El primer café masón de Sudamérica rinde culto a los patriotas
Creado en 2012 para emular al lugar colonial más frecuentado por los independentistas, conjuga las ideas de la masonería y la Revolución de Mayo con la gastronomía porteña
ste es el café de la revolución. Quiero que vengan por patriotismo, no porque lo vieron en Instagram. Esa es la mecha que hay que prender, el amor por Argentina. Acá tenemos el sable corvo de San Martín, la réplica”. El que habla, apasionado, es Marco Antonio Arslanian, vestido con una remera de templarios, en su restaurante de San Nicolás (Perón 1259), a unas cuadras de El Café de Marco original que estaba en la zona del Cabildo, a pasos de la Plaza de Mayo.
En la esquina de las calles Santísima Trinidad y San Carlos (hoy Alsina y Bolívar), nuestros próceres se juntaron a planear la independencia. Las bebidas más habituales para la época eran el chocolate, el “café y leche”, el candeal y los refrescos de horchata y naranjas. Así, con su ubicación estratégica, El Café de Marco se convirtió en un sitio frecuentado por los que forjaron los principios revolucionarios: Juan José Castelli, Bernardo Monteagudo, Mariano Moreno, Manuel Belgrano, Domingo French, Antonio Beruti y muchos más. Incluso, cuando Martín de Álzaga planeó allí la revuelta del Colegio San Carlos en 1810, las autoridades virreinales lo clausuraron. Para la Generación de Mayo fue tal su importancia que cuando los detenidos por los disturbios de marzo de 1811 fueron liberados, gritaban: “¡Al Café!”.
Pasado, presente, futuro
En 2012 el mito renace de la mano, justamente, de otro Marco, que se propone continuar con la valiosa tradición, para que en sus mesas circulen los nuevos conceptos de la Argentina. “A través del periodista y abogado Emilio Corbière, me enteré en un pasaje de su libro La Masonería, que Belgrano y los demás se juntaban en El Café de Marco. Ahí supe que existía. Fui a buscarlo, peuna
Texto ro el edificio no está más. Y la idea de revivirlo me quedó en la cabeza. A mí me gustan la historia y la gastronomía, me dije bueno, algún día cuando me retire lo voy a hacer renacer”, recuerda Marco Antonio Arslanian.
Por entonces, tenía una joyería tradicional, en la misma cuadra de la calle Perón donde también se ubica la Gran Logia de la Argentina. Marco ya se había iniciado en la masonería en 2005, y cuando se enteró de que el local de enfrente estaba en alquiler, se animó a realizar
Carolina Cerimedo
| Fotos
Flor Daniel
su proyecto: fundar un café temático de la masonería y la Revolución de Mayo. Y así es como el joyero, masón y, ante todo, patriota, se convirtió en emprendedor gastronómico. “No había nada. Dibujé el proyecto, cambié el piso y las ventanas, mandé a hacer las arañas. Fui consiguiendo todo”. La réplica del mandil utilizado por San Martín en la campaña libertadora. El póster del General Martín Güemes. Libros de la emancipación sudamericana y la Logia Lautaro. Una ilustración de los gauchos norteños. “En 2022, por los 40 años de Malvinas, puse mi colección privada y finalmente quedó como parte del salón. Vinieron excombatientes a dar charlas. La semana pasada vino un sobreviviente del ARA General Belgrano, me trajo un cuadro dedicado”, describe Marco.
No es solo un museo. La misión del Café es tener un papel activo, por eso acá se hacen actividades como la presentación del libro Templarios, Alquimistas y Masones o Las Bibliotecas del Gral. San Martín. Además, el tour masónico “El Nacimiento de Nación” que recorre el Casco Histórico de la ciudad, termina con una merienda en El Café de Marco. “Ser masón no es garantía de nada. La masonería es un reflejo de la sociedad. Si está denigrada, nosotros también estamos quemados. Vos vas a la logia a pulirte, salís y aportás”, sostiene Marco.
–¿De qué manera este café emula al Café de Marco de 1801?
–La masonería se basa en símbolos. Este café es un símbolo. Rescata el espíritu de un sitio que se perdió por la fiebre amarilla en 1871. Yo lo recupero, recreando un café colonial, el más visitado de aquella época. Así rescatamos una parte importante de la historia argentina, porque en las mesas del Café de Marco original se craneó la Revolución de Mayo. No está en la misma esquina, estaba a unas cuadras. La propuesta es que la gente venga a conversar ideas.
–¿Y ese debate se logra con la masonería?
–Sí. Es una escuela filosófica que te enseña a pensar. Ir a una logia es un ejercicio, donde uno aprende a escuchar a gente que tal vez jamás se hubiera cruzado. Hay un tachero, un ingeniero, hay una variedad de pensamientos que te nutre. Uno de nuestros símbolos es el hombre que se talla a sí mismo. Sos un hombre libre. Yo no te marco a vos tus defectos. Es un laburo que cada uno tiene que hacer. Nos basamos en la razón. La masonería te enseña a partir de alegorías. El compás, la regla. Usa muchos instrumentos de la construcción porque se dice que viene de los canteros que construían las catedrales.
–¿Cómo te acercaste a la masonería?
–Nunca me convencieron, ni de chico ni de grande, ni las religiones ni los políticos. Ni Perón ni Alfonsín. San Martín, sí. Cruzó los Andes no porque era masón, sino porque
tenía el valor. Se preparó toda su vida. Cruzó 700 libros, esa es una faceta de la que no se habla. El conocimiento era más peligroso que los cañones. Cuando sos joven y te vas preguntando qué hacés acá... yo me puse a leer. En una de mis búsquedas me topé con un libro que hablaba de la logia y de San Martín. Quería ir donde había estado San Martín. Investigué, fui conociendo gente, hasta que ingresé. La masonería tuvo mucho que ver con la independencia de nuestro país y de toda Latinoamérica.
–Precisamente, tenés el primer café masón de Sudamérica…
–Libertad, igualdad y fraternidad, el lema de la Revolución Francesa y de la masonería. Los muchachos que se juntaban en el Café de Marco pertenecían a la logia. Logré combinar esos conceptos para crear un lugar temático que une la masonería y la Revolución de Mayo.
–Y la gastronomía porteña.
–Exacto, le di una identidad a este restaurante. Este lugar es único, no hay otro igual. Apostaría a que haya un Café de Marco en cada provincia, como símbolo, un café bien argentino. Para concentrarnos en el sentido de patria que estamos perdiendo. Obviamente, con el Mundial esto explotó, pero la idea es que la gente se acerque siempre, más allá de lo circunstancial y del fútbol.
–¿Cómo son los sabores que pensaste para este lugar tan argentino?
–Soy el propietario del café y meto la cuchara en la cocina. Me gusta la gastronomía, pero fue un rubro nuevo para mí. Pienso que tiene similitud con la joyería, porque me da la posibilidad de volcar mi detallismo y mi creatividad. Empezamos con pastas caseras, raviolones que fueran diferentes, hicimos de ñandú, de jabalí, de ciervo, de conejo. Venís y te sorprendés. Hoy en carta tenemos los de osobuco y los de berenjena ahumada. En las empanadas también busqué ese toque distinto, como la de cordero con roquefort y la de langostinos.
–Es una cocina regional con una vuelta de tuerca. El pastel de papas es original.
–Es de batata y cordero cortado a cuchillo, muy sabroso. Hacemos pechito de cerdo al horno de barro con papas rústicas. Y también tenés asado banderita y la infaltable milanesa, que es la preferida de los chicos. Las peras al Malbec son imperdibles y el flan también.
–¿El 25 de Mayo hay locro?
–El 25 de Mayo es Navidad para mí. ¡Es una fiesta! Hacemos un locro exquisito, con todo lo que tiene que llevar y un poco más. Esto es una locura de gente.
–¿Cómo es que tenés el mismo nombre que el fundador del café original? ¡Tremenda casualidad!
–En 1801 llegó al Buenos Aires colonial un catalán que se llamaba Pedro José Marco. Ahí está el juego. Mi nombre es Marco Antonio. El de aquella época, no sé si tenía un cartel que decía El Café de Marco, pero así se lo conocía. El historiador Enrique de Gandía, en su libro Orígenes desconocidos del 25 de Mayo de 1810, le dedica el último capítulo a los cafés y hace mucho hincapié en ese.
–Cada 25 de mayo y 20 de junio donan chocolate con churros al Cabildo.
–Sí, desde que abrimos. El año pasado, para el Día de la Bandera, llevamos mucha más cantidad, para compartir con las familias. Voy con la olla y la garrafa. El Cabildo nos dio una placa: no era necesaria, pero vale, por el esfuerzo. Nos bancamos la pandemia.
–No podían tener el mismo destino que el café colonial que murió por la epidemia...
–Es una coincidencia que me hace emocionar. Nosotros pudimos sostener el símbolo.ß