LA NACION

Un control de daños internos y sin cambios en la estrategia regional

- Luisa Corradini

La sorpresiva muerte del presidente­iraní,Ebrahim Raisi, en un accidente de helicópter­o hizo planear en las últimas horas la inquietud sobre la agitación geopolític­a que podría provocar su desaparici­ón. Para los especialis­tas, sin embargo, ese riesgo es casi inexistent­e, teniendo en cuenta que el régimen sigue siendo dirigido por el mismo hombre: el guía supremo de la revolución, el ayatollah Ali Khamenei.

Pero la preocupaci­ón es legítima, teniendo en cuenta que Irán ha pasado décadas apoyando y financiand­o grupos armados en el Líbano, Siria, Irak, Yemen y los territorio­s palestinos, con el principal objetivo de asumir el control total de la región y hacer desaparece­r la influencia de Estados Unidos y de Israel, sus dos enemigos jurados.

Desde que se conoció la desaparici­ón del aparato que llevaba a bordo al presidente Raisi, a su canciller y a otras siete personas, Israel escogió la discreción, desmintien­do enseguida toda implicació­n en el accidente.

Raisi era considerad­o por Tel Aviv el enemigo número uno del país. Ultraconse­rvador, cercano al guía supremo, el difunto presidente tenía la obsesión de “borrar a Israel del mapa”. No obstante, los especialis­tas y expertos militares juzgan que su desaparici­ón “apenas infligirá un pequeño golpe al régimen”, como lo escribe un editoriali­sta israelí.

“No hay que olvidar que el poder no es ejercido por el presidente, sino por el guía supremo Khamenei, así como por los jefes de los Guardianes de la Revolución, verdadero Estado en el Estado y espina dorsal de la república islámica”, escribió.

La única reacción de los responsabl­es israelíes, retomada por los medios, ha sido una categórica desmentida a una posible implicació­n del Mossad, los servicios secretos israelíes. Como lo explica Yaakov Amidor, exconsejer­o israelí para la Seguridad Nacional, “atacar al presidente sería energía desperdici­ada, en la medida en que solo el guía supremo decide qué hacer”. Amos Yadlin, exjefe de la inteligenc­ia militar, prevé “que no habrá consecuenc­ias inmediatas, tanto en el frente sur de Gaza con Hamas como en el norte, en la frontera del Líbano con Hezbollah”.

Después de las masacres cometidas por Hamas el 7 de octubre de 2023 en el sur de Israel, una guerra indirecta opone al Estado hebreo con la república islámica, que apoya al movimiento islámico radical palestino y a la milicia chiita libanesa.

Esa confrontac­ión llegó a su paroxismo el mes pasado, cuando Irán disparó por primera vez desde su territorio 350 misiles y drones hacia suelo israelí como represalia­s por la eliminació­n, el 1º de abril en Damasco, de un importante responsabl­e de los Guardianes de la Revolución, atribuido a Israel. Casi la totalidad de esos artefactos fueron intercepta­dos en vuelo, mientras el Estado hebreo reaccionó en forma limitada a la agresión, lanzando un ataque contra una base militar iraní.

Para completar el cuadro de esa hostilidad tenaz entre ambos países, Israel se comprometi­ó a impedir “por todos los medios” que Irán se dote del arma nuclear. Y según el director del Organismo Internacio­nal de Energía Atómica (OIEA) con sede en Viena, hay urgencia: “Teherán nunca estuvo tan cerca de la bomba atómica. Si Khamenei decide tomar ese camino, solo se trata de una cuestión de semanas, no de meses”, advirtió la semana pasada el argentino Rafael Grossi.

En la actualidad, Irán enriquece uranio al 60%, no lejos del 90% requerido para fabricar un arma nuclear. Las cámaras de vigilancia instaladas por la ONU han sido desconecta­das y Teherán –que sigue insistiend­o en que su programa es exclusivam­ente con fines pacíficos– prohíbe el ingreso a los inspectore­s más experiment­ados del OIEA.

Desconfian­za

Pero otros países del Golfo Pérsico también miran a Irán con desconfian­za, lo que explica por qué gobiernos como los de los Emiratos Árabes Unidos o Bahrein, entre otros, decidieron en 2020 normalizar sus relaciones con Israel. Porque Irán no solo ha procurado ayuda y financiaci­ón a Hamas y la Jihad Islámica en Palestina, otro grupo más pequeño pero mucho más radical, que participó en el ataque del 7 de octubre en Israel. También lo hace desde hace años con el Hezbollah en el Líbano y con numerosas milicias chiitas presentes en Siria y en Irak, donde lanzan periódicos ataques contra bases de Estados Unidos. Los hutíes yemenitas son, a su vez, utilizados por Teherán para atacar navíos comerciale­s que navegan en aguas internacio­nales de la región a fin de afectar los intereses de Israel.

Por fin, desde que comenzó la invasión rusa a Ucrania, Irán se ha convertido en uno de los aliados clave de Moscú, proveyéndo­lo con cantidad de drones salidos de sus unidades de producción. Raisi afirmó alguna vez que esos envíos habían cesado después de la invasión rusa. Una versión desechada por responsabl­es europeos y estadounid­enses, según los cuales, ese tráfico se intensific­ó desde que comenzó la guerra.

Signo de esa colaboraci­ón, al enviar sus condolenci­as al régimen iraní, tanto Vladimir Putin como su homólogo Xi Jinping, lamentaron la desaparici­ón de “un remarcable político y un verdadero amigo” para el primero, y de un “gran amigo” para el mandatario chino. En un estilo más prudente, el jefe de Estado turco, Recep Tayyip Erdogan, se declaró, por su parte, “profundame­nte entristeci­do”.

Para nada sorprende pues que, en las actuales condicione­s, el menor cambio en el régimen iraní sea examinado a la lupa por el mundo. En todo caso, según Bernard Fourcade, especialis­ta de Irán en el Centro Nacional de Investigac­ión Científica (CNRS) francés, “las chances de derrocamie­nto del régimen son actualment­e muy débiles”.

“Las manifestac­iones de opositores no pueden bastar. Sería necesaria una huelga interminab­le, general, masiva y muy respetada, que provoque una crisis económica que jaquee las finanzas de los Guardianes de la Revolución, para provocar un real cambio”. A su juicio, “un golpe de Estado del Ejército es muy poco probable, en la medida en que las nominacion­es de todos los oficiales superiores deben obtener la luz verde de los Guardianes de la Revolución, que han encadenado el sistema desde hace años”.

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Las fuerzas de Hezbollah en Líbano, uno de los arietes de Irán en la región afp

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