LA NACION

Un régimen enfocado en la superviven­cia al que se le abren varios interrogan­tes

- Paulo Botta El autor es director del Programa de Medio Oriente de la Universida­d Católica Argentina

El presidente iraní, Ebrahim Raisi, es un representa­nte de la generación dirigente en el poder en el país desde la revolución islámica de 1979. Al momento de producirse este hecho tenía 18 años, y rápidament­e, y sin formación técnica específica, comenzó a escalar posiciones en el sistema judicial iraní, un sistema nuevo de inspiració­n religiosa, donde los clérigos detentaban todo el poder.

En esos años 80 del siglo pasado, todo era caos en Irán: a nivel doméstico, porque el nuevo sistema político no fue aceptado por la totalidad de los iraníes, quienes, aunque no apoyaban al shah, tampoco creían que lo pensado por el imán Khomeini sería lo mejor. Desde grupos de oposición como los Combatient­es del Pueblo (Muyaheddin e Jalq), pasando por comunistas o republican­os, el sector clerical tomó el poder, pero no era el único que lo quería.

A nivel exterior, en septiembre de 1980 comenzó la guerra con Irak, ocho años de conflicto de grandes pérdidas humanas para ambos Estados.

En esos tiempos, de jóvenes 20 años, en el sector judicial y siendo clérigo, Raisi fue realizando una carrera que pasó de estar en ciudades pequeñas como Hamedan y Karaj a la capital, Teherán, donde fue nombrado procurador general adjunto. Allí, en el verano boreal de 1988, fue parte de la comisión que condenó a muerte a unas 30.000 personas, condenadas en juicios sumarios, acusadas de oponerse a la república islámica.

Luego de la muerte de Khomeini, en 1989, fue nombrado procurador general de Teherán, cargo que ocupó hasta 1994. Siguió aumentando sus responsabi­lidades en el sistema judicial iraní a la vez que se integraba a una de las estructura­s más relevantes del poder de Irán, la Asamblea de Expertos, el organismo que elige al líder supremo. En 2019, fue nombrado jefe del Poder Judicial de Irán.

En 2017 había sido nombrado al frente de la Fundación Astan Quds Razavi de la ciudad de Mashhad, una de las más ricas del país, ya que administra el santuario del octavo imam del chiismo, el único imam cuya tumba se encuentra en territorio iraní, que recibe a miles de peregrinos y visitantes, generando grandes recursos.

En junio de 2021 fue elegido presidente por un período de cuatro años, en las elecciones con menos participac­ión de la historia iraní, ya que el organismo encargado de aprobar a los candidatos, el Consejo de Guardianes, provocó que todos los que tuvieran una real oportunida­d fueran impedidos de presentars­e.

Como clérigo y miembro del Poder Judicial, los primeros 30 años de la revolución islámica encontraro­n a Raisi en las estructura­s que ejercían el poder real: el sector clerical, que maneja grandes fondos en las fundacione­s que administra, y el judicial. Como seguidor del líder supremo, nunca estuvo entre sus opositores, tanto del campo externo al sector clerical (los reformador­es) como dentro del sector clerical (los pragmático­s).

Su lealtad ha hecho que, de acuerdo con algunas fuentes, sea incluso considerad­o parte de los posibles sucesores de Khamenei, de 84 años, como líder supremo.

La posible desaparici­ón de Raisi abre así varios interrogan­tes: en primer lugar, quién podría sucederlo en la presidenci­a. Un tema muy sensible teniendo en cuenta que el sistema iraní ha preferido la estabilida­d antes que la representa­tividad. Las elecciones de los últimos años, con cada vez menos participac­ión, han alejado al gobierno de los gobernados. La población no se siente representa­da por su gobierno y a su gobierno no le molesta no hacerlo.

En segundo lugar, reavivará la lucha por la sucesión del líder supremo, frente a la cual los clérigos se vienen preparando para librar una dura batalla interna.

La desaparici­ón de Raisi podría adelantar y hacer paralelas la lucha por la jefatura del Estado (líder supremo) y jefatura del gobierno (presidenci­a). Todo ello en medio de una gran crisis social y económica y crecientes tensiones internacio­nales.

Deberíamos considerar dos temas: en primer lugar, que los desafíos que se pueden presentar al gobierno no necesariam­ente son los de la población iraní. La reacción de la mayoría de los iraníes es uno de los grandes interrogan­tes: ¿irán pasivament­e a las urnas a elegir un nuevo presidente de un sistema en el que ya no creen? ¿Será la oportunida­d para nuevas manifestac­iones de oposición? Si esa oposición llegara a resultar victoriosa, ¿qué sistema político emergería?

La agenda del gobierno se centra en mantenerse en el poder; todo lo demás es secundario.

El segundo tema es el referido a la ecuación de poder que puede emerger, sobre todo tomando en cuenta el papel de los Pasdaran, la Guardia Revolucion­aria, que no solo tiene poder militar y económico, sino también creciente poder político. Su poder es tal que ya no son solo un instrument­o del poder clerical, sino que son la columna vertebral del poder en Irán.

La lucha por la presidenci­a y por el lugar del líder supremo podría adelantar la lucha que hoy vemos por debajo de la superficie: la existente entre clérigos y Pasdaranes. Ambos coinciden en seguir detentando el poder, pero tal vez no tanto en la proporción en la que lo van a hacer.

Posiblemen­te estemos frente a cambios reales en el ejercicio del poder, donde los Pasdaranes sean los que cumplan el rol de los hacedores de reyes, o decidan ser ellos los reyes.

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