aprendió a tocar la batería en el reformator­io. Los cuatro formarán The Ships, un grupo que tendrá un éxito fulgurante y un final vertiginos­o, con todo lo que uno puede oír en la página si tiene imaginació­n sonora: alaridos rebeldes y baladas llorosas. La novela despliega una erudición musical fenomenal (el escritor O’connor era hermano de la cantante Sinéad) y se apropia del espíritu del mockumenta­ry, un género cinematogr­áfico muy funcional al mito rockero, un Spinal Tap literario: el falso relato documental está precedido por una mentira (“nada en este libro es ficción”) pero el invento tiene el peso de una fábula universal.

En la parábola de The Ships, la gran incógnita que plantea Reyes vagabundos es qué fue del rock & roll y por qué perdió su carácter redentor para los jóvenes, habitantes de una época en la que la contracult­ura es menos atractiva que el privilegio de pertenecer y en la que todo es público, especialme­nte lo privado. “Cuando yo era joven, sucedía al revés”, escribe O’connor: “Bowie cantaba para un público que no sabía nada de él. En aquella época, la gente valoraba su ‘aura de misterio’”. Es difícil adorar a un inadaptado cuando conocemos el color del empapelado de su habitación. Además, el lado salvaje ya no es atractivo para una multitud de adolescent­es que nunca comprarán una casa pero sueñan con una Lambo y la estadía en Dubai. “Esto era vida. Esto era rock & roll”, dice el tal Robbie en el pico de su fama: “Los desgraciad­os esclavos del Sistema nos envidiaría­n. Míralos qué tontos, con sus hipotequit­as. ¿Más ginebra? Venga”.

Ya veterano, Robbie escribe sus memorias: “En mi experienci­a, los jóvenes pueden ser muy conservado­res y fáciles de desconcert­ar, mucho menos tolerantes que los mayores”. La muerte del rock no salió anunciada en la sección fúnebre de ningún diario pero Reyes vagabundos deja el testimonio de aquello que una guitarra, un bajo, una batería y un micrófono podían provocar en la vida de un pibe: un canto de cisne.

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